A Condolezza le importa la frontera
Columna JFM

A Condolezza le importa la frontera

Hoy estuvo unas horas en México la secretaria de Estado, Condolezza Rice a quien, con razón, la revista Forbes consideraba la mujer más poderosa del mundo. Hoy, es más poderosa aún: desde el departamento de Estado, Rice está reconfigurando las relaciones de su país con el mundo, en el nuevo contexto de la guerra antiterrorista y de las nuevas exigencias geopolíticas de la Unión Americana. La señora Rice está siguiendo estrictamente la estrategia que ha marcado la administración Bush. Esa estrategia implica subordinar los intereses nacionales de los Estados Unidos, a las exigencias de seguridad nacional, regional y global de su propio país.

Hoy estuvo unas horas en México la secretaria de Estado, Condolezza Rice a quien, con razón, la revista Forbes consideraba, a fin del año pasado, cuando “sólo” era consejera de seguridad nacional de la Casa Blanca, como la mujer más poderosa del mundo. Hoy, es más poderosa aún: desde el departamento de Estado, Rice está reconfigurando las relaciones de su país con el mundo, en el nuevo contexto de la guerra antiterrorista y de las nuevas exigencias geopolíticas de la Unión Americana.

La señora Rice está lejos de ser una paloma, pero nadie debería llamarse a engaño con ella: está siguiendo estrictamente la estrategia que ha marcado la administración Bush, en forma mucho más acentuada que su antecesor, Colin Powell. Esa estrategia implica subordinar la mayoría, si no es que todos, los intereses nacionales de los Estados Unidos, a las exigencias de seguridad nacional, regional y global de su propio país. Esa línea es inamovible y en ese capítulo no negociará, sobre todo con las dos naciones que limitan con Estados Unidos: México y Canadá. La secretaria de Estado canceló, días atrás, una visita a Canadá por declaraciones del gobierno de Paul Martin rechazando participar en un escudo antimisiles que desea construir la administración Bush. Con México, desde el mismo día de su designación quedó de manifiesto que las exigencias en torno a la seguridad en nuestra frontera norte serían (lo son ya) mucho mayores que en el pasado reciente. El embajador Tony Garza, lo dijo con mucha claridad hace apenas unos días: mientras que Washington no considere que la frontera es segura no avanzarán en un acuerdo migratorio. Y eso, palabras más, palabras menos, será lo que vendrá a decir la señora Rice.

El gobierno mexicano ha respondido en una forma extraña a esa nueva agenda estadounidense. Ha sido extraño porque la respuesta no la ha dado el canciller Luis Ernesto Derbez que en el tránsito de buscar la secretaría general de la OEA, no se ha involucrado en ese debate público. Los que lo han hecho son el propio presidente Fox (que apenas el martes dijo que los reclamos estadounidenses sobre la situación en la frontera son “vergonzosos”, y sostuvo que si “pretenden tener a un socio en México por esa vía se equivocan muchísimo”) y el encargado de la política interior, Santiago Creel, con reiteradas declaraciones de un corte tan del viejo nacionalismo, que podrían ser extraídas del libro de frases preferidas de un Luis Echeverría. No creo que esas declaraciones expresen el sentir verdadero ni del presidente ni del secretario de gobernación ni tampoco de la propia administración Fox. Expresan sí, tres cosas: primero, que el gobierno mexicano no parece tener claridad sobre el tipo de relación que quiere con Estados Unidos (y es evidente que en Washington están decepcionados con el gobierno mexicano); segundo, que no se termina de comprender qué es lo que está en juego en la región en estos momentos tercero (y por eso no hay una estrategia clara); y que en el gobierno, sobre todo en el entorno del secretario de Gobernación, creen que con ello pueden ganar puntos electorales, apelando al supuesto espíritu antinorteamericano que permea a la sociedad mexicana.

Y es verdad que en muchos sectores y en cierto temas, ese espíritu está presente. Pero también que, además de la relación estratégica que, nos guste o no, tenemos con Estados Unidos (México es un socio estratégico de EU y viceversa, no “pretende” serlo), en prácticamente ningún otro lugar del mundo existe un tendencia tan marcada en la gente de empatía con Estados Unidos, sus productos o empresas. En una encuesta que realizó la empresa IPSOS para la Associated Press, en nueve países del mundo y dada a conocer ayer (Alemania, Canadá, Corea del Sur, España, Estados Unidos, Francia, Italia, México y Reino Unido) los resultados confirman esa tendencia. Después de los propios Estados Unidos, somos los mexicanos los que consideramos a los productos estadounidenses de mejor calidad: el 53 por ciento de los mexicanos piensan así. En un lejano tercer lugar queda el reino Unido, donde el 35 por ciento considera mejor a esos productos (en Canadá tienen ese concepto el 18 por ciento, en Francia sólo el 10 por ciento). Cuando se pregunta si preferiría comprar un producto de Estados Unidos, siempre y cuando la calidad y el precio fueran igual a otro, de diferente origen, el 93 por ciento de los estadounidenses opinan así, pero inmediatamente después volvemos a estar los mexicanos: un 58 por ciento preferiría (si la calidad y el precio son similares) comprar un producto de EU al de otro origen, incluyendo el nacional. Sólo se acerca, una vez más, el Reino Unido, con 40 por ciento, y en el resto de los países encuestados los porcentajes van del 20 por ciento de Canadá al 16 por ciento de Italia. Finalmente, cuando se pregunta si le gustaría trabajar en una empresa estadounidense, el 92 por ciento de los encuestados en ese país, sostienen que sí, pero también el 50 por ciento de los británicos y el 48 por ciento de los mexicanos. En los demás países los índices son mucho más bajos. Cuando se interroga sobre si EU debería promover el establecimiento de gobiernos democráticos en el mundo, el índice siempre queda por debajo de la mitad: están de acuerdo con ello el 45 por ciento de los propios estadounidenses y el 28 por ciento de los mexicanos. En Francia sólo está de acuerdo con ello el 10 por ciento de la población.

Los datos son importantes porque demuestran que por encima de las versiones del antiamericanismo, existe una relación social con Estados Unidos mucho más profunda de la que parece. Contaminada, por supuesto, por las condiciones en las que son tratados nuestros migrantes, pero también por la evidente disparidad de desarrollo entre los dos países. Pero la fortaleza de los lazos comerciales, empresariales, materiales, culturales es cada día mayor. En todo caso se debería apostar por llevar la relación a otro nivel y para eso se debe trabajar sobre los puntos centrales de las necesidades estadounidenses y compatibilizarlas con las nuestras.

Por eso se debe garantizar la seguridad en la frontera y ello coincide con nuestros propios intereses nacionales. Y es una responsabilidad de nuestras propias autoridades mexicanas. Washington está preocupado, y tiene razón, por el tráfico de gente, drogas y armas, por la presencia de la Mara Salvatrucha, de las FARC y de los paramilitares colombianos (UAC) en nuestras fronteras, trabajando con los grupos del narcotráfico, porque considera a esos grupos terroristas de Al Qaeda o potencialmente aliados a éstos. El propio director del FBI, Robert Mueller informó, ante el Capitolio, que sí han ingresado por nuestra frontera norte personas originadas de países “con relación con Al Qaeda”.

Exageran, pero no mucho. Lo que no podemos es sustraernos de esa realidad, como no podemos ignorar que tenemos una frontera de más de 3 mil kilómetros con la principal potencia mundial. Se debería trabajar para tener mayores y mejores resultados en esos temas, porque ello va de la mano con nuestros propios intereses nacionales. El 23 de marzo, el presidente Fox, cuando se reúna con George Bush y Paul Martin, en Texas, debería asumir los compromisos al respecto y, también, exigir la reciprocidad que no le ha sido ofrecida.

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