¿Con quién gobernará, ahora, Fox?
Columna JFM

¿Con quién gobernará, ahora, Fox?

Muchos personajes políticos, se han alejado tanto de las que tendrían que ser sus verdaderas fuentes de poder, los partidos que los llevaron a la posición que hoy ocupan, que ello les ocasiona un costo altísimo en términos de operación política y legitimidad. En realidad, ese parece ser un proceso que afecta a la mayoría de los políticos, sobre todo a aquellos que llegando al poder creen que ya no necesitan un partido en el cual apoyarse, pero quieren un partido que los apoye incondicionalmente.

Muchos personajes políticos, se han alejado tanto de las que tendrían que ser sus verdaderas fuentes de poder, los partidos que los llevaron a la posición que hoy ocupan, que ello les ocasiona un costo altísimo en términos de operación política y legitimidad. En realidad, ese parece ser un proceso que afecta a la mayoría de los políticos, sobre todo a aquellos que llegando al poder creen que ya no necesitan un partido en el cual apoyarse, pero quieren un partido que los apoye incondicionalmente.

La decisión tomada el domingo por el presidente Fox respecto a Felipe Calderón implicaba, obviamente, llevar a éste a la renuncia. La relación de Fox con Calderón nunca fue buena, desde los tiempos en que el actual presidente era gobernador de Guanajuato, y entonces un autodesignado precandidato presidencial, y Felipe el presidente nacional del PAN. No fue buena porque entendían y entienden la política de forma diferente, por formación, por trayectoria, incluso por generación. El candidato Fox impuso políticamente su candidatura en el 2000 al PAN y por lo tanto nunca consideró estar en deuda con su partido, al contrario. Una de sus primeras declaraciones como presidente fue pedirle al blanquiazul que le "diera alas", permitirle "volar" lejos de su tutela. Cuando integró su gabinete, los personajes provenientes del PAN se contaron con los dedos de una mano; no estableció hasta mucho después de iniciado su mandato, reuniones periódicas con la dirigencia del partido y con los grupos parlamentarios, y pareció aplicar (incluso mucho más que su antecesor, Ernesto Zedillo) aquello de la "sana distancia" con su partido. Claro, como ocurrió con Zedillo ese fue uno de sus mayores errores, porque no se puede gobernar sin el apoyo claro de un partido político y porque los gobernantes, ya en esa condición, sienten la tentación de meter mano en el partido al que en su momento desdeñaron.

Vicente Fox cometió este fin de semana el mismo error que Ernesto Zedillo a mediados de 96 y los costos son similares. En aquella oportunidad, el presidente Zedillo, apenas dos días después de que concluyera el acto más exitoso del priismo durante su mandato, la 17 asamblea del partido, que había sido encabezada por Santiago Oñate y el entonces secretario técnico del consejo político del PRI, César Augusto Santiago, decidió descabezar a su partido, al que apenas 48 horas antes había felicitado calurosamente en el cierre de su asamblea. Ni Oñate ni Santiago eran personas que provenían del equipo cercano al presidente Zedillo: por el contrario, habían sido cercanos a Fernando Ortiz Arana, al propio Carlos Salinas y ninguno de los dos estuvo en el equipo de campaña: pero eran dirigentes ampliamente reconocidos por buena parte del priismo y se legitimaron como tales en esa exitosa 17 asamblea que parecía haber revivido a ese partido.

Pero como ocurrió ahora con Fox, después de ese acto, el presidente Zedillo se sentó con un par de colaboradores, molestos por los "candados" que se habían votado en esa asamblea y, olvidado de la sana distancia, el presidente decidió remover de su cargo primero a César Augusto, e inmediatamente después a Santiago Oñate, designando en sus posiciones a dos de sus más cercanos colaboradores: Esteban Moctezuma y Humberto Roque Villanueva. Esa oscilación de la sana distancia al acto de autoridad (nadie en el PRI había elegido para esos cargos a Esteban y a Roque), fue un golpe mortal para la relación entre el presidente y su partido, una relación que nunca se pudo restaurar, incluso ante el hecho contundente de que Zedillo haya sido, al final, el presidente saliente con mayor grado de aceptación al terminar su mandato. Esa ruptura con el partido se reflejó rápidamente: el PRI perdió la mayoría en el congreso y el gobierno del Distrito Federal en julio del 97, apenas unos meses después del cambio de dirigencia, y ese fue el preámbulo de lo que ocurriría en el 2000.

Ahora, en los hechos, Vicente Fox rompió una relación que nunca había sido buena pero que había asumido que necesitaba, con el panismo doctrinario, ese que, como lo confirmó la reciente asamblea nacional del partido blanquiazul en Querétaro, sigue dominando la mayoría de las estructuras del blanquiazul y que no está satisfecha con Fox ni tampoco parece estar dispuesta a aceptar la candidatura de su esposa, la señora Marta Sahagún de Fox. Una corriente que, podrá o no tener razón pero que realmente cree que la posibilidad de "perder el partido" después de haber ganado el poder (y no están seguros de haber sido ellos quienes lo ganaron) es una realidad. No hubo en la primera mitad de la administración Fox ningún representante de esa corriente en el gabinete, quizás con la excepción de Francisco Barrio. Cuando todos esperaban que Calderón ocupara esa posición fue designado director de Banobras y tiempo después de Energía, para sacar adelante una reforma que, se sabía, sería de las más complejas por las fuerzas cruzadas dentro y fuera de los propios partidos. Es más, cuando estaba en curso el debate en torno a esa reforma, Calderón recibió la orden de bajarle presión a la misma, para darle prioridad a la reforma fiscal que, suponía el gobierno federal, ya estaba "planchada". La historia ya la conocemos, no salió ni una ni otra reforma.

En la primera semana de marzo, Calderón prácticamente tenía decidido no participar en la contienda por la candidatura: sentía que no tenía posibilidades y que desde la posición que ocupaba, éstas no se abrirían. Pero vinieron los videoescándalos y en la asamblea panista el secretario de energía vio que en su propio partido sus posibilidades eran mucho mayores a las esperadas. Y decidió buscar esa candidatura apostando a sus fortalezas internas y buscando cómo ser más conocido entre la gente. El acto de Jalisco fue, en los hechos, su primera presentación "en sociedad" como precandidato, algo que tanto la señora Sahagún como Santiago Creel han hecho desde mucho tiempo atrás.

Las opciones reales de Calderón para ganar en esa carrera, en las circunstancias que prevalecieron hasta el domingo, parecían difíciles, complicadas. Pero algo ocurrió, el presidente se reunió (como hizo Zedillo, en aquel momento, también un domingo, después de la 17 asamblea del PRI) con un par de colaboradores que lo convencieron de que debía imponer mano dura contra un precandidato que no era suyo y que podía salirse de control. Vino el regaño público, una declaración buscada por el presidente (de improvisada no tuvo nada) y la inevitable renuncia de un secretario de energía que, paradójicamente, ahora es un precandidato mucho más libre y más fuerte que nunca antes.

El presidente no sólo perdió un miembro del gabinete: perdió también la relación con el ala mayoritaria de su partido. En su entorno consideran que eso no es importante: que el panismo finalmente tendrá que aceptar que el propio presidente Fox sea el fiel de la balanza (diría López Portillo) en el próximo proceso interno. Y para el gobierno federal sólo puede haber dos candidatos: la señora Sahagún y el secretario Creel, incluso concebidos como una alianza donde el segundo, si no se puede obtener la candidatura para la señora, sea el candidato presidencial mientras la esposa del presidente busca una senaduría, lo que le permitiría hacer una campaña nacional y aprovechar así su popularidad, mayor entre los no panistas que entre los propios miembros de ese partido. Quizás sea una buena fórmula, una buena salida: el problema es que no se puede imponer sin más. Quizás tenía razón Zedillo cuando removió a la dirección del PRI por haberle impuesto los candados, pero nunca entendió que ello le implicaría perder a buena parte del partido y que, hasta hoy, los absurdos candados priistas aún sigan en sus estatutos.

Lo mismo le está pasando al presidente Fox: hay preguntas que deben hacerse y que no han tenido una respuesta. La primera es con quién gobernará el presidente Fox en los dos años que le quedan de mandato. No con los panistas. Pareciera que el primer mandatario está apostando, y fuerte, a su renovada relación con el PRI, vía Roberto Madrazo, para sacar así algunas de las reformas pendientes y para ello cuanto menos "panista" sea su administración, más fácil será sacar esos acuerdos y fortalecer, con ello, las candidaturas que le interesan. Probablemente es verdad pero olvidan algo: que en el 2006 necesitarán, sea quien sea el candidato o candidata, un partido que los apoye, que les dé respaldo y organización. Hoy, quienes podrían jugar ese papel, se sienten lastimados injustamente por un presidente que siente que ya cargó los dados hacia sus favoritos. Lo mismo le pasó a Zedillo en el 2000, y al PRI no le alcanzó para ganar las elecciones. A ver cómo le irá al presidente Fox.

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