La mentira no rinden
Columna JFM

La mentira no rinden

Un lector, de esos que desgraciadamente envían sus mensajes en forma anónima, sin proporcionar su nombre, se queja de que criticamos mucho al jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador en lugar de ocuparnos de los temas de seguridad nacional. El jefe de gobierno se ha impuesto la tarea, desde el inicio de su administración, de imponer la agenda política, hablando, todos los días, de todos los temas, en ocasiones dice mentiras, comete demasiadas inexactitudes, se equivoca consciente o inconscientemente una y otra vez, lo hace presentando como algo nuevo, un proyecto de nación que ya ha fracasado en el pasado.

Un atento lector, de esos que desgraciadamente envían sus mensajes en forma anónima, sin proporcionar su nombre, se queja de que criticamos mucho al jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador en lugar de ocuparnos más de los temas de seguridad nacional que son sus preferidos. En realidad, tiene en buena medida razón: preferiríamos hablar menos de López Obrador y más de otros temas nacionales, pero resulta que se combinan dos tendencias que impiden soslayar la información al respecto.

Por una parte, el jefe de gobierno se ha impuesto la tarea, desde el inicio de su administración, de imponer la agenda política cotidiana, hablando, todos los días, desde las seis de la mañana, de todos los temas, lo que le ha rendido muchos frutos publicitarios pero también lo expone mucho más que cualquiera de nuestros otros actores políticos. Y segundo, porque al hablar tanto, todos los días, López Obrador dice en ocasiones mentiras, comete demasiadas inexactitudes, se equivoca conciente o inconscientemente una y otra vez y, además, lo hace presentando como algo nuevo, un proyecto de nación que ya ha fracasado en el pasado.

Es verdad que todos los actores políticos se equivocan y mucho, que algunos mienten y otros "tuercen" la realidad, pero ninguno lo hace con tanta insistencia y enjundia como el jefe de gobierno. Con un agregado personal: quienes nos hemos educado, crecido y formado en una lógica de progresista y liberal, nos resulta muy difícil entender que un discurso paternalista, clientelar e incluso conservador, pueda ser confundido con algo realmente novedoso para la política nacional. Uno sabe qué esperar de los priistas tradicionales o del panismo, puede apoyarlo o no, pero por historia deberíamos esperar algo diferente de la izquierda o del perredismo. No ha sido en general así. Y ello es lo que se torna desconcertante.

Ayer, López Obrador volvió a demostrar una deliberada intención de torcer la verdad. Hace apenas dos semanas insistió públicamente, lo declaró una y otra vez, que él no se había reunido desde hacía más de un año con el presidente de la Corte, Mariano Azuela ni con ninguno de los miembros del máximo tribunal. Aquí dijimos que no nos constaba si se había reunido o no con Azuela (a pesar de que el propio presidente de la Corte dijo que sí se había reunido con el jefe de gobierno en el último año) pero que sin duda, como en su momento también aquí lo publicamos, el jefe de gobierno se había reunido, en más de una oportunidad, con el ex presidente de la Corte y actual ministro, Genaro David Góngora Pimentel. Ayer, el periódico Crónica publicó en su primera plana que no sólo en una sino que en por lo menos tres oportunidades, López Obrador se había reunido con Azuela y además en un muy conocido restaurante de la ciudad de México, la última vez en marzo pasado, después de que estallaran los llamados videoescándalos.

El jefe de gobierno se puso lívido en su conferencia de prensa matutina y trató de desviar la atención, primero diciendo que no recordaba bien las fechas (cuando desmintió los encuentros se acordaba perfectamente), luego confundiendo marzo de este año con el mismo mes del año pasado y luego con frases tan absurdas como decir que él "no se había reunido" con el presidente de la Corte sino que sólo se habían "encontrado para cenar" (y seguramente para hablar de fútbol, o béisbol según la preferencia deportiva del jefe de gobierno). Finalmente, una vez más, interrumpió su conferencia de prensa abruptamente y se retiró sin contestar las preguntas de los reporteros. Le habían caído en una mentira y no la podía negar.

El problema, obviamente, no es que se haya reunido una, dos, tres o quince veces con el presidente de la Corte, sino que hace apenas unos días lo haya negado con firmeza y que ahora se compruebe que nos estaba mintiendo. Richard Nixon tuvo que dejar la presidencia de los Estados Unidos no porque un grupo de espías del partido republicano se hubieran metido en las oficinas del partido demócrata para espiar a sus oponentes sino porque el presidente, sabiendo del origen del incidente, una y otra vez negó haber tenido conocimiento del mismo, hasta que se reveló que siempre lo había sabido. Debió renunciar porque había mentido. Y el jefe de gobierno suele mentir con demasiada facilidad y cree que jamás deberá pagar los costos. Y pocas cosas son más peligrosas que un gobernante que ocultar la verdad para proteger sus intereses aunque éstos sean legítimos. ¿Cómo podemos saber que lo que dice López Obrador respecto a que no supo cómo se le escapó su secretario de finanzas, Gustavo Ponce Meléndez a la PGJDF es verdad?¿cómo podemos creerle cuando dice, contra todos los antecedentes políticos, que René Bejarano no era su principal operador y que él no sabía que estaba recibiendo dinero de Carlos Ahumada?

No es el único caso en los últimos días. Este viernes, el gobierno capitalino anunció con bombos y platillos que el ex gobernador de Zacatecas, Ricardo Monreal, una de las cartas de mayor peso en la estructura del perredismo nacional, se incorporaba al gobierno del DF en la modesta posición del procurador social, en reemplazo de Patricia Ruiz Anchando que fue designada como delegada en la Gustavo A. Madero.

No era verdad. Monreal había hablado sobre la posibilidad de incorporarse al equipo de López Obrador pero no habían quedado en nada. Además, el propio ex gobernador le había advertido al jefe de gobierno que no cumplía con los requisitos legales (tener por lo menos un año de residencia en la capital del país) como para ocupar un cargo en el GDF. Le dijeron que eso no era problema, que nadie lo iba a impugnar (y otra vez, quizás inconscientemente, se volvía a reiterar que la norma no es importante, que es sólo una letra muerta que se puede sortear). El secretario de gobierno, Alejando Encinas confirmó la "designación" el viernes, antes de que Monreal se reuniera con López Obrador. Horas después debió reconocer que Monreal no había aceptado y López culpó a Encinas de la imprudencia, como si éste pudiera hacer designaciones de ese nivel sin consultarlo previamente con su jefe.

En realidad, hubiera sido absurdo que Monreal aceptara esa designación. Desde allí no sólo no podría competir por la candidatura presidencial, sino que ni siquiera sería decorosa para buscar ser una suerte de coordinador de campaña para el propio López Obrador o para Cuauhtémoc Cárdenas o para presidir el día de mañana el PRD. En los hechos, con esa designación, el jefe de gobierno le daba "chamba" al ex gobernador (que inteligentemente no está en busca de, como él dice, vivir a toda costa en el presupuesto) pero al mismo tiempo, lo quitaba de la jugada. Pero todo, dicen ahora, se debió a un malentendido. ¿Usted cree?

¿No nos importa?

Dijo el canciller Luis Ernesto Derbez, ayer, que a la administración Fox no le importa quién será el próximo presidente de los Estados Unidos sino cómo quedará compuesto el congreso, porque es allí, dijo Derbez, donde se deberán discutir iniciativas como la migratoria. No es verdad y si lo es, se está cometiendo un grave error: por supuesto que al gobierno de México le debe importar quién quedará en la Casa Blanca y no será lo mismo si es Bush o Kerry. Es diferente si se dijera que la administración Fox no tiene simpatía pública por ninguno de los contendientes, pero importar, importa y mucho. Tampoco es verdad, por lo menos no en términos absolutos, que en el Congreso se definirán iniciativas como un hipotético acuerdo migratorio. Conociendo el poder de un presidente estadounidense, con un sistema presidencialista tan activo como el de Washington, lo que no salga de la Casa Blanca, independientemente de quien termine encabezando el Congreso, no se convertirá, sobre todo en el ámbito migratorio, en ley. Quizás el Congreso puede bloquear una iniciativa presidencial, pero pensar que actuará en ese aspecto por encima de la Casa Blanca es por lo menos utópico.

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