Marta, Olga y las crónicas malditas
Columna JFM

Marta, Olga y las crónicas malditas

Por una de esas extrañas decisiones que toma el gobierno federal, al mismo tiempo que decidió sacar a Andrés Manuel López Obrador del problema legal en el que se encontraba, la señora Marta Sahagún de Fox decidió incursionar en un pleito legal acusando por la vía civil a la periodista Olga Wornat (y a la revista Proceso) por daño moral a partir de los textos publicados, como adelanto, por ese semanario del libro de Wornat, Crónicas Malditas, desde un México desolado

Por una de esas extrañas decisiones que toma el gobierno federal, al mismo tiempo que decidió sacar a Andrés Manuel López Obrador del problema legal en el que se encontraba, la señora Marta Sahagún de Fox decidió incursionar en un pleito legal acusando por la vía civil a la periodista Olga Wornat (y a la revista Proceso) por daño moral a partir de los textos publicados, como adelanto, por ese semanario del libro de Wornat, Crónicas Malditas, desde un México desolado .

¿Tiene sentido una demanda de estas características? No lo sé: si la señora Fox considera que efectivamente ha sido afectada por la publicación, tiene todo el derecho de demandar a Wornat y a quien sea. Como bien publicó ayer Denise Maerker, nada más errado que una ciega defensa gremial se podría articular en este caso: el libro de Wornat está lleno de los más elementales errores. No sólo respecto a Marta Sahagún, a sus hijos, sus colaboradores y al propio Vicente Fox, sino también con relación al PAN, al PRI y al PRD, a simples datos históricos (como atribuir a Manuel Clouthier la fundación del PAN), le sobran los adjetivos y le faltan los más elementales datos para un trabajo periodístico serio: las fuentes, incluso la verosimilitud de mucha de la información que proporciona, es difícil de asimilar. Comete errores tan graves como asegurar que el propietario del prestigiado periódico AM de León, Enrique Gómez Orozco es socio de Manuel Bribiesca, el ex esposo de Marta Sahagún. El propio director del periódico ha decidido, él también, demandar a Wornat. Dirigentes del PRI estuvieron analizando si optaban por una vía similar y finalmente decidieron no hacerle más publicidad gratuita al libro.

La lista de errores, algunos básicos si se pretende escribir sobre la realidad mexicana, podrían ampliarse hasta el infinito. Pero lo preocupante de este tipo de periodismo no son sólo los errores, sino el principio mismo en el que se basa: no importan las fuentes, no importan los datos duros (el quién, cuándo y cómo, mucho menos los porqué), no importa la fidelidad de la información, sino refrendar con una historia imposible de comprobar, por lo tanto virtual, una opinión previa. En lugar de reportear, investigar, corroborar, que es lo que por principio se le exige a cualquier aprendiz de este oficio, simplemente se sueltan chismes, versiones, información que no ha sido ni ha intentado serlo, verificada. Se llega al extremo de reproducir, entrecomillados o sea haciendo suponer que son textuales, diálogos entre dos personas que evidentemente, ni la señora Wornat ni nadie puede confirmar siquiera que hayan existido: ¿cómo puede ser admisible que se sustente toda una argumentación en un diálogo que nadie puede saber si realmente existió?¿quién ha escuchado que Marta Sahagún, nos guste o no su trabajo, sostenga alegremente “gastemos que el pueblo paga”?¿quién puede confirmar que ella misma utilizó toloache con el presidente Fox (¿sabrá Wornat qué es el toloache y los daños físicos que puede causar?) o que se realizan acciones de brujería y santería en Los Pinos para acabar con la candidatura de López Obrador?

Es verdad que, en distintos tonos, de todo eso se ha hablado, pero en el pasado también se dijo que la esposa de un presidente en funciones en realidad no iba a las giras porque era alcohólica; una de las mayores barbaridades que puede leer publicadas contra Carlos Salinas decía que éste, personalmente, recogía los sobornos que recibía de los narcotraficantes del cártel del Golfo en una limosina blanca por las calles de Matamoros. Evidentemente, ninguna de esas “informaciones” eran verídicas y sin embargo, en algún momento todas ellas se publicaron. No me preocupa tampoco que se publiquen barbaridades o errores manifiestos, voluntarios o no: lo preocupante es que no pase nada, que nuestros niveles profesionales estén tan contaminados que nadie se escandalice cuando se presenta un trabajo que, independientemente de sus opiniones o de las personas que ataque o critique, esté profesionalmente tan mal sustentado, con tantos errores.

Apenas la semana pasada, Tom Squitieri, un reportero estrella del USA Today, con 16 años de experiencia y premiado los tres últimos años por trabajos que había realizado como corresponsal en Haití, Burundi y Bosnia fue despedido de su periódico: había citado en un texto frases que ya habían sido publicadas en otro periódico (de la misma cadena que el suyo) sin citar la fuente. Fue despedido. Algo similar le sucedió a Barbara Stewart del Boston Globe, que envió un artículo sobre la matanza de focas en Canadá antes de que ésta iniciara. El presentador más importante de la televisión estadounidense de los últimos 20 años, Tom Brockow fue “jubilado” antes de tiempo en febrero pasado, y su equipo de producción despedido, porque en 60 minutos II presentó poco antes de las elecciones de noviembre pasado en su país, un reportaje en el que mostraba sobre los mecanismos que habría utilizado George W. Bush para evitar ir a Vietnam. El famoso conductor tenía una fuente que le proporcionó unos documentos falsos: fue castigado, él y su equipo, por no comprobar la veracidad de esos documentos, incluso aceptando que es prácticamente un hecho que Bush utilizó las influencias de su padre para no ir a Vietnam. Poco antes, el que se descubriera que el reportero Jayson Blair del New York Times había inventado o copiado reportajes de otros medios, provocó no sólo su despido, sino también la caída del director y del gerente del que es considerado el periódico más influyente del mundo.

En esta profesión siempre se cometen errores, pero por eso mismo se debe tener un nivel de profesionalismo y de ética que exijan cotejar la información con las fuentes, incluso con los hechos más elementales. Esto no tiene nada que ver con la libertad de opinión: si de eso hablamos, cualquiera puede opinar lo que quiera sobre el tema que quiera, pero cuando se trata de datos, de información que se considera dura, los criterios profesionales mínimos exigen fuentes, investigación y certidumbre sobre la misma. Incluso así se pueden cometer errores, pero lo que resulta inconcebible es que en 140 páginas de un libro pletórico de ataques durísimos a numerosos personajes de la vida nacional no haya una sola fuente sobre lo que se dice. Los más molestos con la situación deberíamos ser nosotros mismos, porque ese tipo de periodismo demerita nuestra profesión.

Se podrá argumentar que todo esto es una estratagema para quitar del centro de la atención a la propia señora Sahagún y las denuncias que hace Wornat respecto a las actividades de sus hijos. No es así: esas denuncias, como cualquier otra, debe ser investigada y si existen malos manejos deben ser sancionados. En este mismo espacio, en por lo menos dos ocasiones nos hemos referido al tema de los hijos de Marta: uno con motivo de obras que habrían realizado alguno de ellos con el empresario Carlos Ahumada. La otra con una operación, relacionada también con la construcción, que implicaba la importación, a precios de dumping, de cemento de España. Fueron dos casos que ameritaban una explicación y que fueron presentados como lo que eran: versiones sin confirmar aunque las fuentes eran muy verosímiles. Pero si se acusa de un delito a alguien, lo menos que se debe exigir es contar con pruebas para sustentarlo. En última instancia como sostiene Ryszard Kapuscinski “eso es lo que le da fuerza a un texto: la certeza y la exactitud son su poder”. Si está lleno de errores, si no hay fuentes, si no hay certeza, simplemente no es periodismo.

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