Espino: la hora de los duros
Columna JFM

Espino: la hora de los duros

?Sí, claro que es ultraderechista, de palabra, de pensamiento y de acción, sólo que ser de ultraderecha es ser honesto y transparente?. Así definió Juan María Armenta las convicciones personales e ideológicas del nuevo presidente del PAN, Manuel Espino, que el sábado pasado sorprendió en el consejo nacional de su partido, derrotando a Carlos Medina Plascencia.

“Sí, claro que es ultraderechista, de palabra, de pensamiento y de acción, sólo que ser de ultraderecha es ser honesto y transparente”. Así definió uno de sus más cercanos colaboradores, Juan María Armenta, las convicciones personales e ideológicas del nuevo presidente nacional del PAN, Manuel Espino, que el sábado pasado sorprendió en el consejo nacional de su partido, derrotando a Carlos Medina Plascencia.

El propio Manuel Espino, dijo que él era “ultraderecho”, pero en otras entrevistas anteriores reconoció tener muchos y buenos amigos en organizaciones como el Yunque, los Tecos o el Muro, aunque él se define de “centro” pero también, como le dijo a Alvaro Delgado, “soy peleonero y hasta cabrón. Ni modo, crecí en un barrio de peleoneros y eso no me lo he quitado. Y en la política si me tengo que poner los guantes, órale, a ver a cómo nos toca”. Espino que fuera durante tres años secretario general del PAN, que colocó a muchos de los miembros de ese consejo que lo eligió el sábado, que será quien encabece al partido en el poder en la elección del 2006, milita en el PAN desde hace 27 años pero no es un ideólogo ni mucho menos: es un duro, es un hombre extremadamente conservador en su discurso, que ha estado, sobre todo, en la operación política, en el trabajo de las entrañas del partido. Y efectivamente, cómo él mismo ha dicho es “un peleonero y un cabrón”.

Proviene de las corrientes más conservadoras del panismo, pero el sábado con el apoyo del secretario de Gobernación, Santiago Creel, y del poderoso coordinador de innovación gubernamental en Los Pinos, Ramón Muñoz, se impuso a Medina Plascencia, a los otros tres precandidatos del PAN, a prácticamente todos los dirigentes doctrinarios e históricos del blanquiazul y a mucho más. Se sobrepuso al evidente enfrentamiento que ha tenido con Martha Sahagún de Fox, sobre la que hizo, siendo secretario general del PAN, unas declaraciones durísimas, en el terreno político y personal. Se impuso a su relación con el ex director de giras, Nahún Acosta, un hombre que Espino llevó a Los Pinos y que ahora está acusado por la PGR de proporcionar información a los narcotraficantes Beltrán Leyva. Pudo saltar las acusaciones que, a partir de ese y otros hechos, identifican a dirigentes sonorenses y sinaloenses del PAN con relaciones con el crimen organizado (Manuel Espino si bien nació en Durango ha realizado su carrera política en Chihuahua y, sobre todo, en Sonora, donde se ha avecindado desde hace años). Pudo esquivar las acusaciones en su contra por su estrecha relación con el ex secretario particular del presidente Fox, Alfonso Durazo, que renunció con una muy sonora carta de varias cuartillas criticando el accionar de la administración federal.

La pregunta es porqué: cómo un hombre con un perfil tan diferente del que solemos tener del panismo ha llegado a esa posición. Las respuestas están en el proceso de sucesión del partido blanquiazul, pero no allí. Carlos Medina Plascencia nunca tuvo el apoyo de Santiago Creel, y si bien tenía el respaldo de buena parte del gabinete y de los principales funcionarios de Los Pinos, no tenía el respaldo de Ramón Muñoz y aparentemente tampoco del presidente Fox. El largo enfrentamiento de Medina Plascencia con Diego Fernández de Cevallos también parece haber influido y en torno a Espino se conformó un grupo con intereses divergentes pero que tenían como objetivo común cerrarle el paso a Medina Plascencia. Para Creel, el ex gobernador de Guanajuato hubiera sido un presidente del partido muy independiente y demasiado cercano a Felipe Calderón y Francisco Barrio; para Los Pinos, esa misma independencia podía ser perjudicial en los planes trazados para el propio secretario de Gobernación (sobre todo cuando las encuestas entre militantes y adherentes panistas se muestran mucho más cerradas a la hora de optar por su candidato de lo que aparece en las encuestas públicas); para los sectores más conservadores del PAN era la oportunidad de colocar a alguien de los suyos sin disimulos de ninguna especie y aprovechar la necesidad de Creel y Muñoz de fortalecerse en el CEN: si bien nadie puede acusar a Medina Plascencia de ser un político progresista y liberal, el apoyo de toda el ala doctrinaria le hubiera dado a su gestión un perfil mucho más amplio, política e ideológicamente, que a la que tendrá Espino. A éste apoyaron desde algunos panistas muy pragmáticos que lo que quieren es apostar a lo que consideran seguro, y eso lo ven en Creel, hasta algunos nuevos ideólogos de ese partido como Rodríguez Prats que están jugando a la sucesión como en el viejo priismo, como panistas que ven que el poder se les está escapando y consideran que lo necesario para el momento es mucha más dureza contra sus adversarios políticos, no importa de dónde provenga.

Conspiró también contra Medina Plascencia, la mala operación política del ex candidato y su equipo: hasta horas antes del consejo panista, Medina estaba seguro de tener por lo menos 200 votos asegurados, pero nunca obtuvo más de 176. Los 200 los terminó teniendo Espino. Cometió Medina Plascencia otro grave error que es también una muestra de debilidad personal notable: descorazonado por la derrota, el mismo sábado, antes incluso de la toma de protesta de Espino, abandonó la reunión del Consejo, anunció que también abandonaba la política activa y dejó a quienes los apoyaron sin respaldo en la negociación del nuevo comité ejecutivo del partido, donde Espino (y obviamente Santiago Creel y Muñoz) pudieron acomodar sus fichas como quisieron.

Así en el comité ejecutivo nacional quedaron entre otros representantes de los sectores más conservadores del PAN, Gerardo de los Cobos, Francisco Frayle, Ana Rosa Payán, Cecilia Romero, Fernando Guzmán y José Luis Luege, además de garantizar una posición al propio Ramón Muñoz. Creel colocó a sus principales funcionarios: Humberto Aguilar Coronado, José Luis Durán y Ricardo García Cervantes. De la gente cercana a Felipe Calderón apenas quedan dos integrantes en el CEN panista: César Nava y Rogelio Carvajal.

La cereza en el pastel estos grupos la tuvieron haciendo repetir en la secretaría general del PAN a Alfonso García Portillo. Allí está, en buena medida, el secreto del triunfo de Espino: los dos últimos secretarios generales del PAN, el propio Espino y García Portillo, los hombres que tuvieron el control cotidiano y de la operación diaria del partido, los que trabajaron en las entrañas del partido, estaban aliados y lograron, por abajo, establecer todos los acuerdos que el panismo tradicional no pudo garantizar recurriendo a las fuerzas ortodoxas y tradicionales del mismo. Si a eso le sumamos la operación de Creel desde Gobernación y de Muñoz desde la presidencia, está claro que el triunfo de Espino siendo en términos públicos sorpresivo no era imprevisible.

Sin embargo cabe preguntarse sobre el futuro del PAN. Habrá que ver, sobre todo, cómo con una dirección fuertemente conservadora, se puede implementar el tipo de alianza que se plantea Creel con sectores priistas y de otros partidos como Convergencia, de cara al 2006. Las posibilidades ahí están, los peligros también: el panismo parece haber apostado todo a los duros. Y salvo que haya una nueva sorpresa a la hora de elegir a su candidato presidencial, la era de los doctrinarios, de los dirigentes históricos y sus discípulos, como Luis H. Alvarez, Carlos Castillo Peraza, el propio Felipe Calderón, de los seguidores de Gómez Morín, parece haber, en esta etapa del partido, concluido. Llegó la hora de los duros.

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