Coca en la Costa Norte y Sierra Nevada
Columna JFM

Coca en la Costa Norte y Sierra Nevada

Bogotá, Colombia.- Sobre la ensenada de Narguanyé, en la hermosísima playa de Siete Olas, en la costa norte de Colombia, el sol cae a plomo en este mediodía de finales de abril. Todo sería entre idílico y hasta bucólico si no fuera por un pequeño detalle: las pequeñas lanchas y los camiones suelen venir cargados de droga, de cocaína. El operativo para hacerla llegar al mar y de allí a Centroamérica y el Caribe, buscando sobre todo a México, por donde pasa el 70 por ciento de la droga colombina que termina en Estados Unidos, es sencillo y suele durar apenas unos minutos y permite despachar, sólo desde esta zona, un promedio de una tonelada de cocaína diaria, más de 300 toneladas al año.

Bogotá, Colombia.- Sobre la ensenada de Narguanyé, en la hermosísima playa de Siete Olas, en la costa norte de Colombia, el sol cae a plomo en este mediodía de finales de abril. Esta es una más de las extensas bahías y ensenadas de la zona de Santa Marta, en la reserva natural de Tayrona: playas blancas y desiertas, rodeadas de montañas imponentes y áridas, cruzadas por riachuelos y pequeños caminos de terracería. Por los ríos bajan lanchas sencillas, pequeñas, por los caminos viejos camiones, prácticamente destartalados. Todo sería entre idílico y hasta bucólico si no fuera por un pequeño detalle: las pequeñas lanchas y los camiones suelen venir cargados de droga, de cocaína.

El operativo para hacerla llegar al mar y de allí a Centroamérica y el Caribe, buscando sobre todo a México, por donde pasa el 70 por ciento de la droga colombina que termina en Estados Unidos (y mucha de ella se queda, también, en nuestras calles), es sencillo y suele durar apenas unos minutos y permite despachar, sólo desde esta zona, un promedio de una tonelada de cocaína diaria, más de 300 toneladas al año. De los destartalados camiones o de la lanchas una decena de hombres cargan los costales en una lancha rápida que puede transportar hasta una tonelada y media de droga por viaje: esa tonelada en Miami puede costar un millón de dólares, cada uno de los cargadores recibe unos 20 dólares por noche, por un trabajo que en el mejor de los casos dura 15 minutos y en el peor, cuando son detenidos, les puede costar hasta 15 años de cárcel. En los cerros que caen hasta la misma playa, otros hombres vigilan los caminos y el aire para, ante la más mínima sospecha de peligro, interrumpir la operación. Las lanchas rápidas, con una tripulación de cinco personas, incluyendo un responsable del embarque, el único que va armado, y un mecánico, parten entre las 8 y las 12 de la noche de estas playas idílicas y tienen una autonomía de navegación de 14 horas. Buscan cruzar el Caribe para llegar a las cercanas costas de Nicaragua, Panamá, Honduras, incluso hasta Guatemala o Belice para pasarla a camiones que cruzan México buscando el mercado estadounidense. Ese es el camino que recorre el 70 por ciento de la cocaína que sale de la costa norte de Colombia: el resto va a Jamaica, Dominicana, Haití o Puerto Rico, ocultándose muchas veces, para no ser interceptados por la task force que opera desde Kay West en la Florida, en las aguas territoriales de Cuba. Últimamente realizan, además, un viaje más corto: por la costa llegan a Venezuela, de donde parte hacia Europa o baja hacia Brasil, el segundo mayor mercado para la cocaína a nivel mundial.

Combatir este eficaz mecanismo es por lo menos difícil: de las por lo menos 300 toneladas anuales que parten de la costa norte, un espectacular operativo conjunto de fuerzas armadas colombianas con apoyo de todas las agencias de seguridad estadounidenses (y de otros países, entre ellos México) lograron decomisar apenas 68 toneladas el año pasado. Allí en la playa de Siete Olas vimos cómo funciona un operativo de estas características, a partir de un ejercicio realizado por la fuerza conjunta para ver cómo se pueden detener estas lanchas. La clave es la inteligencia y la información, y ella proviene, sobre todo, de las agencias estadounidenses que aquí trabajan en forma algo más que conjunta. Ya en alta mar y de noche, alcanzar estas lanchas que alcanzan con facilidad los 14 nudos es casi imposible. Pero cuando se cuenta con la información, o los aviones radar que sobrevuelan constantemente la costa norte detectan un movimiento sospechoso, se despliega un operativo que resulta abrumador: el minutos pudimos ver cómo se ponen en el lugar un comando de tropas de élite, tres helicópteros artillados que sobrevuelan la lancha rápida, al tiempo que dos lanchas de intercepción le cierran el paso, todo ello protegido por una fragata y un avión de reconocimiento que es el que va indicando a cada grupo de combate lo que van haciendo las otras fuerzas que participan en la acción. Nadie podrá negar que se ve impresionante y que esos comandos conjuntos son altamente eficaces y especializados, en una labor donde la participación estadounidense parece ser crítica. Pero ese operativo sirve para interceptar un cargamento y evidentemente no se puede tener éxito todas las noches ni mucho menos desplegar con tanta exactitud siempre tal potencia de fuego. Estamos hablando de una zona de la que parte, por lo menos, como decíamos, una tonelada diaria de droga, pero es una costa de mil 600 kilómetros de largo, con amplias extensiones prácticamente desiertas, que da al mar Caribe, el que tiene el mayor porcentaje de tráfico marítimo de lanchas y yates del mundo.

Sobre esas playas, la Sierra Nevada se ve imponente pero sus cerros altísimos y sus estribaciones que bajan hacia el mar están literalmente llenas de coca: por una parte por los depósitos que allí, con toneladas de droga escondida, tienen los narcotraficantes, sino también por el incalculable número de plantíos que se ven desde un helicóptero. Allí se ven, se pueden observar a simple vista, los plantíos, los rústicos laboratorios y los campamentos de quienes ahí trabajan y protegen esos plantíos, en la mayoría de los casos pertenecientes a los distintos grupos armados que asolan este país. Tratar de entrar a la zona es peligroso, por eso en general el gobierno colombiano ha optado (en una operación en la que participa directamente, con equipo, asesores y contratistas el gobierno estadounidense) fumigar los plantíos de coca. Pero en la Sierra Nevada, como en otros puntos similares del país, ello está prohibido porque se trata de parques naturales y se quieren evitar daños ecológicos: tiene lógica, lo que sucede es que mientras no se permite dañar las reservas con la fumigación, son los propios narcos las que las están destruyendo en forma criminal, utilizando la tala, roza y quema que tan bien conocemos en los bosques mexicanos, para hacer espacios a los plantíos: por cada hectárea de sembradío de coca se produce un kilo de cocaína pura y para ello se necesitan hacer espacio destruyendo unas tres hectáreas de bosque y derribando unos 150 árboles de la reserva natural, además de los caminos, que se observan a simple vista, que cruzan los cerros y que también han sido construidos por ellos para mover la droga. El deterioro ecológico, sumado a los químicos que se usan en la producción de cocaína pura, que esa producción ilícita provoca es brutal. Se podrá argumentar porqué entonces no recurrir, como en México, a la erradicación manual. El problema es que aquí la situación es completamente diferente por un componente: quienes producen en la mayoría de los casos esa droga y la protegen son los grupos armados, que cuentan con un gran poder de fuego y dejar a los soldados (o civiles como se usa en muchos casos) en la sierra sin una fuerte protección es casi una invitación a que sean emboscados o, como ha sucedido, secuestrados por estos grupos (actualmente los grupos armados tienen miles de personas secuestradas). Y la gente de la zona vive en muchas ocasiones, por opciones o por coerción, de ello: de sembrar, cuidar, cargar la droga. Pero no nos engañemos, el principal centro de producción de cocaína no está aquí en la Sierra Nevada, sino en el centro y sobre todo el sur del país: en Putumayo, Nandino y el Cauca. Allí las cantidades de producción son enormes. En la Sierra Nevada, la mayoría de los sembradíos son de las temibles UAC, una organización paramilitar que surgió para combatir la guerrilla y que suele identificar sus envíos de droga con un sello que representa una cruz svástica. La droga de la zona sur es, sobre todo, de las FARC y el ELN. Las tres organizaciones armadas viven del narcotráfico y hoy, han olvidado las ideologías reemplazándola por este próspero negocio. Allí está el corazón del drama colombiano y de esta estrechísima asociación del gobierno de Uribe con EU. ¿Tendrán éxito? Puede ser, es difícil pero la verdad es que no tienen nada que perder por la sencilla razón de que no hay otra opción. Por el contrario, aunque no sea todo, pueden ganar mucho: recuperar buena parte del país, de las instituciones, de la seguridad en las ciudades y carreteras, tratando de aprovechar al máximo esa confluencia de intereses con Washington. No es poca cosa para una nación que vive en guerra.

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