La alianza ¿imposible?
Columna JFM

La alianza ¿imposible?

Como en algunas peleas de box, la reunión de hoy en la tarde entre el presidente Fox y el jefe de gobierno, Andrés Manuel López Obrador, ha sido calificado por algunos observadores casi como ?el encuentro del siglo?. En realidad, la reunión de ambos funcionarios no generará nada de importancia: ni el famoso desafuero ni los desencuentros políticos evidentes entre ambos se solucionarán con este encuentro.

Como en algunas peleas de box, la reunión de hoy en la tarde entre el presidente Fox y el jefe de gobierno, Andrés Manuel López Obrador, ha sido calificado por algunos observadores casi como "el encuentro (o la pelea si usted lo prefiere) del siglo". En realidad, la reunión de ambos funcionarios no generará nada de importancia: ni el famoso desafuero ni los desencuentros políticos evidentes entre ambos se solucionarán con este encuentro. Habrá, sin duda, palabras sobre la convivencia, la pluralidad y el respeto entre los poderes, pero incluso, si hacemos un seguimiento puntual de lo hecho y lo dicho tanto por Andrés Manuel como por el presidente Fox en los últimos días, veremos cómo ambos llegan a ese encuentro sin haber, casi, reducido su artillería verbal en contra del otro.

Sin duda, el que se sienten y dialoguen, de lo que sea, siempre será preferible a que no exista comunicación entre ambos. Pero no nos engañemos, el encuentro en sí mismo, si no hay de ambas partes objetivos claros de hacia dónde y cómo se quiere llegar, no pasará de ser eso: una señal de que, pese a la crispación política, aún pueden sentarse juntos. No es poco pero tampoco parece ser demasiado.

Lo extraño es que mientras estamos un poco deslumbrados por un encuentro que no puede tener resultados importantes (no está concebido ni diseñado para eso), estamos perdiendo de vista algo mucho más trascendente: los movimientos que se están dando para tratar de reformar el sistema político y garantizarle un margen de gobernabilidad mayor al mismo, reformas que debemos insistir en ello, hoy son más importantes que las promocionadas reformas estructurales. Por una razón muy sencilla: claro que son necesarias las reformas fiscal, energética, del sistema de jubilaciones y pensiones, la laboral, las de seguridad y otras. Pero siendo imprescindibles, no saldrán adelante por generación espontánea: la política, nos guste o no, no funciona de esta forma. Se deben establecer incentivos y espacios de gobernabilidad comunes para poder llegar a esos acuerdos, asumiendo que todos ellos generan costos, y la única forma que entienden los partidos para resarcirse de éstos, es que esas reformas les generen espacios de poder. ¿Por qué apoyó el PAN las reformas en el periodo salinista?. Quizás por convicción pero sobre todo porque el apoyar esas reformas les permitía, de forma directa o indirecta (recordemos las llamadas concertacesiones), acceder a mayores espacios de poder. ¿Por qué el PAN dejó de apoyar esas reformas en el periodo de Zedillo?. Porque se acabaron esas negociaciones y esos espacios y el PAN apostó a lo que finalmente obtuvo, quedarse con el poder federal, sacar, como dijeron al PRI de Los Pinos. Hay, por supuesto, muchas más razones válidas en torno a este tema, pero ninguna será coherente si no parte de estos principios.

Por eso mismo llamó profundamente la atención lo sucedido en el foro sobre gobernabilidad que se está desarrollando en la cámara de diputados. Ya desde agosto pasado adelantamos que el eje sobre el que giraría el trabajo del PRI en la cámara de diputados sería en torno a algunas reformas importantes pero de bajo perfil, y que pondrían mucho empeño en sacar adelante el tema de la gobernabilidad y, sobre todo, una modificación que implicaría, por sí sola, casi una transformación total en el sistema: la creación de la figura del primer ministro o jefe de gabinete.

Esta semana en la inauguración del foro en San Lázaro, Manlio Fabio Beltrones volvió a presentar esa propuesta y en las sucesivas intervenciones, esa propuesta fue apoyada o presentada también a título personal, por personajes aparentemente tan dispares como José Woldenberg, el ex presidente del Consejo General del IFE, por la presidenta de la Fundación Colosio, Beatriz Paredes (que presentó también la propuesta de la segunda vuelta electoral, que rechazó a su vez Woldenberg, probablemente con argumentos sólidos) y el fundador del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas. Todos insistieron en ese mecanismo, para que funcionara a través de una fórmula sencilla: el presidente de la república propondría a ese jefe de gabinete o primer ministro, y la mayoría del congreso (algunos hablan del senado como cámara de origen de esa aprobación, otros de la necesidad de que intervengan ambas cámaras) lo ratifica. Ello obliga a acuerdos legislativos con los partidos y sus bancadas parlamentarias e inevitablemente lleva, de una u otra forma, a la transformación de nuestro todavía férreo sistema presidencialista, en un sistema semipresidencialista que puede adecuarse mucho mejor a la nueva (ni tan nueva: se arrastra desde 1997) realidad política que vivimos. En los hechos, por primera vez diferenciaríamos las funciones del jefe de Estado de las del jefe de gobierno. Y para iniciar ese proceso no se requería más que esta reforma, sencilla en apariencia y muy profunda en contenido.

La coincidencia muestra también la preocupación de diferentes personalidades, aunque no lo expresen con esa claridad, respecto a la debilidad (y yo agregaría hasta al irresponsabilidad) que pueden mostrar algunos de los principales aspirantes a gobernar el país a partir del 2006 y la necesidad política de no entregar la suma del poder público a una sola persona, obligando a los acuerdos y consensos, ya no sólo de ciertos personajes sino de fuerzas políticas mucho más articuladas. Y en esto no hay casualidades: que terminen coincidiendo en lo mismo personajes como Cárdenas, Manlio, Beatriz o Woldenberg no es casualidad. Quizás si el día de mañana se colocara a algunos de los principales precandidatos (de todos los partidos) a opinar sobre lo mismo, probablemente sus posiciones serían diferentes porque quieren el poder para sí y no llegar "debilitados" desde ahora. Pero para quienes están apostando más a la gobernabilidad que a la grilla, quienes están jugando más con la idea de reformar instituciones para que exista mayor estabilidad, que con el simple apetito de poder unipersonal, en estas reformas puede estar el secreto de un sistema político más eficiente y serio para nuestro futuro.

Legisladores de segunda

La semana pasada, un numeroso grupo de nuestros legisladores fueron a Cuba a "mejorar" las relaciones con el gobierno cubano, luego de la crisis de mayo pasado. Lo hicieron a través de una nueva reunión interparlamentaria que se realizó en La Habana, donde nuestros legisladores disfrutaron de las mieles que aún otorga a sus visitantes distinguidos esa bella ciudad. Ya es discutible en sí mismo que se realicen estas interparlamentarias con congresos que son unipartidarios, producto de elecciones no democráticas y que dependen absolutamente de los dictados del señor que gobierna la isla desde 1959, sin permitir oposición alguna. Pero más lamentable es que, como dijo el principal disidente en Cuba, Oswaldo Payá, nuestros legisladores hayan sido tan cobardes como para ni siquiera tocar, dentro o fuera de agenda, el tema de los derechos humanos y los presos políticos en la isla. Qué pusilánimes resultaron, con qué poco (quizás algo de ron, un poco de fiesta) los compró, a todos, el gobierno de Castro.

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