La embajadora se suma a la conjura
Columna JFM

La embajadora se suma a la conjura

La lista de los conjurados contra el jefe de gobierno capitalino crece día con día. Este fin de semana se incorporó a ella la embajadora de España en México, Cristina Barrios, quien se atrevió a denunciar la inseguridad en la Ciudad de México y la muerte de cinco españoles en recientes secuestros. El cada día más intolerante jefe de gobierno sólo la calificó de ?mentirosa y deshonesta?. Es verdad que López Obrador no ha viajado casi nunca fuera de México y la política internacional no es su fuerte, pero ahora, ya podemos tener una clara idea de cómo llevará la diplomacia si llega en el 2006 a Los Pinos.

La lista de los conjurados contra el jefe de gobierno capitalino crece día con día. Este fin de semana se incorporó a ella nada menos que la embajadora de España en México, Cristina Barrios, quien se atrevió a denunciar la inseguridad en la ciudad de México y la muerte de cinco españoles en recientes secuestros. El cada día más intolerante jefe de gobierno, "respetando" las formas diplomáticas, sólo la calificó de "mentirosa y deshonesta". Es verdad que Andrés Manuel López Obrador no ha viajado casi nunca fuera de México y la política internacional no es su fuerte, pero ahora, gracias a esta declaración contundente y al antecedente de sus denuncias anteriores contra el departamento del Tesoro y la DEA estadounidenses, con motivo del video donde se ve jugando al entonces secretario de Finanzas del GDF en Las Vegas, ya podemos tener una clara idea de cómo llevará la diplomacia si llega en el 2006 a Los Pinos.

Luego de la virulencia con que fue descalificada la muy respetada, en otros ámbitos, embajadora de España en México, sólo falta, para ponerse a tono con los aires libertarios, el histórico grito de vamos "a cazar gachupines".

Y es que el jefe de gobierno está enojado, está molesto y ya no busca saber quién se la hizo sino quién se la pague. Desgraciadamente, esta semana tendrá mayores motivos aún para el enojo. Dentro de una semana, el domingo 27 está convocada a las once de la mañana la marcha contra la inseguridad y los secuestros que convocan más de 80 organizaciones sociales de las más diversas características. Y pese a que diferentes funcionarios capitalinos han aceptado la legitimidad de la misma, el jefe de gobierno sigue insistiendo, con todas las pruebas en contrario, que se trata de una marcha convocada por El Yunque. Lo único que permite afirmar esa insólita posición es que uno de los muchos convocantes es Guillermo Velazco Arzac, un hombre al que en el libro El Yunque de Alvaro Delgado, se incluye entre los integrantes de esa organización. Nadie más entre los organizadores tiene esa adscripción, y entre ellos se encuentran prácticamente todos los líderes empresariales de la ciudad; en primerísimo lugar hombres como Fernando Schütte, presidente del consejo consultivo de la secretaría de seguridad pública capitalina y con posiciones políticas según su propia descripción "jacobinas y liberales"; víctimas de secuestros que participan en distintas organizaciones; prácticamente todos los medios de comunicación y un altísimo porcentaje de comunicadores. Y la gente, sobre todo la gente: la más reciente encuesta de María de las Heras, confirma que una cifra increíblemente alta de personas aseguran que es "muy probable" que vayan a la marcha: nada menos que un 14 por ciento, lo que en números duros implica casi dos millones de personas, e incluso un 29 por ciento, dijo que "probablemente" pudiera ir a esa concentración. No hablemos de millones, quedémonos con algunos cientos de miles. Si es así, será la mayor marcha organizada por grupos civiles sin participación de los partidos o el gobierno, en la historia contemporánea de México.

Y eso es lo que molesta al jefe de gobierno. Entiende la marcha del próximo 27 casi como un ataque directo a su persona y lo incorpora entonces a la lógica del complot. Como todo político que dice que se mueve sólo por lo que le dicta "la gente" cuando esa gente comienza a organizarse sola, termina generándose en él la desconfianza y trata de atribuirle intenciones extrañas a ese movimiento. Por eso, la insistencia en señalar al Yunque o tratar de encontrar a como dé lugar la partidización de esa marcha, llegando incluso al ridículo de querer demostrarlo con la presencia de una diputada local en Perisur o diciendo que un funcionario de una delegación capitalina está convocando a ella, pese a que luego se demostró que dicho funcionario no era tal. Pero, ¿alguien, haciendo un análisis desapasionado del tema, podría asegurar que un grupo como el Yunque, o una o dos diputadas locales, podrían detonar un movimiento social de estas características?. Es absurdo, y si fuera verdad tendríamos allí a una fuerza política descomunal.

En realidad, lo que moverá a miles de personas el próximo domingo, para concurrir a la marcha en la ciudad de México (y posiblemente también en otras ciudades del país donde se está convocando simultáneamente con los mismos objetivos), es una causa, no un principio político o ideológico. En realidad, lo que sucede es que una enorme cantidad de personas de derecha, de centro, de izquierda o sin interés político alguno, estamos hartos de la inseguridad que priva en la ciudad y en buena parte del país, de seguir haciendo cotidianamente el recuento de víctimas, de seguir observando el grado de impunidad que tienen los delincuentes y creemos que las autoridades, de todo tipo, son las responsables de no poner el acento y el interés suficiente para darle solución a ese problema.

Los gobernantes inteligentes han actuado exactamente al revés de lo que ha hecho López Obrador ante exigencias similares en otros países. En Colombia, que detenta el mayor número de secuestros del mundo (aunque la tendencia en los últimos tiempos ha sido decreciente), el presidente Alvaro Uribe ha tomado como suya esa bandera y ha tratado de encontrar todo tipo de salidas a un conflicto que incluye la inseguridad pública, pero también la confluencia de ésta con el narcotráfico y las organizaciones armadas. Lo que nadie ha escuchado jamás del presidente Uribe es decir que las exigencias sociales contra el secuestro y la inseguridad (hace unas semanas, la prestigiada revista Gatopardo celebró su aniversario publicando varias páginas con los nombres de todas las personas que permanecen secuestradas en Colombia, como un homenaje a ellas y una exigencia a las autoridades para que recuerden que allí están y deben luchar por su libertad) provienen de grupos políticos que quieren desestabilizar su gobierno.

Un movimiento muy similar al que se ha dado en México, viene dándose en Argentina, donde luego de la brutal crisis económica de los últimos años, se han acrecentado en forma notable la inseguridad y el secuestro. El asesinato de un joven detonó una movilización social que terminó con una marcha de medio millón de personas para exigir ante el congreso reformas legales que limiten la impunidad de los delincuentes. Como el presidente Néstor Kichner, de centroizquierda, acababa de asumir el poder, algunos de sus asesores quisieron ver esa movilización como una expresión de la derecha para presionar al nuevo gobierno. Y algo de eso podía ser verdad, pero Kichner los ignoró y en lugar de comenzar a denunciar las movilizaciones, trató de hacerlas suyas, de presionar al congreso para que apruebe algunas reformas imprescindibles, recibe cotidianamente a los principales organizadores de ese movimiento (ninguno de los cuales es ni remotamente cercano a Kichner) y les pide consejo sobre qué medidas adoptar. Pero por supuesto lo que no ha hecho es descalificar a esos dirigentes sociales ni a ese movimiento porque sabe, como ocurre en Colombia y también en Brasil (donde el presidente Lula tiene una oposición frontal de los poderosísimos grupos del crimen organizado de Río de Janeiro, que han llegado incluso a convocar paros organizados por la propia mafia en la ciudad, y lo mismo sucede en Sao Paulo), que se trata de hechos reales, de expresiones sociales que reflejan la inquietud de la ciudadanía. Y vaya que Uribe, Kichner o Lula, tienen presiones durísimas en su contra. Pero ninguno ha dicho que los reclamos por la inseguridad son parte de complots, de conjuras contra sus administraciones.

Ojalá el jefe de gobierno pueda comprenderlo. Mientras tanto, con su discurso cada día más duro, con su actitud intolerante, con su denuncia hacia los medios que no siguen escrupulosamente su línea, con sus insultos gratuitos nada menos que a la embajadora de España (una nación clave para las relaciones internacionales de nuestro país) Andrés Manuel sigue acumulando enemigos, adversarios reales o supuestos y se sigue aislando cada día más, alejándose de ese centro que algún día ocupó. Es exactamente lo contrario de lo que cualquier político sensato le aconsejaría hacer. Algunos dirán que con esa estrategia de confrontación, el día de mañana podrá llegar al poder. La pregunta, entonces, es con quién piensa gobernar.

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