El juicio al otro Salinas
Columna JFM

El juicio al otro Salinas

Al momento de escribir estas líneas Raúl Salinas de Gortari estaba a punto de quedar en libertad. Las reacciones han sido menos estruendosas de lo que algunos esperaban. En realidad fueron escasas: ayer mismo, Gerardo Fernández Noroña, el vocero del CEN perredista, aseguró que la libertad de Raúl Salinas es parte de un pacto entre su hermano Carlos y el gobierno de Fox para evitar que en el 2006 gane López Obrador las elecciones.

Al momento de escribir estas líneas Raúl Salinas de Gortari estaba a punto de quedar en libertad. Las reacciones han sido menos estruendosas de lo que algunos esperaban. En realidad fueron escasas: ayer mismo, Gerardo Fernández Noroña, el vocero del CEN perredista, aseguró que la libertad de Raúl Salinas es parte de un pacto entre su hermano Carlos y el gobierno de Fox para evitar que en el 2006 gane López Obrador las elecciones: no sé cómo, ambos personajes, Salinas y Fox podrían comprometerse a cumplir con ello. Como tampoco, en esta teoría de la conspiración cotidiana, se explicaría el virtual perdón presidencial otorgado al propio López Obrador por el gobierno federal: porque, con la enorme diferencia que existe entre ambos casos, lo que se podría decir (y ello habla del grado de politización que en ocasiones muestra nuestro sistema de justicia) que mientras a Raúl Salinas se lo tuvo diez años en la cárcel, seis de ellos en un penal de máxima seguridad, por impopular, a López Obrador se le evitó ser procesado por el desacato a un amparo y se obvió el desafuero sufrido, por lo contrario, por su popularidad.

En realidad, la teoría de las conspiraciones sirve para no tener que razonar y analizar con seriedad los temas. Es mucho más sencillo, y va mejor con nuestra cultura política, explicar siempre las cosas con base en conspiraciones, acuerdos inconfesables, tramas negras de dudosas intenciones, que analizar, leer, estudiar, argumentar con base en datos duros, los hechos y sus consecuencias. Por supuesto que en ocasiones existen las conspiraciones, pero en la mayoría de las ocasiones la teoría de la conspiración termina siendo un instrumento de la manipulación mediática y la desinformación de la sociedad. Y eso es lo que, en buena medida, ocurrió en el caso de Raúl Salinas, por lo menos en lo referente a la acusación de la autoría intelectual del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu. Teoría de la conspiración y manipulación fueron de la mano en el contexto de la crisis financiera de inicios del 95, como una forma, primero, de aplacar la justa indignación y desilusión de la gente ante una crisis que no esperaba, y segundo, para terminar desvaneciendo cualquier posibilidad real de investigar y descubrir la verdad de los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu. Desde entonces, el camino ha sido recorrido tantas veces (¿o cuál era el sustento de la teoría del complot esgrimida por López Obrador ante la aparición de los videoescándalos?) que ya, incluso, parece que la capacidad de sorpresa de la sociedad comienza a agotarse. E inevitablemente se tendrán que abrir mayores espacios al análisis y la reflexión.

Ello debería suceder de cara al futuro, exigiéndoles a los precandidatos de los partidos que nos den algo más que recetas comunes como sus propuestas para gobernar el país (vuelvo a López Obrador porque es inevitable: ¿dónde vive López Obrador cuya propuesta en términos de seguridad se basa en convertir el penal de las Islas Marías en un centro recreativo para niños?¿por qué en lugar de esa tontería sin sustento no nos explica qué hará con los penales del DF que están al borde del colapso por la saturación y la corrupción, como lo demostró la fuga del guatemalteco Otto Herrera?). Pero también debería exigirse eso de cara al pasado.

Se podrá compartir o no lo realizado durante el sexenio de Carlos Salinas, pero debemos dejar ya de lado las simplificaciones absurdas que han marcado los últimos diez años, porque así ni siquiera podemos aprender de las lecciones de la historia reciente. El análisis del gobierno de Carlos Salinas ha estado marcado primero por el debate sobre la responsabilidad de la crisis de diciembre del 94, pero también por toda esa información chatarra sobre la conspiración para las muertes de Posadas, Colosio y Ruiz Massieu, llevada al límite del ridículo. Hoy no se analiza con seriedad ni la negociación del TLC, ni las reformas iglesia-Estado, o las reformas a la propiedad de la tierra en el campo, ni el efecto social de Solidaridad, ni las reformas electorales del 89-90, o las del 94 que comenzaron la ciudadanización del IFE, sino la caricatura de un ex presidente, me imagino que bien relacionado y, por supuesto, con hilos de poder en sus manos, pero que, para algunos, para no tener que explicar nada, se muestra como un gran titiritero de la política nacional e incluso internacional. Nadie en México tiene ese poder.

Esa tendencia a caricaturizar los procesos y personajes políticos, llevan a perder de vista que el beneficiario de lo ocurrido en aquellos años, con los asesinatos de Posadas, Colosio y Ruiz Massieu, no fue, en absoluto Salinas: éste fue una de las víctimas de ese proceso de desestabilización que él mismo, desde la presidencia, no supo controlar ni atajar. Posadas era el hombre que había negociado con el salinismo la reforma iglesia-Estado, era muy cercano al ex presidente, y estaba destinado a convertirse en el cardenal de la ciudad de México; Colosio era, políticamente, casi todo para Salinas: la idea de que éste ordenó el asesinato de Luis Donaldo, estuvieran o no distanciados, no resiste la menor prueba de la lógica: simplemente ¿qué ganaba Salinas con ello? ¿en qué le beneficiaba que el candidato fuera Zedillo (o incluso Camacho) en lugar de Colosio? En el caso de Ruiz Massieu, cualquiera que conociera el grupo que dio origen al salinismo, sabía del peso enorme que tenía el ex gobernador de Guerrero en el ánimo y la operación presidencial. Como se habían dado las cosas, después de la muerte de Colosio y la elección de Zedillo, el único link político real que existía entre la administración saliente y la entrante era Ruiz Massieu. Su asesinato lo que hizo fue romper los puntos de contacto y ello devino en un distanciamiento casi total entre el presidente saliente y el presidente electo. Salinas con el proceso de desestabilización vivido en el 94 no ganó nada y perdió casi todo.

Se equivocó en muchas cosas, permitió comportamientos poco éticos, se apresuró demasiado en el proceso de privatizaciones y las reformas iniciadas no tuvieron conclusión y por eso sus potenciales beneficios se vieron mermados. Pero no nos engañemos: la administración Zedillo, a pesar de sus aciertos en muchos ámbitos, peleó contra los molinos de viento del salinismo todo el sexenio; el presidente Fox que ganó fama pública como acérrimo antisalinista, ya en el poder preguntaba (o lo hacían sus colaboradores) una y otra vez cómo “operaba” Salinas para tener una administración eficiente; López Obrador, que prefiere llamar a Salinas “el innombrable”, ha armado su equipo con un 90 por ciento de ex salinistas, incluyendo a Manuel Camacho, deseando, él también, “operar” desde el poder como lo hacía el propio Salinas (quizás porque como decía Clemenceau “un traidor es un hombre que dejó su partido para inscribirse en otro; un convertido es un traidor que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro”). En el priismo, casi todos, desde Madrazo hasta Elba Esther, desde Jackson hasta Manlio se formaron o consolidaron en aquellos años. En el gabinete económico, los mismos personajes que aparecieron entonces son los que están ahora. Y lo mismo sucede cuando se analiza a la mayoría de los empresarios que han crecido en los tres últimos lustros. La herencia y la relación con el salinismo, la marca, ahí está: es absurdo hacer como si no existiera

No es éste, ni intenta serlo, un análisis apologético ni mucho menos. Pero ojalá, la libertad de Raúl Salinas (si éste o su familia no hacen una exhibición de revancha y vanidad luego de la sentencia) sirva para colocar las cosas en su real perspectiva, lejos tanto de defensas acríticas como de villanos favoritos o innombrables, que lo único que llevan es a transformar nuestra política en una mala caricatura de sí misma.

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