AMLO: la popularidad no alcanza
Columna JFM

AMLO: la popularidad no alcanza

El PRD se encuentra en serios problemas políticos. No sólo por las consecuencias de los actos de corrupción de algunos de sus dirigentes y funcionarios del Gobierno del Distrito Federal sino también por las consecuencias legales de otras acciones de gobierno y por la distracción que ello ha provocado entre sus dirigentes y sus bases, retrasando muchísimo su organización electoral para el 2006.

El PRD se encuentra en serios problemas políticos. No sólo por las consecuencias de los actos de corrupción de algunos de sus dirigentes y funcionarios del Gobierno del Distrito Federal sino también por las consecuencias legales de otras acciones de gobierno y por la distracción que ello ha provocado entre sus dirigentes y sus bases, retrasando muchísimo su organización electoral para el 2006.

Hagamos un rápido recuento de la mayoría de los conflictos que se presentan en estos días en el perredismo y su relación directa con el problema de fondo que debe enfrentar. El regreso del delegado de la Gustavo A. Madero, Octavio Flores Millán, no es un tema menor. El delegado es una pieza clave para la acusación que realiza la PGJDF contra Carlos Ahumada por un fraude en la Gustavo A. Madero y que poco tiene que ver con el tema central de los videoescándalos pero que es, hasta hoy, el único argumento legal para mantener a Ahumada en la cárcel. El mensaje que envía el regreso del delegado es que la impunidad para quienes estaban en el gobierno capitalino continúa: Ahumada, como corruptor, está preso, pero todos los corruptos están en libertad: el ex secretario de Finanzas, Gustavo Ponce Meléndez (que, insistimos, es la pieza clave en toda esta historia) está desaparecido; René Bejarano está en su casa mientras su proceso de desafuero vaya uno a saber para cuando prosperará, lo mismo que Carlos Imaz, luego de pagar una pequeña fianza y, ahora, Octavio Flores (que está acusado directamente por el propio Carlos Ahumada de haber recibido dos millones de pesos por colocar a dos colaboradores suyos en cargos claves de la administración capitalina), no solamente está sin acusación penal alguna en su contra sino que regresa a la delegación.

Pero el problema mayor no es ese, sino que regresa apoyado por la propia gente de Bejarano, que fue la que le dio la plataforma para ocupar sus oficinas. Desde ciertos ámbitos perredistas han hecho de todo para tratar de endosarle a Flores Millán algún padrino externo al partido: llegaron a decir que lo impulsó el senador priista Enrique Jackson y que se había reunido con éste antes de ese regreso, lo que el propio Jackson ya desmintió, agregando que hace por lo menos diez años que no veía a Flores Millán; se lo quisieron endosar también a Manuel Camacho y al propio secretario de seguridad pública capitalina, Marcelo Ebrard, y ambos se deslindaron rápidamente de esa relación que, ahora se adjudica, casi por completo, a su padrino y antecesor Joel Ortega (no el ex dirigente del PCM y actual colaborador de Jorge Castañeda sino a su homónimo que fue antes de Flores Millán delegado en la Gustavo A. Madero). En realidad, el apoyo para regresar fue proporcionado, coinciden en señalar diversas fuentes, por la gente de Bejarano, por esa corriente de izquierda democrática que el ex líder de la asamblea sigue manejando desde su casa en forma abierta, pública, sin que nadie lo moleste ni se deslinde de él.

El propio Bejarano sigue controlando buena parte de la asamblea legislativa y tiene varias posiciones en la cámara de diputados, incluyendo una que nadie podría desdeñar: uno de sus colaboradores más cercanos es Horacio Duarte, el diputado presidente de la sección instructora en la cámara de diputados, encargada de decidir sobre las solicitudes de desafuero del propio Bejarano y ahora de Andrés Manuel López Obrador. Su relación con el frente popular Francisco Villa y otras organizaciones se volvió a poner de manifiesto en las movilizaciones de los maestros de días pasados, aunque en esta ocasión la gente de Bejarano no pudo hacer la exhibición de fuerza del año pasado. Mientras tanto, salvo el dicho, políticamente muy endeble, de López Obrador de que Bejarano no era su operador político (algo difícil de sostener de quien ha sido su coordinador de campaña, presidente del PRD en la capital, su poderoso secretario particular y luego líder de la asamblea legislativa del DF), lo cierto es que el jefe de gobierno no se ha deslindado terminantemente de Bejarano nunca, como tampoco lo ha hecho de Imaz (incluso conservando en su gabinete a Claudia Sheimbaum, esposa de Imaz y quien sabía del financiamiento que éste recibía de Ahumada, lo cual cabe suponer que se lo ocultó al jefe de gobierno o, si se lo dijo ello implicaría que éste siempre estuvo al tanto de lo que sucedía y no lo frenó) e incluso ahora tampoco de Flores Millán. Si comparamos esta actitud con la que ha mostrado, por ejemplo, con Ahumada, la diferencia es notable.

La propia situación jurídica del jefe de gobierno es muy endeble: el caso de El Encino, pese a la ofensiva mediática que se ha lanzado, tiene prácticamente unanimidad en el medio jurídico de que se trata de una acusación válida y cada día que pasa, del expediente siguen surgiendo pruebas que confirman que la administración capitalina decidió no suspender las obras de esa zona expropiada pese a la orden judicial correspondiente. Reacciones como la aparición de "nuevos dueños" exhibiendo repentinamente títulos de propiedad de fines del 1800 no ayudan a explicar la negligencia con que las autoridades de la ciudad tomaron el caso desde marzo del 2001. El problema es a futuro: si procede el desafuero del jefe de gobierno (de todas formas el proceso podría tomar semanas antes de decidirse), Andrés Manuel López Obrador podría terminar siendo culpable o inocente pero los tiempos se empalmarían dramáticamente con los del registro electoral y estaría en riesgo su registro. Si no pasa el desafuero, el jefe de gobierno no tendrá problemas…hasta enero del 2006 cuando deba registrarse como candidato y tendrá un proceso en su contra que se lo impedirá. Si decide retirarse de su cargo ahora para afrontar el proceso lo más rápido posible no podría pedir licencia sino presentar una separación definitiva del cargo para no mantener el fuero. Afrontaría el juicio pero ya no podría regresar al gobierno capitalino.

Todas las opciones son malas, pero quizás le menos mala sea la última porque prácticamente obligaría a López Obrador a meterse de lleno en la lucha por la candidatura y a tratar de darle alguna forma a un PRD que cada día que pasa, en términos organizativos y políticos, se desdibuja aceleradamente. La situación del partido del sol azteca es muy difícil: en Yucatán acaba de obtener apenas el 1.6 por ciento de los votos, ganó un municipio vía un ex priista, pero nada más. En Veracruz pese a ir aliados con Convergencia y tras la candidatura del presidente de este partido, Dante Delgado no parece haber avances significativos del partido, ni en el plano electoral ni en el organizativo. En Aguascalientes y Chihuahua no aparecen. Tampoco en Durango, en Baja California, Puebla, o Sinaloa. Habrá que ver qué resultado obtiene en Tamaulipas aunque la candidatura no es suya, sino del ex priista Alvaro Garza, y la estructura partidaria es terriblemente endeble. ¿Qué queda?: Tlaxcala, donde la candidatura de Maricarmen Ramírez, la esposa de Alfonso Sánchez Anaya, está dividiendo al perredismo; Zacatecas donde el triunfo de Amalia García será incuestionable y Oaxaca, donde en la alianza opositora en torno a Gabino Cué podría ganar las elecciones, pero sin que ello implique un crecimiento de su estructura.

Esta semana decía Cuauhtémoc Cárdenas que un partido que en 20 estados tiene menos de 10 por ciento de los votos no puede ganar las elecciones federales por más popularidad que tenga su candidato. Y es verdad, los números no mienten: el PRD obtuvo en el 2003, 4 millones seiscientos mil votos, y para ganar las elecciones federales se necesitarán, por lo menos, como mínimo, 12 millones de votos. ¿Cómo hará el PRD para triplicar su votación sin una organización sólida? Súmele eso al hecho de que por las purgas internas, las corrientes de Cárdenas y Robles están aisladas, que la política clintelar de Bejarano ahí está pero se encuentra en peor de los desprestigios, que los chuchos han salido indemnes de esta batalla interna pero nunca han logrado estructurar a la mayoría del partido, tendremos un panorama preocupante para el perredismo que no se explica, ni mucho menos, por el famoso complot contra Andrés Manuel. El problema es interno y es endémico. La popularidad sola no alcanza para ganar una elección federal.

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