Una sucesión definida por la geopolítica y el dinero
Columna JFM

Una sucesión definida por la geopolítica y el dinero

Comienza la sucesión de Juan Pablo II y desde el próximo lunes se concentrará toda la atención, cuando el cónclave cardenalicio deba elegir al sucesor de Karol Wojtyla. Una sucesión que comienza a estar terriblemente marcada por los intereses políticos, económicos y mediáticos.

Comienza la sucesión de Juan Pablo II y desde el próximo lunes ello concentrará toda la atención (verá usted que, por ejemplo, en esos días muy probablemente se consignará el expediente del desacato de López Obrador) cuando el cónclave cardenalicio deba elegir al sucesor de Karol Wojtyla. Una sucesión que comienza a estar terriblemente marcada por los intereses políticos, económicos y mediáticos.

Algunos de los fenómenos que se han dado en los últimos días, parecen incluso sobrepasar las propias intenciones que tenía Juan Pablo II para el futuro de su iglesia, asumiendo que el fallecido pontífice era un hombre que sabía manejar perfectamente las formas políticas, a los medios e incluso la mercadotecnia para fortalecer sus posiciones. Pero sus sucesores se están excediendo hasta caer casi en el ridículo. Sorprendidos por la notable repercusión internacional de la muerte de Juan Pablo II, por la presencia de millones de personas en sus funerales, por la asistencia de 200 jefes de estado y de gobierno, están queriendo explotar hasta el máximo el momento, en beneficio de la curia vaticana que detentó el poder en la santa sede sobre todo en los últimos diez, doce años, cuando el papa, por cuestiones de salud, estuvo muy alejado del manejo cotidiano del poder.

Los ejemplos de los excesos que se están cometiendo son muchos: primero, se adelantó la fecha del cónclave incluso antes de que concluyeran las exequias del papa, rompiendo las normas de no avanzar en la sucesión hasta después de los funerales; después se presentó un video con las áreas donde se celebraría el cónclave con mucho sentido mediático pero que convierte ese evento en prácticamente un espectáculo más; apenas unos días después de los funerales, se decidió, a partir de hoy, abrir las grutas vaticanas para que el público pueda visitar la tumba de Juan Pablo II; incluso un grupo de cardenales cercanos a la curia están realizando una enorme presión, sustentada por la petición popular, para convertir a Juan Pablo en santo por un método fast track que vulnera todas las normas de la propia iglesia para ese procedimiento.

Lo que está en el fondo de todo ello no es sólo la mercadotecnia, ni el interés que ha generado la muerte de Juan Pablo II, es la sucesión que comenzará, oficialmente el próximo lunes. En realidad la confrontación es entre quienes desean un papa europeo y cercano a la curia, como podrían ser Angelo Sodano o Joseph Ratzinger, que sería una forma de mantener una posición conservadora pero sobre todo con control de los principales resortes de poder del Vaticano y por ende de la iglesia, o buscar un nuevo papa más universal, que podría provenir, sobre todo, de América Latina, donde se concentra el mayor número de fieles de la propia iglesia.

Toda la presión, por ejemplo, para la beatificación urgente de Juan Pablo II encabezada por quien fuera su secretario particular, gira en torno a la idea de mantener a los mismos hombres y la misma línea en el Vaticano, con un papa de relativamente bajo perfil pero con mucha experiencia política y administrativa. Un papa que proviniera de fuera de la curia, implicaría, en uno u otro sentido, una reforma profunda, y un sumo pontífice que tendría que establecer nuevas líneas e incluso imponer su personalidad e iniciar una nueva era dentro de la iglesia. Sólo estableciendo líneas de continuidad pero también de divergencia podría un nuevo papa, con esas características, asumir su propia dimensión, diferenciándose de un Juan Pablo II que estuvo 26 años del frente de la iglesia católica y que la moldeó a su imagen y semejanza.

Las posibilidades de lo que se ha llamado un papa de transición va de la mano con que éste sea uno de los cardenales cercano al grupo que acompañó a Juan Pablo II, sobre todo en la última década de su papado. Si se opta por un candidato proveniente de otras regiones (o incluso por un cardenal progresista como el italiano Carlos Maria Martini) estaríamos hablando de un papa de otras características, con un nuevo proyecto de largo plazo. En ese sentido, y en el contexto de las diversas especulaciones que se han dado en los últimos días se ha hablado mucho y sobre todo en la prensa italiana y española, sobre las posibilidades del cardenal Norberto Rivera. Y en realidad, no es descabellada la tesis que de pudiera terminar siendo el elegido.

Hay un factor muy importante que no puede ser ignorado: uno de los objetivos centrales de Juan Pablo II, que no pudo llevar a cabo, fue avanzar en la presencia de la iglesia católica en Estados Unidos. Para un hombre que entendía tan bien la geopolítica como Karol Wojtyla, era lógico que se concentrara en penetrar más profundamente en lo que veía, con toda claridad, sobre todo después de la caída del campo socialista, como la gran única potencia del futuro. Juan Pablo II tenía, además, una fuerte afinidad con Estados Unidos en torno al objetivo de la lucha contra la expansión del socialismo (recordemos que como cardenal de Cracovia visitó Washington y tuvo fuertes relaciones con el mundo político, cultural y religioso de ese país), pero por definición, por cultura, muchas de las formas de vida estadounidenses le resultaban lejanas y reprochables. Juan Pablo II quería que la iglesia penetrara profundamente en Estados Unidos y tener influencia real. No lo pudo hacer, en buena medida, porque las posiciones culturales eran muy lejanas, pero también porque los escándalos de peredastía imposibilitaron esa penetración. Que la relación no se rompió y que la curia sigue teniendo en muy alta estima a la iglesia católica estadounidense lo demuestran tres datos: sigue siendo la iglesia que económicamente más aporta al Vaticano (y qué mejor dato que el comprobar que la primera reunión de los cardenales, ayer, fue para analizar el estado financiero del Vaticano); tiene 18 cardenales cuando el número de fieles es mucho menor al de otros países como México o España (que sólo tienen seis); en la ceremonias de esta semana, sabiendo que habría un escándalo, asumieron los costos y le dieron un espacio y voz, al ex arzobispo de Boston (la diócesis más rica del mundo), Bernard Law, a pesar de estar acusado de ocultar decenas de casos de abusos sexuales a menores, lo que provocó el insólito espectáculo de una manifestación en su contra el plena plaza de San Pedro. Quienes pensaban en un papa estadounidense, deberán quedarse, por lo pronto esperando una mejor oportunidad.

Pero no se debe perder de vista que la comunidad católica que más crece en Estados Unidos, es la latina, en particular la mexicana: si hay una forma de penetración de la iglesia católica en la base de la sociedad estadounidense es a través de la inmigración mexicana en particular y latina en general. Cuando se analiza el polémico análisis de Samuel Huntington sobre el futuro de la migración mexicana hacia Estados Unidos se puede comprobar, sin mayor dificultad, que es allí, en lo religioso, donde se concentran las mayores preocupaciones (justificadas o no) de ese representativo intelectual estadounidense.

Por eso si la iglesia quiere penetrar en el mercado de fieles estadounidenses, para competir con las corrientes tan en boga que van del new age hasta los llamados cristianos renacidos , como el propio presidente Bush, deberá apostar a un papa latinoamericano. Y es allí donde crecen, por obvias razones, las posibilidades de Norberto Rivera, posibilidades que no parecen ser tan lejanas como algunos, sobre todo en México, consideran. Claro, no es fácil imaginar lo que ello implicaría en nuestra vida política interna.

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