Fútbol, violencia, drogas
Columna JFM

Fútbol, violencia, drogas

La noche del martes se vivió uno de los episodios más vergonzosos en la historia reciente del fútbol nacional: eliminados por el Sao Caetano de Brasil, algunos jugadores del América encabezados por Cuauhtémoc Blanco, comenzaron una gresca que fue seguida por la barra brava de la Monumental, los que terminaron invadiendo la cancha, golpeando a jugadores brasileños, haciendo mil y un destrozos y colocando al fútbol mexicano en las noticias internacionales. El fenómeno debe analizarse mucho más allá de lo meramente deportivo o policial.

La noche del martes se vivió uno de los episodios más vergonzosos en la historia reciente del fútbol nacional: eliminados por el Sao Caetano de Brasil, algunos jugadores del América encabezados por ese patán llamado Cuauhtémoc Blanco, comenzaron una gresca que rápidamente fue seguida por la barra brava (como le llaman en Argentina y como se han asumido en varios equipos de nuestro país) de la Monumental, los que terminaron invadiendo la cancha, golpeando a jugadores brasileños, haciendo mil y un destrozos y colocando, por primera vez, al estadio Azteca y al fútbol mexicano, considerados como de los más seguros del mundo, en las noticias internacionales.

El fenómeno debe analizarse mucho más allá de lo meramente deportivo o policial. El porrismo en el fútbol se ha convertido en un instrumento de fuerzas muy poderosas, generalmente relacionadas con el crimen organizado y que terminan teniendo estrecha relación con la existencia de dinero sucio en ese deporte. Y no es un fenómeno local, sino que se ha ido extendiendo hacia todos los países donde el fútbol es un gran negocio.

El origen del mismo se ubicó simultáneamente en Argentina y Brasil y se extendió rápidamente, en Europa, a Inglaterra, con sus famosos hoolingans, a España e Italia. En esos tres países, y en otras naciones europeas, con componentes especiales, como puede ser la penetración de grupos de extrema derecha, con una fuerte concatenación racista, pero con las mismas relaciones con el crimen organizado, particularmente la venta de drogas al menudeo. En nuestro caso, lo que está sucediendo con las llamadas barras, en forma notable con la del América y la de Pumas (en menor medida con la del Pachuca, pero extendiéndose prácticamente a la mayoría de los equipos de nuestro circuito profesional), tiene una relación estrecha con las barras bravas del fútbol argentino, y están comenzando a degenerar, como ocurrió en la nación sudamericana desde fines de los 70.

Paradójicamente, las barras bravas argentinas, en su concepción actual y en un país donde el fútbol es prácticamente una religión y desata pasiones sólo equiparables con las de la política, comenzaron a gestarse en la época de la dictadura militar. Hubo una época de fuerte politización donde existían barras de distinto perfil político, financiadas e impulsadas por distintos partidos e incluso en algunos casos hasta por organizaciones guerrilleras. Cuando la dictadura militar que comenzó en 1976 se quedó con el monopolio político, y de cara al mundial de 1978, se quedó también con el monopolio de las barras bravas. En pocos países del mundo el poder político se relaciona tanto con el del fútbol como en Argentina, y las barras bravas eran un factor de canalización social, pero también de control represivo, desde la perspectiva de un gobierno dictatorial. Desde allí se las fomentó y financió. Comenzó a operar un esquema que luego se fue ampliando hasta convertirse primero en una norma y, luego, a escapar del control de las propias instituciones. Se entregaban boletos para la entrada a los estadios y para la reventa, para que esas barras pudieran financiarse, se les pagaban viajes (por ejemplo, para el mundial de 1986, la barra brava de Boca Juniors fue pagada por la Asociación del Fútbol Argentino y por un grupo de jugadores, entre ellos Diego Maradona, para que asistieran al mundial y aún se recuerda la golpiza que le propinaron a los, hasta ese momento, temibles hooligans en la explanada del estadio Azteca), luego ya el financiamiento fue directo, sus capos comenzaron a tener posiciones o jefes en las directivas y poco a poco fueron ocupando posiciones de decisión en la mayoría de los equipos, actuando, en el mejor de los casos, como fuerza de choque del dirigente en turno.

Pero con el paso del tiempo, los líderes de esas barras bravas, conformadas en su enorme mayoría por jóvenes sin ningún porvenir, descubrieron que tenían una organización, casas, vehículos, recursos, armas e influencia, y a principios de los 80 y mucho más marcadamente desde la década pasada, esas barras bravas comenzaron a hacerse cargo de algunos negocios mucho más rentables: desde entonces en sus zonas geográficas de influencia se encargan de la venta doméstica de drogas, y obtienen así recursos muy importantes que, además, en un capítulo que se da en muchos otros países del mundo, donde el fútbol ocupa un espacio social importante, para el financiamiento de equipos, estructuras y jugadores con dinero negro: en muchas naciones, en la enorme mayoría, no se podría entender cómo se financia el fútbol si se lo separa del flujo de dinero negro hacia los equipos y en este sentido, esas barras bravas que son un componente de color y violencia en los estadios, se convierten también en protectores, custodias y, sobre todo, operadores de actividades que financian los equipos y sobre todo a sus dirigentes.

En Argentina y en Brasil eso se ha reflejado, sobre todo, en la venta al menudeo de droga. Y fuera del componente racista y de la penetración de grupos de extrema derecha, algo similar ocurre en varios países europeos.

En nuestro caso, la importación del modelo de las barras bravas comenzó, aparentemente, como la búsqueda de darle más calor a la competencia deportiva: varios dirigentes trajeron, aunque ahora lo nieguen terminantemente, a los capos de algunas de las barras bravas de Argentina para conformar las propias (¿pueden negar los dirigentes del América que trajeron, hace ya algunos años, a México a los líderes de la barra brava de Boca Juniors para impulsar la formación de lo que ahora es la Monumental?), pero ello se dio en forma simultánea con un fenomeno que es exclusivo de México: los equipos no son clubs, ni cooperativas, terminan siendo de grupos empresariales con intereses muy específicos, algunos en la televisión con Televisa y Azteca, pero muchos otros con relaciones y financiamiento nunca aclarado: la propia Federación Mexicana de Fútbol cuando estalló el caso Ahumada reconoció que ellos no preguntaban de dónde salía el dinero cuando algún personaje deseaba comprar un equipo de fútbol. Y así el balompié mexicano se ha ido llenando de personajes extraños: ahí está el ya muy conocido caso de Carlos Ahumada comprando el León y el Santos, pero también casos que no terminan de explicarse, como lo sucedido con el Irapuato el año pasado, con el Querétaro, con los colibríes de Cuernavaca, comprado por un grupo empresarial que siempre se tuvo la sospecha de que tenía fuertes ligas con el cártel de Juárez. No es la primera vez que ello ocurre: cuando Mariano Palacios Alcocer era gobernador de Querétaro, tenía la intención de vender el estadio Corregidora, hasta que apareció un grupo que quería comprarlo y pagaba al contado una cantidad muy respetable…tanto que el entonces gobernador pidió al gobierno federal que investigara a los presuntos compradores. Resultó que el principal interesado en comprar el Corregidora era un señor llamado Amado Carrillo Fuentes, el mismísimo Señor de los Cielos y jefe, entonces, del cártel de Juárez.

Hechos como éstos, hay muchos que no terminan de explicarse o que, peor aún parecen haber caído en el olvido por la presión de los propios grupos que dirigen este deporte. ¿Recuerda usted que hace un año aproximadamente, un jugador de origen colombiano que había jugado en el Necaxa, fue detenido en el aeropuerto capitalino portando, cuando viajaba a su país, nada menos que un millón de dólares en efectivo?. En aquella ocasión aquel jugador declaró que "alguien" (en la prensa apareció sólo un seudónimo, El Tío) se lo había dado para que lo transportara a Colombia y que él sólo se ganaría unos pesos con el traslado. Un año después, nunca se ha sabido quién le entregó el dinero (en aquellos días se habló de un dirigente del Querétaro, pero nunca se confirmó oficialmente), a dónde lo tenía que llevar, de dónde venían esos recursos y cuál era su verdaderro destino. Sobre el caso cayó un velo de sombra.

Ahí está el peligro: la importación de las barras bravas a nuestro fútbol no sólo transplantó un elemento de color y de violencia a nuestros estadios, sino también una estructura idónea para el crimen organizado que, como lo sabe cualquiera que se acerque a esos grupos en estos días, podrá comprobar que participan activamente en la venta al menudeo de drogas y otras formas del crimen organizado (en nuestro país, entre otras actividades, también en el robo de automóviles). Habrá que averiguar qué tan autónomas son en ese sentido, y cuánto hay de complicidad con las directivas que las impulsaron y financian. Pero el mal ya está hecho y muchos que incluso hoy quisieran zafarse del tema, ya están demasiado comprometidos con esos grupos como para poder deslindarse del mismo.

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