Los No de Ratzinger ¿los No de Benedicto XVI?
Columna JFM

Los No de Ratzinger ¿los No de Benedicto XVI?

Este domingo dio inicio, formalmente el papado de Benedicto XVI, el nombre que adopto el cardenal alemán Joseph Ratzinger, quien durante casi 25 años estuvo al frente de la Congregación para la Doctrina y la Fe, institución que reemplazó la Santa Inquisición pero que cumple sus mismas funciones: establecer los parámetros, los principios teológicos de la iglesia católica.

Este domingo dio inicio, formalmente el papado de Benedicto XVI, el nombre que adoptó el cardenal alemán Joseph Ratzinger, quien durante casi 25 años estuvo al frente de la Congregación para la Doctrina y la Fe, la institución que reemplazó la Santa Inquisición pero que cumple con sus mismas funciones: establecer los parámetros, los principios teológicos de la iglesia católica. Ratzinger fue caracterizado como el cardenal del no, el hombre que no permitió durante el papado de Juan Pablo II y siguiendo instrucciones de éste, que la iglesia se apartara un milímetro de la más estricta ortodoxia. En sus primeros días al frente de la iglesia católica, el mensaje que se ha enviado, y que en parte en cierto, es que Benedicto XVI ya no es, necesariamente el mismo personaje que Ratzinger, que las funciones que tenía y cumplía el cardenal no son, necesariamente, las que tiene y cumplirá el nuevo papa.

Y para ello se ha destacado lo dicho y hecho por Benedicto XVI en sus primeros días al frente de la iglesia: ha mantenido a todo el equipo de la curia romana que acompañó a Juan Pablo II, incluyendo al secretario de estado, Angelo Sodano; habló del ecumenismo, de la búsqueda de unificar a la iglesia católica en todas sus ramas; habló también de mantener y fortalecer las relaciones con la religión judía y con la musulmana. En términos reales, políticos, todas ellas parecen ser buenas señales, marcas de que la iglesia no piensa encerrarse en sí misma, aunque quizás, por la propia formación y presencia del nuevo papa, se la perciba como una iglesia que puede terminar siendo demasiado eurocentrista.

Pero hay también otras señales. No dejó de llamar la atención que hiciera sus misas exclusivamente en latín y que así pronunciara sus homilías, dejando una señal de mayor ortodoxia aún que la que se mantenía con Juan Pablo II. Pero sobre todo, el nuevo papa no parece dispuesto a afrontar con una nueva perspectiva, ninguno de los principales temas que debería abordar la iglesia católica no en términos de las grandes políticas religiosas, sino en su relación con las sociedades contemporáneas.

Si Ratzinger fue conocido por el cardenal del no, fue porque dijo no al sacerdocio de la mujer; no al matrimonio de los sacerdotes, o sea a abandonar el celibato; no a la homosexualidad y por supuesto no al matrimonio de personas de un mismo sexo; dijo no a la utilización de métodos anticonceptivos y no al aborto, por cualquier causa; también dijo no al comunismo al que terminó encontrando bases comunes con el liberalismo, al que también rechaza.

Todos esos “no” son insostenibles en la sociedad contemporánea. El más grave de todos es la segregación de la mujer en la iglesia: más de la mitad de los fieles en la iglesia católica son mujeres, pero no tienen, prácticamente, lugar relevante alguno que jugar en ella. Como señalaba días atrás Sergio Sarmiento, en el cónclave de cardenales podría haber sido elegido papa cualquier hombre: podía ser cardenal o un simple ciudadano de a pie, podía incluso no ser católico: se hubiera podido elegir papa a un musulmán o un judío, a un partidario del new age o a un budista: la única condición real que existe en las leyes del derecho canónico es que no sea mujer. ¿Qué mejor medida de la discriminación de la mujer en la iglesia que esa disposición?¿Cuánto tiempo más podrá sostener la iglesia católica esta posición en el mundo actual sin seguir perdiendo fieles e influencia en la vida cotidiana?

Porque la discriminación contra la mujer se amplía en otros ámbitos de muy difícil argumentación: uno de ellos es el rechazo a cualquier método de anticoncepción. En el mundo actual ello resulta no sólo inviable, sino también hasta inmoral, cuando se perciben los estragos que causa en muchas naciones la sobrepoblación y el crecimiento demográfico desproporcionado. Que nada tiene que ver esta política con la realidad, es el enorme porcentaje, cercano al cien por ciento, de las personas que se reconocen católicas y que utilizan diferentes métodos anticonceptivos. Ello se transforma en algo mucho más grave cuando se trata del rechazo a la utilización del condón para prevenir enfermedades como el SIDA y particularmente en lugares como Africa. Si bien el tema del aborto es muy controvertido y acepta diferentes posiciones en las distintas regiones del planeta y dentro de una misma sociedad, tampoco se comprende ni se acepta, la decisión de impedirlo incluso en los casos de violación. La opinión popular en esos casos está demasiado lejos de las prescripciones del Vaticano.

Un tema que está en el catálogo de los no, pero que parece, con el paso del tiempo cada día más insostenible, es el del celibato. Ninguno de los principios originales del catolicismo habló del celibato: la razón de su imposición se dio siglos después, con la iglesia ya institucionalizada y tenía como objetivo el control de recursos y herencias, no principios morales o éticos, ni mucho menos religiosos. En la actualidad, no sólo ha propiciado una disminución constante del número de sacerdotes sino también una distancia de muchos de éstos con las sociedades que, cuanto más avanzadas, más cultas y más informadas, se torna más amplia, sino también la presencia de fenómenos que tanto daño han hecho a la iglesia como el de la pederastía o las relaciones sexuales o de pareja solapadas. No existe ninguna razón teológica seria, ni mucho menos de principios religiosos (que no terminen relacionándose nuevamente con la discriminación de la mujer) para mantener el celibato y la iglesia, que en los tiempos de Pablo VI parecía que terminaría dando ese paso, luego de la muerte de éste, decidió cerrar los ojos a esa realidad.

El no a los matrimonios de personas de un mismo sexo es, sin duda, un tema para la iglesia mucho más comprometido y mucho más difícil de asumir. Sin embargo, el tema allí está y no puede ocultarse. La decisión de las Cortes españolas casi al mismo tiempo de la designación de Benedicto XVI, de aceptar el matrimonio de personas de un mismo sexo, con un amplio apoyo y respaldo de los partidos y la gente en un país que se supone de la más alta raigambre católica, demuestran cómo las costumbres y las culturas van cambiando de la mano con el desarrollo social, económico y cultural. Quizás por eso, también, la iglesia de Benedicto XVI parece tan centrada en Europa, porque sabe que allí está perdiendo, casi cotidianamente, la lucha entre sus principios actuales y la forma de vida de sus sociedades. Y ello se terminará reflejando en países como los nuestros, donde las presiones de la iglesia en estos temas pueden ser mayores pero que, al final, tampoco pueden ir contra la tendencia general de las sociedades. ¿quién puede, aún en nuestros países, oponerse en forma terminante al divorcio o a un nuevo matrimonio de personas que se hayan divorciado?¿cuáles son las bases reales de ello cuando la propia iglesia, desde siempre, ha sabido disolver uniones matrimoniales cuando lo considera justo y necesario?

Pero sea mucho más grave, quizás, aunque en última instancia todo estos puntos tengan una serie de bases comunes, una coherencia, es el equiparar al liberalismo con el comunismo. Los regímenes comunistas terminaron violando sus propios principios y normas, terminaron vulnerando los derechos humanos e individuales. Quizás ello es inherente al propio sistema de ideas, quizás no, pero así funcionaron y así funcionan algunos de sus remanentes como es el caso de Cuba o de Corea del Norte. Pero equipararlos con el liberalismo, criticando el derecho a la individualidad (al libre albedrío) que éste exige, parece un despropósito mayor, que pareciera ir, finalmente, contra uno de los pocos logros del hombre contemporáneo: la democracia política y social.

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