En la entrevista para Milenio Semanal que Carlos Marín le hizo al jefe de gobierno capitalino, hay una respuesta que me llamó profundamente la atención y que quizás es la que mejor explica al personaje político que estamos viendo en López Obrador. Le dice Andrés Manuel a Marín que él, ?es un demócrata y un místico: estoy en manos de la gente porque el pueblo es el que decide? y agrega: ?no puede la autoridad tomar una decisión en contra de la voluntad de la gente?. Así se define Andrés Manuel y así se los debe entender a él y a su política.
Durante las 10 páginas que le dedica Mileno Semanal a la importante entrevista que Carlos Marín le hizo al jefe de gobierno capitalino Andrés Manuel López Obrador, reaparece, como casi siempre, en las muy pocas entrevistas reales que concede el jefe de gobierno, el personaje al que se le pregunta una cosa y responde otra, que contesta las preguntas de fondo con frases que pueden ir desde la autoafirmación de "yo soy honesto" (lo que automáticamente lo absuelve de explicar su honestidad o deja a sus adversarios como deshonestos) o "soy un luchador social" (lo que como él mismo dice lo coloca en una categoría social diferente a quienes han llegado a la política por otros caminos) o simplemente una retórica que en los hechos dice muy poco: "respeto la legalidad y la Constitución pero no la simulación".
Pero hay una respuesta que me llamó profundamente la atención y que quizás es la que mejor explica al personaje político que estamos viendo en López Obrador, quien, sin duda sigue siendo uno de los principales aspirantes a llegar a la presidencia de la república en el 2006. Le dice Andrés Manuel a Marín que él, "es un demócrata y un místico: estoy en manos de la gente porque el pueblo es el que decide" y agrega: "no puede la autoridad tomar una decisión en contra de la voluntad de la gente". Así se define a sí mismo, Andrés Manuel y así se los debe entender a él y a su política. Y allí reside el fondo de las discrepancias: la democracia es una serie de normas, de reglas del juego, de respeto entre distintos poderes que determinan un equilibrio entre ellos. Se puede hablar en nombre del pueblo, decir que sólo "la gente" puede decidir si la ley se aplica o no, y no tener absolutamente nada de demócrata: desde Stalin hasta Castro, pasando por Hitler, Pinochet o Mussolini, todos dijeron actuar en consonancia con la que la gente quería y ninguno de ellos ha sido considerado ni remotamente un demócrata. Andrés Manuel parece confundir ese sentimiento por la gente (no dudo que legítimo), primero, sólo con una parte de esa "gente" de la que habla, que es precisamente la que lo apoya, la demás pareciera no contar a la hora de tomar decisiones y allí sí la autoridad puede decidir independientemente de lo que opine "la gente". Pero un gobernante demócrata tiene que tomar decisiones que a "la gente" en muchas ocasiones le producen costos sociales o políticos y tiene que hacerlo asumiendo que la libertad de sus opositores, aunque sean minorías, debe ser respetada. Andrés Manuel gobierna con mayorías, como en la asamblea legislativa y cuando debe enfrentarse a minorías, por supuesto opositoras a su proyecto, simplemente trata de aniquilarlas o más sencillo: no las toma en cuenta. Lo que ha hecho (y lo que hará en los próximos días) con el consejo de transparencia es una demostración de ello: no acepta tener ninguna supervisión independiente de su obra de gobierno; sus colaboradores que cometieron actos de corrupción son medidos con una vara (¿cuándo condenará López Obrador a Ponce Meléndez, Bejarano o Imaz, para hablar sólo de tres casos recientes de colaboradores cercanísimos al jefe de gobierno que han sido tratados con una indulgencia notable) mientras que se ha cebado con adversarios como Ahumada y sus socios, tan corruptos unos como corruptores los otros; no respeta las decisiones judiciales que lo afectan (claro, son simulaciones) porque considera al judicial un poder dependiente del ejecutivo; insiste en que no hay constancia de que el Consejo de la Judicatura haya sancionado jueces y cuando se le explica que no es así, no se mueve de su posición ("habría que verlo", dice: pues que lo consulte aunque sea en las páginas de internet para comprobarlo). Se le dice que se opuso a la principal obra sexenal de la administración Fox, el aeropuerto en Texcoco y dice que se opuso porque era "lo mejor para la ciudad" (aquí obviamente la opinión de "la gente" ya no importaba porque era una decisión tomada por el jefe de gobierno) y sostiene algo que cualquier planificador urbano serio le hubiera rebatido: dice que se opuso porque "lo pensaban construir en la zona oriente donde hay sobrepoblaciòn": precisamente el nuevo aeropuerto que se iba a construir en una zona hoy prácticamente desértica, hubiera servido (y así se explicó hasta el cansancio) para evitar que esa zona, como ya está ocurriendo con comuneros y paracaídas manejados casualmente por militantes de su partido, invadan esas tierras y se pierdan como una zona de reserva.
Asegura que Santiago Creel dijo en una reunión con comunicadores que para su proyecto "Salinas es un aliado estratégico" y no aporta prueba alguna a su dicho, pero hay que creerlo porque el propio jefe de gobierno lo afirma, como cuando sostiene que existe una alianza entre el salinismo y el foxismo simplemente para fregárselo. Puede ser, pero un político serio, además de sus dichos presentaría alguna prueba al respecto.
Hay muchísimas más contradicciones, arrebatos y definiciones que sólo se pueden creer porque el jefe de gobierno lo dice, no porque lo pruebe. Pero para entender esto hay que ir a la segunda parte de su respuesta: "soy un místico". Y parece ser verdad. ¿Que dice el diccionario sobre un místico?. De la mística dice que se trata de la "unión del hombre con la divinidad"; el misticismo es entendido como "el estado de perfección religiosa que consiste en cierta unión inefable del alma con Dios por el amor que puede estar acompañado de éxtasis y revelaciones". Quizás eso es lo que sucede y quienes no entendemos el razonamiento de Andrés Manuel sobre ciertos temas perdemos de vista precisamente eso: que el jefe de gobierno tiene una unión espiritual con una divinidad que en este caso es su verdad, por una "unión inefable" (sea con Dios o con "la gente"), marcadas por revelaciones en las que se basan sus decisiones.
No quiero hacer mofa de lo dicho. Creo que debe ser tomado muy en serio: hay místicos religiosos y ateos, cuyo misticismo se pone en manos de la religión o de la política, pero el esquema mental es el mismo: el místico cree que tiene una unión "inefable" con alguien, léase Dios, "la gente", la justicia o la historia y sus actos se justifican por esa unión que, además, es única, propia, intransferible. Paradójicamente, esa visión se contrapone con una visión auténticamente democrática de la vida y de la política, porque no se puede ser "místico" y "democrático" a la vez, ambas condiciones son excluyentes entre sí. Un ejemplo magnífico de cómo un hombre místico termina actuando contra la democracia es un personaje de un signo político absolutamente contrario a Andrés Manuel: el presidente George Bush que, desde que se transformó en un alcohólico converso, cree tener un diálogo directo con Dios (hay que leer lo nuevos libros de Bob Woodward y de Richard Clark para ver cómo el presidente estadounidense insiste a la hora de tomar decisiones en ese tema, en esa conexión con un espíritu superior).
Y sin duda el factor místico en Andrés Manuel modela mucho más su forma de entender la política y el poder que el democrático. Por eso su proyecto 2006, por eso la consideración de indestructibilidad o su autocalificación de rayo de la esperanza del pueblo mexicano. Ahí está, quizás, su mayor debilidad y eso es lo que genera la principal de las preocupaciones sobre el futuro de una administración federal encabezada por López Obrador.
Los místicos, por supuesto, pueden mover multitudes, pueden ganar elecciones, pueden ser terriblemente populares. Pero nada de eso los hace automáticamente democráticos.
La otra cara del perredismo
Hoy se trasmitirá a las nueve de la noche en Imagen (90.5 de FM en la ciudad de México) para el programa Imágenes de la Política, una entrevista que, con María de las Heras, mantuvimos con Cuauhtémoc Cárdenas haciendo una evaluación del PRD y su futuro. Cárdenas no cree en el misticismo ni en una forma de hacer política basada en ese tipo de principios. Cárdenas cree en la organización (un partido, dice, con menos del 10 por ciento de la votación en 20 estados del país no puede ganar las elecciones federales aunque tenga un candidato popular), en el programa político y en los compromisos explícitos asumidos por un candidato y un partido con los distintos grupos sociales, políticos y económicos para hacerlos gobierno. Esa no es una visión mística de las cosas, pero, sin duda, sí es democrática.