El linchamiento del PRD
Columna JFM

El linchamiento del PRD

Al PRD, que alguna vez fue el principal partido de izquierda en México lo están linchando, se lo están acabando de una forma infame: lo asfixian política y financieramente, le quitan programas, principios, militancia y votos, lo despojan de su ética política progresista y lo suben al carril del más absurdo oportunismo. Si hasta las elecciones del 2003 era el partido del 18 o 20 por ciento, hoy está por debajo del 15 por ciento y sigue descendiendo, mientras el partido se ha convertido en una caricatura de sí mismo.

Al PRD, que alguna vez fue el principal partido de izquierda en México (ojalá la Alianza Socialdemócrata que encabeza Patricia Mercado finalmente obtenga el registro, por lo menos para ocupar ese espacio político e ideológico en nuestro escenario electoral) lo están linchando, se lo están acabando de una forma infame: lo asfixian política y financieramente, le quitan programas, principios, militancia y votos, lo despojan de su ética política progresista y lo suben al carril del más absurdo oportunismo. Si hasta las elecciones del 2003 era el partido del 18 o 20 por ciento, hoy está por debajo del 15 por ciento y sigue descendiendo, mientras el partido se ha convertido en una caricatura de sí mismo.

Todo por sostener a muerte y sin ninguna racionalización que vaya más allá de la ambición de poder de cortísimo plazo, la candidatura, sin oposición interna, sin discusión, sin críticas, de Andrés Manuel López Obrador. Al jefe de gobierno, como viejo caudillo priista, hay que tolerarle todo, a sus adversarios internos, aunque hayan dado al partido muchísimo más que él, hay que acabarlos; al partido llevarlo al precipicio con tal de conseguir a como dé lugar, en la derecha, el centro o la izquierda, apoyos, aunque terminen siendo inconfesables. Lo paradójico es que mientras el PRD está siendo linchado por un grupo de sus propios dirigentes, López Obrador sólo está pensando en cómo salvar el pellejo y la cabeza para poder llegar, como sea, al 2006 y sus aduladores no saben cómo deslindarlo de los actos de corrupción e ineficiencia de su administración: si sus principales funcionarios son descubiertos robando dinero público o aceptando sobornos privados, tratan de descubrir el "compló", en su contra, organizado por quien sea; si sus obras públicas se retrasan, cuestan el doble de lo presupuestado y no se sabe de dónde sale el dinero para financiarlas, no importa, se inauguran una y otra vez aunque no estén terminadas y se paga una suculenta campaña publicitaria en los medios elegidos para que el hecho pase desapercibido, aunque la ciudad sigue estando intransitable; si en una colonia de la capital, o sea bajo su jurisdicción política y de seguridad, una turba lincha y mata a dos policías federales, la culpa es de las víctimas, ¿quién los manda a investigar algún delito federal, meterse con los "usos y costumbres" del pueblo?; jamás se ha escuchado de la boca de López Obrador que se haya cometido un error en su administración, que uno sólo de sus funcionarios, aunque hayan sido agarrados con las manos en la masa, sea descalificado. López Obrador puede hacer suya la frase del que ha declarado como su principal adversario: a los críticos "ni los veo ni los oigo". El grado de intolerancia hacia la crítica resulta pasmoso en un hombre que aspira a ser presidente de la república.

Pero para poder hacer todo eso hay que desarticular al partido que lo acercó al poder, hay que quitar cualquier contrapeso. Si no se acepta la crítica externa menos se puede tolerar la interna: quienes no lo apoyan son traidores y como tal deben ser tratados, se llamen Cauhtémoc o Lázaro Cárdenas, Ramón Sosamontes o Rosario Robles. No importa cuánto les deba (en todos los sentidos) el jefe de gobierno para haber alcanzado la posición que hoy ocupa, el hecho es que no están con él, por lo tanto deben ser destruidos. Por eso también las bases, los comités del partido en los estados, donde el lopezobradorismo y su principal fuente de apoyo, que es la corriente que encabeza René Bejarano no tiene peso, debe ser destruida, reemplazada por otro tipo de personajes que nada tienen que ver con el PRD, mientras que la Nueva Izquierda que encabeza Jesús Ortega se va desdibujando al mismo ritmo que el que ha decidido que será su candidato, acompañándolo en cada uno de sus giros políticos, cada vez más caudillescos y conservadores, con un discurso tan añejo que sólo puede competir con el más anquilosado priismo.

Las decisiones que ha tomado el PRD para seguir este curso en las últimas semanas deja un saldo desolador para ese partido. No sólo el PRD ha perdido en las última elecciones un estado, Tlaxcala, por aceptar la candidatura (impulsada por López Obrador) de Maricarmen Ramírez, sino que su votación se cayó hasta en cuatro veces en algunos estados, como Sonora, donde el paso, este fin de semana de López Obrador para presentar su libro, se dio sin pena ni gloria. El problema mayor son las designaciones de candidatos que ha realizado el PRD. De todas ellas sólo se salva la de Zeferino Torreblanca en Guerrero, que en realidad deviene del peso que este empresario que no es militante del PRD ha adquirido en el estado y particularmente en Acapulco. Lo demás es zona de catástrofe.

Lo decidido por el PRD en Hidalgo y Quintana Roo debería ser considerado, por sus propios militantes, como una alta traición. En Hidalgo finalmente se designó como candidato a gobernador a José Guadarrama, quien ha sido, muy probablemente, el hombre que más trapacerías electorales ha realizado en contra del PRD en años, particularmente en diferentes elecciones michoacanas. Es más, el propio Guadarrama dejó el PRI en el 2001, luego de ser uno de los operadores de la campaña de Francisco Labastida, cuando desde el corazón de ese mismo equipo comenzaron las denuncias sobre el "comportamiento" asumido por Guadarrama con los dinero de la campaña, que nunca llegaron a su destino, incluyendo muchos de los recursos del Pemexgate. Cuando las denuncias crecieron, Guadarrama renunció al PRI y se acercó al PRD para encontrar, suponemos, una coartada, una cobertura política. Ha tenido éxito: mientras todos los indicios muestran que en los problemas de dinero que se dieron en esa campaña priista, Guadarrama estuvo en un primerísimo lugar, quien era formalmente su superior pero que no intervino en los mismos, Carlos Almada (un político serio y honesto que fue rebasado por este tipo de personajes), está prófugo y perseguido por la justicia. En una acción inconcebible, que una vez más, el único dentro del PRD que se atrevió a denunciarla públicamente fue Cuauhtémoc Cárdenas, Guadarrama es ahora candidato de ese partido a gobernador. Resulta inconcebible que el propio CEN del partido declare al hacer la designación que "asumirán el costo político" de la misma, pero que el objetivo es aumentar el caudal electoral. O sea que no hay principio alguno que sea más importante que un puñado de votos, aunque provenga de alguien en las antípodas del partido.

Lo mismo ha ocurrido en Quintana Roo, donde el PRD designó como su candidato al alcalde de Benito Juárez, Cancún, Juan Ignacio García Zalvidea, un vivales que en menos de un sexenio ha estado en el PRI, donde fue un cercano colaborador de Mario Villanueva, en el PAN, donde lo hicieron senador, en el Partido Verde, donde lo hicieron presidente municipal y ahora en el PRD donde lo lanzarán como candidato a gobernador. Lo más grave no es esa completa ausencia de principios políticos exhibida en unos pocos años (digna de un Santa Anna posmoderno), sino los malos manejos de los que ha sido acusado antes de saltar de un partido a otro, de una responsabilidad pública a la otra. Con el agravante de que su principal patrimonio político son los recursos con los que cuenta para financiar sus propias campañas, recursos cuyo origen en muchas ocasiones se desconocen. Su hermano, el también hotelero Fernando García Zalvidea, estuvo detenido largos meses, acusado de lavar dinero para el narcotráfico y a pesar de las sólidas acusaciones en su contra, terminó siendo liberado por una campaña realizada en México y en Estados Unidos por varios personajes panistas de alto nivel (fue cuando lanzaron a su hermano como senador, en el 2000) y poderosos grupos religiosos que ahora prefieren no recordar aquella defensa a ultranza. Pero todo eso no importa: García Zalvidea atraerá votos y él ya ha anunciado que se pagará su propia campaña, o sea que se ahorrará dinero. ¿A quién le importan los principios?

En el estado de México, uno de los lugares con mayor militancia perredista, la gente de López Obrador quiere lanzar a una mujer, ella sí, honorable y respetable, Yeidckol Polenvsky, pero la ex presidenta de la Canacintra no tiene arraigo político alguno en el estado (pero serviría, dicen los lopezobradoristas, para intentar enviar un mensaje a los empresarios cada día más ariscos con el jefe de gobierno) y está desplazando a militantes de años.

Al PRD, efectivamente, lo están linchando. Y todo parece ser parte de un complot para que, al costo que sea, no exista oposición interna alguna a la candidatura de López Obrador.

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