La conciliación y el perdón pueden resultar frases hechas, incluso una suerte de borrón y cuenta nueva, pero en otras situaciones terminan siendo un elemento clave, una condición fundamental para que un país, una sociedad puedan salir adelante. La entrevista que realizamos con el secretario de la Defensa, el general Gerardo Clemente Ricardo Vega García está basada en la demanda de conciliación y perdón y es de los llamados que deberían escucharse, de los que los políticos no deberían dejar correr como si fueran una simple declaración más.
La conciliación y el perdón pueden resultar frases hechas, incluso una forma de pedir una suerte de borrón y cuenta nueva en muchas ocasiones, pero también, en otras situaciones terminan siendo un elemento clave, una condición fundamental para que un país, una sociedad puedan salir adelante. La entrevista que realizamos con el secretario de la Defensa, el general Gerardo Clemente Ricardo Vega García a principios de marzo, cuando ya habían estallado los videoescándalos, para la tercera emisión de Imagen Informativa y para el programa Séptimo Día del canal 40, y que se publicó ayer en Milenio Semanal, está basada en la demanda de conciliación y perdón y es de los llamados que deberían escucharse, de los que los políticos no deberían dejar correr como si fueran una simple declaración más.
Primero, no lo es porque los titulares de la Defensa Nacional no suelen abordar estos temas y el general Vega García fue muy enfático, muy amplio, muy preciso para expresar lo que quería decir: fue parte de una larga plática sobre la situación política nacional y se inscribe en todo un razonamiento de largo plazo. Segundo, porque cualquiera que haya realizado un simple recorrido por los medios durante las últimas doce semanas habrá podido comprobar el grado de deterioro que vive la situación política del país, el contexto de sucesión adelantada y la falta de voluntad de la enorme mayoría de los actores políticos para buscar fórmulas que permitan sacar a México de la parálisis en la que se encuentra. Sin duda, habrá algún trasnochado que concluirá que ese llamado de Vega García a la conciliación y el perdón es una forma de intromisión de las fuerzas armadas en la vida política del país, mostrando a éstas como ambiciosas de mayor poder político. Sería una tontería más, sería no entender que ese llamado, realizado desde la prescindencia del ejercicio del poder político directo, lo que está buscando no es reemplazar a los actores democráticos, sino por el contrario facilitarles fórmulas, mecanismos, para que ellos mismos logren fortalecerse a partir de su propia legitimidad. Y tercero, porque la gente está harta de tanto conflicto, de tanta incapacidad para llegar a acuerdos siquiera mínimos, de la incontinencia verbal de la enorme mayoría de nuestras autoridades y dirigentes partidarios: pareciera que cada vez que abren la boca es para proponer un nuevo espacio de confrontación, para ahondar la parálisis en lugar de salir de ella.
Pero, ¿de qué conciliación estamos hablando?¿de qué perdón?¿conciliar y perdonar es olvidar? No necesariamente, pero sí conlleva la condición de dejar de mirar constante hacia el pasado y comenzar a ver hacia el futuro: el presidente Fox habla de las reformas estructurales que son necesarias para el futuro del país pero no deja de recordar que en esta administración las cosas han cambiado (¿de verdad?) y los miembros de su gabinete, incluyendo el secretario de Gobernación, Santiago Creel, insisten en mostrar, aunque sea a través de declaraciones que son "mejores" que sus antecesores; el jefe de gobierno López Obrador tiene un solo leit motiv: hablar de pasado, para todo y para todos, con un tono cada día más preocupante y mesiánico. Para el jefe de gobierno nadie es bueno, nadie sirve, nada del pasado (ni lo que él mismo realizó cuando componía el himno del PRI o cuando el PRD comenzó a gobernar el DF) se puede comparar con él mismo y su administración, que tan poco se diferencia en el fondo de sus antecesores. Roberto Madrazo llama a un regreso del priismo al poder sin haber asumido ninguna de las autocríticas necesarias como para darle verosimilitud a sus propias propuestas, propone en última instancia regresar al pasado porque ese pasado era mejor, como si eso fuera posible.
La conciliación de la que habla el general Vega García propone a los actores políticos, implícitamente, abandonar esas prácticas y esas lógicas: dedicarse a confrontar sí sus propuestas e ideas pero construyendo hacia el futuro, no basando su presente político en escudriñar el pasado sin sacar ninguna enseñanza de él. Mirar hacia el futuro tiene que implicar, necesariamente, que el congreso trate de comenzar a funcionar y a abordar temas realmente importantes para la sociedad: hoy navega en aguas extrañas, marcado por la parálisis (¿qué puede esperarse del congreso si uno de los coordinadores parlamentarios el supuesto boxeador y muy verde Jorge Kahwagi decide meterse los próximos tres meses a la casa del Big Brother porque considera que "está de vacaciones" hasta que se reinicie el periodo ordinario en el Congreso?). Mirar hacia el futuro implica avanzar en las reformas pero, también debería implicar que el gobierno federal en lugar de reclamarlas una y otra vez en vano, se ponga a hacer un trabajo político serio para avanzar en ellas, y además, que asuma e impulse las políticas públicas que permitirían avanzar aún sin reformas estructurales. Mirar hacia el futuro implicaría que los dirigentes políticos no buscaran, en su inocultable ambición sucesoria, terminar politizando constantemente la impartición de la justicia y atacar seriamente la corrupción comenzando por reconocerla ahí dónde se presenta, sin descalificar a la justicia porque no les gustan sus resoluciones o los funcionarios encargados de ejercerla (por cierto ¿qué le pasa al secretario general del PRD, Carlos Navarrete, un hombre que alguna vez fue moderado y que ahora está declarando un día sí y otro también tales barbaridades respecto a José Luis Santiago Vasconcelos?¿tanto miedo le tienen a la investigación sobre lavado de dinero de Gustavo Ponce Meléndez que está realizando la PGR?).
La palabra que quitó el general Vega García de su discurso del 19 de febrero (y que en los hechos volvió a colocar en él, al divulgarlo en esta entrevista) es la del perdón. ¿De qué perdón estamos hablando?. Me lo imagino en dos lógicas: por una parte, ésta misma de dejar de mirar hacia el pasado para mirar hacia el futuro. Se deben cerrar capítulos, historias, todos los días se abren nuevas páginas del pasado y jamás se cierran y se van acumulando como un lastre para cualquier futuro viable del país. La España democrática no hubiera podido salir adelante si hubiera dedicado los primeros años de la transición a ajustar cuentas con el pasado franquista: no se lo olvidó ni negó, ahí está en innumerables obras e investigaciones, en las propias historias de los protagonistas, pero sin esa suerte de perdón colectivo, sin esa decisión de comenzar de nuevo sin escarbar en el pasado y utilizarlo como arma política cotidiana, España estaría muy lejos de haber construido la democracia desarrollada que hoy es. Y lo mismo podría aplicarse a muchos de los países que se han incorporado a la Comunidad Europea en los últimos años.
¿Tiene algún sentido que López Obrador termine incluyendo cada vez que habla a Carlos Salinas como responsable de todo lo que ocurre en México, o que los adversarios de López Obrador recuerden su historia de toma de pozos petroleros para explicar el retraso en la construcción del segundo piso del Periférico?¿que las historias del pasado sirvan, una y otra vez como coartada para no explicar las insuficiencias del presente?
La otra lectura que se desprende del tema del perdón está relacionado, viniendo del secretario de la Defensa, con las propias investigaciones del pasado, particularmente de la llamada guerra sucia. El propio general Vega lo reconoce implícitamente en la entrevista y hasta propone una salida digna a ese capítulo: como se realizó en su momento una amnistía para los hombres y mujeres que tomaron las armas, propone implícitamente que la misma se amplíe a quienes cometieron abusos en esos años. Puede ser un mecanismo válido: una amnistía implica reconocer los delitos y perdonar respecto a ellos. Implica establecer una verdad histórica y definir una salida jurídica. Buscar mecanismos para resarcir los daños y establecer incluso las excepciones que no se incluirían en ese proceso. Pero ese capítulo se debe cerrar con una óptica y una lógica políticas: estamos viendo, incluso, las enormes dificultades legales que existen para abordar el tema desde una óptica exclusivamente jurídica.
Nadie debería engañarse: el blindaje económico es mucho menos protector de lo que se dice y los obuses políticos pueden perforarlo. Nuestros dirigentes gubernamentales y partidarios se han encargado, además, de hacerlo cada vez más delgado. Hay que mirar hacia el futuro y hacerlo, como dice Vega García, sin volver a repetir los errores, sin crear enconos cuando se puede avanzar "en paz y tranquilidad y, sobre todo, con inteligencia y respeto".