Espino y el nuevo PR(D)AN
Columna JFM

Espino y el nuevo PR(D)AN

El PAN ha perdido el rumbo y alguien debe rescatarlo. La declaración de su presidente nacional, Manuel Espino, de que preferiría que ganara la elección del 2006, Andrés Manuel López Obrador antes que el PRI, o a que su partido jamás haría una alianza con el priismo, incluso en territorios como el DF.Por supuesto que el PAN tiene derecho a decidir con quién y en qué circunstancias puede o quiere aliarse.

En este medio, marcado tantas veces por aquella hoguera de vanidades de la que hablaba Tom Wolfe, es difícil encontrar hombres y mujeres como los de la familia Vargas: derechos, honestos, sensibles, educados, en fin, gente buena en toda la extensión de la palabra. Más difícil aún era encontrar a un hombre como Adrián Vargas Guajardo que a todas esas cualidades unía la calidez, un magnífico sentido del humor, la capacidad y un gusto por la vida que terminó traicionándolo el sábado pasado por la noche. Con Adrián Vargas Guajardo se fue, demasiado prematuramente, un buen hombre, un amigo, un empresario como los que necesita nuestro país. A don Joaquín, a doña Gabriela, a su esposa María y a sus hijos, a todos los suyos, la solidaridad, el apoyo y el cariño que uno puede brindarles en este momento, que es bien poco comparado con la magnitud de la pérdida. Decía Séneca que “la vida es como una leyenda, no importa que sea larga, sino que esté bien narrada”, y Adrián, el tiempo que estuvo con nosotros, nos la contó de maravilla. Descanse en paz.

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El PAN ha perdido el rumbo y alguien debe rescatarlo. La declaración de su presidente nacional, Manuel Espino, de que preferiría que ganara la elección del 2006, Andrés Manuel López Obrador antes que el PRI, o a que su partido jamás haría una alianza con el priismo, incluso en territorios como el DF, donde el perredismo tiene un fuerte control lo confirma. Por supuesto que el PAN tiene derecho a decidir con quién y en qué circunstancias puede o quiere aliarse: en el pasado y de acuerdo a las circunstancias lo ha hecho con el propio PRD, casi siempre sin éxito por las divergencias que se presentaron en esas coaliciones; con el Verde para la elección del 2000; con Convergencia, como ahora en el estado de México. Se ha aliado con prácticamente todos los partidos del escenario político nacional: nunca lo ha hecho con el PRI, pero sería difícil pensar que el priismo está más lejos del PAN que el PRD, cuando las únicas reformas constitucionales serias que se han hecho en los últimos quince años –si se exceptúan las electorales- se realizaron, casi siempre, con alianzas legislativas del PRI con el PAN. Es más, en buena medida, el rumbo de esas reformas se perdió cuando en 1996, el partido blanquiazul, entonces todavía dirigido por Carlos Castillo Peraza, rompió el acuerdo que tenía con la administración Zedillo y no aprobó la reforma al IMSS: desde entonces, los acuerdos han sido coyunturales y de la misma forma que en la segunda mitad de la administración Zedillo, el PAN, presionado por el entonces precandidato Vicente Fox, no aprobó las reformas energética y fiscal, esas mismas propuestas no fueron apoyadas por el PRI en estos años de gobierno de Vicente Fox. Finalmente, los acuerdos que parecían tener el PRI y el PAN en torno al desafuero de López Obrador y que se suponía que se reflejarían en una serie de reformas en el periodo extraordinario que se llevaría a cabo en este mes de marzo, podrían haber abortado luego de la decisión presidencial de, en los hechos, indultar a López Obrador.

En este contexto deben entenderse las declaraciones de Manuel Espino y lo desafortunadas que resultan. Manuel Espino es el dirigente nacional del PAN menos sofisticado políticamente que ha tenido ese partido en su historia reciente. Presionado por la investigación contra Nahum Acosta, por una elección interna que fue cuestionada por buena parte del panismo, por una forma de hacer y entender la política que deja muy poco espacio, cuando lo deja, para sus adversarios internos (una práctica política marcada muchas veces por la intolerancia, pues) presionado, además, por ese carácter poco reflexivo, todo lo ha llevado a cometer muchos errores en estas semanas al frente de la dirección nacional del panismo, tantos que resulta difícil recordar otro periodo similar en la historia del blanquiazul.

El problema no es que Espino hubiera dicho que era preferible una alianza con el PRI para ganar el 2006 que ver ganar a López Obrador, lo grave es que el dirigente de un partido en el poder, en una coyuntura tan difícil como la que viven el PAN y la administración Fox, no puede “preferir” el triunfo de cualquiera de sus adversarios, menos del que ha librado con su propio partido y presidente una lucha política feroz que ha durado, por lo menos, un año.

Peor aún porque la declaración de Espino termina abonando a la tesis de que la decisión presidencial de no avanzar en la acusación contra el jefe de gobierno, es parte de un acuerdo más amplio entre el propio presidente Fox y López Obrador, acuerdos en los que, en la imaginería popular, se incluyen demasiadas cosas y todas ellas muy delicadas, como para jugar siquiera con esa posibilidad. Y mientras el presidente Fox habla en Guanajuato en contra del populismo que representaría un gobierno como el de López Obrador, el presidente de su partido se hace de cruces…pero ante la posibilidad de un acuerdo con el PRI y prefiere a López Obrador.

El gobierno federal y el PAN deben definir qué es lo que quieren en su relación con los otros partidos políticos, en la campaña electoral y luego de ésta. Resulta paradójico que mientras Espino haga este tipo de declaraciones, por lo menos tres de los cuatro precandidatos panistas (Santiago Creel, Felipe Calderón y Francisco Barrio) hayan insistido en muchas oportunidades en la posibilidad de que su partido participe en una alianza lo más amplia posible y en la que alguno de ellos quisiera ver, por lo menos, participar a algunos sectores provenientes del priismo. Resulta difícil de comprender que el dirigente del partido en el poder diga que para su partido es mejor que gane su adversario ideológico más directo que hable de concentrarse en sus propias fortalezas, o en la crítica a esos adversarios.

Habría que preguntarle a Espino cómo imagina, suceda lo que suceda en el 2006, el futuro legislativo del país y de su partido. Evidentemente, si el PAN gana las elecciones necesitará acordar un programa legislativo con los otros partidos que le permita romper con el inmovilismo que ha caracterizado la política nacional desde 1997; en ese sentido, todo indica que será más fácil buscar acuerdos sobre reforma energético, o fiscal o laboral con el priismo y con la mayoría de los partidos pequeños, que con la corriente del PRD que representa López Obrador. Incluso si éste ganara las elecciones, para ponerle límites a ese “populismo” que genera tanta desconfianza en el propio presidente Fox, se requeriría de acuerdos legislativos de la oposición para impedir que las fuerzas más radicales del lopezobradorismo se impongan también en el congreso. ¿Qué hará el PAN ante ello?¿qué piensa sobre el futuro (y en este caso el futuro va más allá de las elecciones) su presidente nacional?¿cómo percibe a su partido antes, durante y después de la justa electoral? Por lo menos hasta ahora Espino no parece tener respuestas a esas preguntas y pocas cosas deberían preocupar más al PAN en estos momentos. Más aún porque en unas semanas iniciará un proceso interno con varias primarias y precandidatos, con muchos debates, donde el papel de la dirigencia para moderar las posiciones internas y evitar una ruptura virtual o real, será clave para los resultados del mismo. Si no es así, el PAN recorrerá el mismo camino que hizo el PRI después de la contienda Labastida-Madrazo y que lo llevó a la derrota en el 2000.

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