Ayer se cumplieron diez años del atentado que le costó la vida a Luis Donaldo Colosio, un hombre que rara vez compartía con sus más cercanos colaboradores, pocos, muy pocos como Federico Arreola, realmente tuvieron ese contacto que ahora tantos presentan como suyo. Ese atentado fue terrible: fue parte de un proceso de desestabilización del país, marcado por los tres grandes asesinatos de aquella época, el del cardenal Posadas, el de Colosio y el de José Francisco Ruiz Massiu. Han pasado diez años y la violencia y su utilización como arma política han tenido luz verde. Hace apenas una semana se informó del atentado contra el gobernador de Oaxaca, José Murat; un atentado inexplicable, que ha entrado en el terreno de la ficción política.
Ayer se cumplieron diez años del atentado que le costó la vida a Luis Donaldo Colosio. Ante la oleada de reales o supuestos amigos de Colosio que se apresuraron a dar todo tipo de detalles de la vida de Luis Donaldo, un hombre que rara vez compartía incluso con sus más cercanos buena parte de sus opiniones profundas (en ese sentido, pocos, muy pocos como Federico Arreola, realmente tuvieron ese contacto que ahora tantos presentan como suyo), realmente el sentimiento es de una doble o triple pena: primero, por el asesinato de uno de los pocos políticos en los que realmente he creído (ahora hasta aquellos que más vilipendiaron a Colosio en vida se presentan como defensores de su "ideario", quienes más la combatieron políticamente reclaman ¡diez años después! que se los reconozca como sus "amigos"); segundo, porque ese asesinato nunca se podrá aclarar plenamente luego del paso por la fiscalía de Pablo Chapa Bezanilla; tercero, porque es evidente tanta falsedad en mucho de lo que hemos escuchado y leído en los últimos días (que no es muy diferente a lo que hemos escuchado o leído en los últimos diez años) que deja un amargo sabor de boca y una imagen de nuestra clase política francamente desconsolador.
Ese atentado fue terrible: fue un corte histórico en el desarrollo nacional, fue parte (hoy parece que nadie quiere acordarse de ello) de un proceso de desestabilización del país que estuvo marcado por los tres grandes asesinatos de aquella época: el del cardenal Posadas, el del propio Colosio (sin duda el más significativo de ese proceso), el de José Francisco Ruiz Massieu, pero también por el periodo del surgimiento del EZLN, de los bombazos y secuestros del PROCUP (que luego devendría en el EPR), de la guerra entre los cárteles del narcotráfico, de una guerra por la sucesión presidencial que no estaba desligada de lo anterior. En todo 1994, pese al enorme control que había tenido el presidente Salinas en su sexenio, lo que prevaleció fue el vacío, un presidente rebasado e incapaz de mantener las riendas del país. La culminación de todo ese proceso fue una suerte de golpe final: la devaluación y crisis de diciembre de 1994. Con la economía se derrumbaba, también, el último resquicio de esperanza.
Han pasado diez años y nada indica que vayamos a conocer alguna vez qué o quién estuvo detrás del atentado de Luis Donaldo Colosio. Pero la industria de la violencia y su utilización como arma política desde entonces han tenido luz verde. Hace apenas una semana, se informó de un atentado contra el gobernador de Oaxaca, José Murat (casualmente el hombre que fue responsable de la organización, una década antes, del acto de Lomas Taurinas donde fue asesinado Colosio). En estas páginas dijimos entonces que se trataba de un atentado inexplicable, que no tenía demasiado sentido y decíamos que el caso, para esclarecerse en forma debida, tenía que ser atraído por la PGR.
Desde entonces ha pasado casi una semana y lo que era inexplicable ha entrado ya en el terreno de la ficción política. Es terrible, pero nadie le cree al gobernador Murat, prácticamente no hay un medio de comunicación, salvo uno o dos, que dé crédito a su versión de cómo se sucedieron los hechos. Y es lógico: las contradicciones son demasiadas, las versiones del gobernador y de sus principales colaboradores son tantas que riñen con la inteligencia de cualquier investigador. Se habla de más de 60 disparos realizados (primero se dijo que de AK-47 y 9 mm) pero sólo cinco impactaron en la camioneta que conducía el gobernador. Primero, se habló de una docena de atacantes, luego de dos o tres. Nunca aparecieron. Se dijo que ya había un detenido, la PGR lo desmintió en cuanto atrajo el caso. El parabrisas tenía tres disparos que, a simple vista, se veía que no eran de un alto calibre, pero apareció unas horas después destrozado, como si se lo hubiera acribillado; no checa ni siquiera la hora en que se habría cometido el asesinato; no se explica porqué la custodia no estaba, como siempre, con el gobernador ni porqué éste no utilizó ese día su camioneta blindada. Su vocero, Carlos Velasco, dijo que el gobernador estaba herido de bala, pero casi al mismo tiempo, el médico que había atendido a Murat aseguró (y así era) que éste no tenía nada, pero tampoco nadie explica porqué pasaron más de cuatro horas desde que ocurrieron los hechos hasta que el gobernador reapareció públicamente. El gobernador hace una peliculesca explicación de cómo escapó del lugar, pero luego resultó que lo vieron hablando por teléfono en la entrada del hotel Victoria y alguien lo transportó al hospital donde fue atendido. Un policía preventivo aparece internado, inconsciente. También los voceros del gobernador dicen que fue herido de bala, pero resultó que en realidad estaba en esa condición por golpes en su cabeza: nadie le ha explicado aún a su familia qué le sucedió, pero algunos dicen que se cayó de la camioneta que lo transportaba, otros que fue golpeado por la custodia del gobernador, en un incidente también incomprensible; unos dicen que Murat tenía una cita en el hotel Fortín, otros en el Victoria, ésta se habría organizado a altas horas de la noche. La procuraduría estatal que llegó cuatro horas después de los hechos a iniciar los peritajes en el lugar del incidente, lo primero que hizo fue allanar, se asegura que sin orden judicial, la casa de uno de los coordinadores de campaña del candidato opositor, Gabino Cué, mientras los voceros del gobernador acusaban del "atentado" a sus adversarios políticos cuando aún no habían comenzado siquiera los peritajes sobre lo sucedido. Ahora la versión es que la agresión habría salido del interior del propio equipo del gobernador.
Otra versión que ha crecido en los últimos días es que en realidad lo que hubo fue un incidente de tránsito con un grupo de jóvenes cuyo automóvil fue encerrado por la camioneta que conducía erráticamente el gobernador, de allí se derivó un enfrentamiento con los custodias e incluso de allí habrían salido la mayoría de los disparos. Es una versión, pero no es descabellada y habría testigos de ella. La pregunta es porqué entonces se inventa la versión del atentado.
Y la respuesta podría estar en uno de los asesores del gobernador y del candidato priísta Ulises Ruiz (que debemos insistir en que se ha mostrado, al igual que Roberto Madrazo, particularmente cuidadoso con el tema, sin avalar ninguna de las versiones oficiales). Se trata de Juan José Rendón, asesor de estrategia política (y particularmente de guerra sucia en campañas electorales). Este asesor, de origen venezolano, radica en Miami, allí trabaja con el despacho de Ralph Murphy, relacionado con organismos de seguridad estadounidense. Apoyó en Venezuela a Chávez en su llegada al poder, pero su paso por la política mexicana ha estado caracterizada por escándalos relacionados con los procesos electorales en los que Rendón ha participado. Algunos ejemplos: uno de ellos publicado por reforma esta semana en su columna templo mayor: la "sugerencia" de Murat a Francisco Labastida para que organizara un "autoatentado" para "levantar" su campaña en el 2000. Ya Rendón había siso asesor de Roberto Madrazo, precisamente en aquel momento en que se habló de un secuestro express del ahora presidente del PRI, en el sur de la ciudad de México, precisamente en una oportunidad en la cual, Roberto, al igual que ahora Murat, iba sin custodias a una cita. Rendón, en el proceso de elección de la dirección prisita, fue acusado por la gente de Beatriz Paredes, de haber organizado bloqueos de caminos en el estado de México (donde se esperaba que fuera mayor su votación) para evitar que sufragaran en su favor. Tampoco éste es el primer "atentado" que sufre un candidato asesorado por Rendón: ocurrió casi exactamente lo mismo que ahora con Murat con otro aspirante prisita, Alfredo Anaya, cuando éste competía contra Lázaro Cárdenas en Michoacán y supuestamente también fue emboscado y tiroteado sin que, por supuesto, nadie saliera lastimado. Nunca se encontraron pruebas de quiénes habían sido los agresores ni el candidato pudo explicar qué había sucedido. El episodio, al igual que ese oscuro candidato priista, quedaron en el olvido.
Es triste, pero la peor de las hipótesis es que la del jueves pasado se trate de una agresión prefabricada. La mejor es que se trate de un incidente de tránsito que se trató de convertir en un atentado. En medio queda la posibilidad de un intento, bastante poco profesional, de ajustes de cuentas dentro del propio equipo de trabajo del gobernador. Lo cierto, y ayer en la entrevista que mantuvo con Brozo ello fue notable, es que lamentablemente casi nadie cree en la versión del gobernador Murat.