El gallo no está desplumado, pero el gallinero está en crisis
Columna JFM

El gallo no está desplumado, pero el gallinero está en crisis

Una y otra vez, el jefe de gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, ha dicho que los nueve meses de continuos escándalos no le han quitado ni una pluma a su gallo, en referencia a sus posibilidades para el 2006. Como declaración de banqueta, ello quizás pudiera tener alguna lógica, pero cuando se analiza la política real, las cosas son diferentes. El jefe de gobierno no ha caído dramáticamente en la encuestas de popularidad, pero cuando se analizan ya candidaturas y partidos con posibilidades reales de voto, su presencia se ha debilitado.

Una y otra vez, el jefe de gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, ha dicho que los nueve meses de continuos escándalos en torno a su administración no le han quitado ni una pluma a su gallo, en referencia a sus posibilidades para el 2006. Como declaración de banqueta, ello quizás pudiera tener alguna lógica, pero cuando se analiza la política real, las cosas son diferentes. Es verdad que el jefe de gobierno no ha caído dramáticamente en la encuestas de popularidad, pero cuando se analizan ya candidaturas y partidos con posibilidades reales de voto, su presencia se ha debilita. Cuando se ven los números electorales del PRD, se comprueba que éstos no habían sido tan malos desde hace por lo menos siete años, con la diferencia de que entonces era una fuerza electoral que iba en ascenso (salvo en el 88 jamás le ha ido tan bien en el plano electoral como en 1997) y ahora parece estar en franca picada electoral y orgánica.

No es una buena noticia. El país requiere de una izquierda sólida, con capacidad y opciones, no sólo como un factor de equilibrio sino también como una posibilidad real de llegar al poder. El problema es que el PRD está haciendo hoy todo como para desdibujar completamente esa posibilidad, incluso si se toman en cuenta las estrategias adoptadas por López Obrador y su equipo que en muchas ocasiones poco y nada tienen que ver con las seguidas por el partido. El PRD se ha desdibujado hasta convertirse hoy en una caricatura y todo muestra que esa tendencia se fortalecerá en el futuro si no toma medidas serias, de fondo.

Los números no mienten (por lo menos no siempre) y mientras la popularidad de López Obrador ha comenzado a observar una tendencia decreciente (que va de la mano con algo que el jefe de gobierno no puede ignorar: el hecho de que cada vez más electores se han polarizado en su contra), las cifras electorales del perredismo apuntan hacia la catástrofe: hoy, si nos ceñimos a los números, el PRD ni siquiera es el partido del 18 por ciento que tanto se ha criticado en el pasado.

La responsabilidad de esta crisis (además de una estrategia absurda de un partido tan metido en la sucesión adelantada que ya se está repartiendo la presidencia de la república cuando aún está demasiado lejos, en todos los sentidos, de ella,) deriva de que, en esa misma lógica, todo se puso en función de una sola persona: Andrés Manuel López Obrador. Algunos dirán que ello es el reflejo de ese priismo antiguo que todavía vive en el corazón del PRD. Pero se equivocan: cualquier viejo priista les diría que jamás hay que poner todas las expectativas en una sola persona, que la estrategia del tapadismo tiene ese origen y ese fin, con la idea de no comerse en forma temprana las expectativas políticas, ocultar al verdadero favorito, contar con varias cartas para poder jugar de acuerdo a las circunstancias y evitar el desgaste de sus auténticas opciones. Es casi el ABC de la política, pero el PRD, entusiasmado con un poder que en muchas ocasiones no conoce (y utilizado en muchas ocasiones por compañeros de ruta que lo conocen muy bien pero quieren utilizarlo en su personal y exclusivo beneficio), hizo todo lo contrario: López Obrador se convirtió en un fin en sí mismo y el partido, cuando comenzaron las vicisitudes de éste, comenzó a sufrir de una forma notable.

Porque el error se redobló al mismo tiempo que el propio jefe de gobierno impulsó esa estrategia y no paró a tiempo (al contrario, la alentó) la lucha interna, misma que jamás se había dado de una forma tan brutal en los más de 15 años de vida del PRD, y que comenzó con la propia elección de Andrés Manuel, con su inmediata ruptura con Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Robles. Las causas pueden ser muchas y de todas se habla, desde presuntas deslealtades políticas, hasta historias estrictamente personales, pasando por diferencias políticas profundas. Pero hay un hecho irrefutable: López Obrador quería, necesitaba, deshacerse de Cárdenas, porque consideraba que éste ya debía dejar el liderazgo del partido luego de la derrota del 2000; necesitaba también borrar del escenario a Rosario Robles, primero, por las divergencias personales surgidas entre ellos en los meses anteriores a la elección pero también porque en esas fechas Rosario era más popular que Andrés Manuel, tenía el respaldo de Cárdenas y si había sucesión en el PRD, ella apuntaba con mayores posibilidades para ser su sucesor.

La relación de Bejarano y la tristemente célebre corriente de izquierda democrática con López Obrador viene de mucho más atrás y tiene raíces comunes en los tiempos en que ambos tenían de una relación muy compleja y muy especial con Manuel Camacho, mientras éste era el regente capitalino, precisamente en el sexenio de Carlos Salinas. El propio Gustavo Ponce Meléndez expone parte de esa relación en su declaración ministerial, cuando cuenta que desde años atrás e incluso en el periodo de Oscar Espinosa Villarreal, Bejarano cobraba como aviador en el gobierno del DF. Pero Andrés Manuel se apoya en Bejarano y su corriente por dos razones: primero, porque cuando comienza su alejamiento de Cárdenas y Rosario no tiene apoyos internos importantes (recordemos que cuando comenzó a buscar la candidatura del GDF tuvo una durísima oposición de personajes como Pablo Gómez y Demetrio Sodi, que insistieron, y tenían razón, en que no cumplía con los requisitos legales para ocupar esa responsabilidad) y la CID estaba cruelmente enfrentada con Cárdenas y Rosario desde tiempo atrás. Pero también porque esa corriente le permitió agenciarse los grupos clientelares priistas que aún controlaban Camacho y Ebrard.

Con el tiempo también se acercaron a López Obrador los integrantes de los Chuchos, encabezados por Jesús Ortega, pero sólo siendo parte de una estricta división de poder interno, porque siempre fueron considerados los principales adversarios de las fuerzas de Bejarano. Fue entonces cuando se planteó públicamente el desplazamiento de Cárdenas y se hicieron muchos esfuerzos por descalificar a Robles e impedir que llegara a la presidencia del partido. Cuando, a pesar de todo lo logró, desde el DF le restaron todo el apoyo. Y la canibalización adoptó carta de ciudadanía en el partido.

Los videos y todo el conflicto generado en torno a Carlos Ahumada es parte de ese proceso de descomposición y de esas puertas abiertas a la guerra interna que se generó desde muchos meses atrás. Ya que muchos perredistas se dicen marxistas deberían apelar al materialismo dialéctico y entender que la suma de cantidad deviene, en cierto momento, en un salto en calidad. La presión acumulada, la lucha soterrada fue tanta que, finalmente, todo estalló.

Ahora, con la comprobación fehaciente de que López Obrador no es indestructible; cuando comienzan a verse las primeras pruebas de que Ponce Meléndez sí tiene información que les puede doler; cuando los números electorales demuestran que Cárdenas tiene razón y que la tarea prioritaria del partido tendría que ser su propia organización y expansión territorial y no la sucesión adelantada (que era parte de la estrategia de Robles de superar el 20 por ciento en el 2003 y llegar a los cien diputados); cuando la votación ha caído en las últimas elecciones en forma geométrica; cuando Cárdenas ya ha dicho en todos los tonos posibles que sí buscará la candidatura presidencial y se observan respaldos de distintos sectores no perredistas a la misma (impensables en el pasado), es ahora cuando algunos sectores del PRD comienzan a tratar de armar una estrategia de control de daños: Leonel Godoy ha aceptado la magnitud del error e insiste en deslindarse de Bejarano y asociados, Jesús Ortega, finalmente intenta establecer una separación terminante con esos grupos, el propio López Obrador comienza a modificar su discurso, aunque no se decide a romper finalmente con una corriente que necesita para su proyecto electoral. No es una situación sencilla, mucho menos se podrá resolver con simple voluntad política. Sí le han quitado plumas al gallo del jefe de gobierno y más grave aún: el gallinero parece estar viviendo una situación crítica.

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