Sobran 8 mil millones de dólares: ¿remesas o lavado de dinero?
Columna JFM

Sobran 8 mil millones de dólares: ¿remesas o lavado de dinero?

Un problema grave ha puesto al descubierto una investigación de la secretaría de Desarrollo Social sobre el envío de remesas a México: simplemente las cifras entre lo enviado desde Estados Unidos y lo que reciben las familias mexicanas de los emigrados no cuadran y existe una diferencia de por lo menos ocho mil millones de dólares que nadie sabe a dónde fueron a parar.

Un problema grave ha puesto al descubierto una investigación de la secretaría de Desarrollo Social sobre el envío de remesas a México: simplemente las cifras entre lo enviado desde Estados Unidos y lo que reciben las familias mexicanas de los emigrados no cuadran y existe una diferencia de por lo menos ocho mil millones de dólares que nadie sabe a dónde fueron a parar.

El volumen de remesas enviadas a México es medido por el Banco de México, que las estimó en 16 mil 613 millones de dólares en el 2004. El incremento ha sido vertiginoso: en el 2000, las remesas apenas si sumaban poco más de 6 mil millones de dólares. El Banco de México, mide las remesas por un mecanismo simple: suma las transferencias realizadas a México a través de transferencias electrónicas, money orders y efectivo. Las remesas enviadas por medios electrónicos que suman la enorme mayoría de ese mercado, son calculadas mensualmente a partir de la información contable que entregan a Banxico las empresas dedicadas profesionalmente a esa actividad. Las transferencias electrónicas suman más del 90 por ciento del total de las remesas. El banco de México en esa operación establece el monto total de transacciones entre personas físicas que son enviadas desde otros países a México, y destinadas a otra persona física. Y por lo tanto estima que esa suma, en el año 2004 más de 16 mil millones de dólares, deben ser consideradas remesas que envían nuestros paísanos que trabajan al otro lado de la frontera a sus familias. Pero los números no concuerdan.

Es verdad que ha crecido en forma casi espectacular el envío de recursos por medios electrónicos, ya que éstos son rápidos, seguros, confiables y con tasas mucho más bajas que en el pasado, fortaleciendo, hasta hacerla hegemónica, esa tendencia. Esa cantidad (16 mil millones de dólares en el 2004, probablemente unos 20 mil millones en este año) sin duda pasa por el sistema financiero, pero cuando se compara con lo que los hogares dicen recibir a través de distintas encuestas y estudios, la diferencia es enorme: según las encuestas del INEGI y la encuesta nacional de empleo, así como el censo de población de los últimos años lo que reciben las familias de los migrantes en concepto de remesas es apenas poco más del 40 por ciento de esa cantidad: estamos hablando, para el año pasado de poco menos de 8 mil millones de pesos. La cifra coincide con las estimaciones oficiales realizadas por la Oficina de Análisis Económico de la Secretaría de Comercio de los Estados Unidos que estima que el flujo neto de remesas a México ascendió a 6 mil 400 millones de dólares en el 2002, a 7 mil millones en el 2003 y a 7 mil 700 millones de dólares en el 2004, o sea menos de la mitad de lo estimado por el Banco de México y la misma cantidad que ponen de manifiesto los censos y encuestas de organismos oficiales en hogares de migrantes.

Ello se fortalece, además, por otra información. Entre el 2000 y el 2004, según cifras oficiales, la población mexicana en Estados Unidos creció en un 16 por ciento, pasando de 9 millones cien mil mexicanos a 10 millones 600 mil. Al mismo tiempo, también según datos oficiales, el número de hogares receptores de remesas en nuestro país tuvo un crecimiento de casi 15 por ciento, pasando de un millón 250 mil hogares a un millón 438 mil el año pasado. Pero las remesas en ese mismo periodo han aumentado más del 150 por ciento. Es verdad que el sistema se ha transparentado mucho gracias a la utilización de medios electrónicos, pero aún así o nuestros paisanos han resultado terriblemente ahorradores, o sus percepciones han crecido en forma notable y pueden enviar mucho más o algo está mal. Si regresamos a las cifras estimadas por las autoridades estadounidenses o por los censos en vivienda realizados en México, nos quedamos en los 8 mil millones de dólares y el crecimiento entre quienes envían remesas y quienes las reciben, comienza a ser coincidente, incluyendo los datos relativos a los servicios financieros que de allí se derivan.

La tesis se fortalece cuando se analiza en los estados, el número de migrantes, las familias que reciben esos recursos y el total de los mismos. Un caso extraordinario parece ser Chiapas: allí residen menos de un 0.5 por ciento de los hogares que reciben remesas en el país, pero la entidad recibe el 3 por ciento del total de los envíos. No es lógico. Una vez más cuando se dejan las cifras de transferencias del Banco de México y se regresa a los censos, las cifras coinciden: para Chiapas, con el 0.5 por ciento de hogares que reciben esos recursos, corresponde, según los censos, el 0.6 por ciento de los envíos, no el 3 por ciento establecido en las cifras oficiales.

La pregunta es, entonces y según las cifras del año pasado, en dónde quedaron los 8 mil millones de dólares que “sobraron” y que no llegaron a las familias de los migrantes. Las cifras o la medición no son falsas, al contrario son exactas, lo que sucede es que el destino de los recursos es el que se pierde. Y la sospecha recae en los mecanismos de lavado de dinero. Se podrá argumentar que no es así: que esas suelen ser transferencias en general pequeñas, de cientos, en pocas ocasiones algunos miles de dólares. Pero lo cierto es que las transacciones por debajo de los diez mil dólares no se reportan y también que la enorme mayoría de las instituciones que realizan esas operaciones, mexicanas y de otras nacionalidades, no tienen mecanismos estrictos de control, no sólo para todas sus operaciones en sí, sino incluso para el envío simultáneo por una misma persona de diferentes cantidades de dinero a destinarios también diferentes. En los hechos, sólo Bancomer (y en parte Banamex-Citigroup) cuentan con mecanismos de control completo al respecto. Y evidentemente esos mecanismos, sobre todo cuando no se tiene un control sofisticado sobre los envíos, puede convertirse en un instrumento más que idóneo para el lavado de dinero o el ingreso de dólares a México que pueden servir para pagar servicios en nuestro país o para regresarlos, ya lavados y legalizados, al sistema financiero internacional.

Los datos ahí están pero no queda claro cómo termina de funcionar este aparente mecanismo de lavado de dinero. Lo cierto es que todo indica que en ese enorme volumen de remesas anuales no todo es lo que parece y que las familias de los auténticos migrantes están recibiendo menos de la mitad de lo que estiman las cifras oficiales del Banco de México. Y los otros ocho mil millones de dólares anuales, nadie sabe dónde han quedado.

Este dato se combina con otro: cada año, el banco central regresa, “vende”, a la Reserva Federal de Estados Unidos, unos diez mil millones de dólares que entraron al mercado mexicano y que “sobran” del sistema financiero nacional. Se han calculado los recursos que ingresan por envíos en metálico vía migrantes, los recursos de turistas internacionales que pagan servicios en efectivo, otros mecanismos de ingreso y nunca se ha podido superar la cifra de los cinco mil millones de dólares. Allí, “sobran” otros cinco mil millones de dólares que no se sabe cómo llegaron a nuestro mercado. Son recursos que sirven lo mismo para pagar tarjetas de crédito en dólares que para comprar automóviles de lujo o viviendas, todo en efectivo. Son recursos, cinco mil millones de dólares, que deben, de una u otra forma, atribuirse también al lavado de dinero.

Ese es el tamaño del desafío que enfrentamos cuando hablamos de los recursos del crimen organizado: miles de millones de dólares, puestos a su servicio y su causa y con los que se pueden comprar muchas voluntades.

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