La cruda del tres de julio
Columna JFM

La cruda del tres de julio

Pasada la celebración panista de mañana sábado, en ese partido se tendrán que enfrentar con la cruda de los resultados electorales del domingo tres de julio en el estado de México y Nayarit. Salvo que exista un error brutal de todas las empresas encuestadoras, el candidato priista, Enrique Peña Nieto, ganará con amplitud frente al panista Rubén Mendoza Ayala y la perredista Yeidckol Polenvsky.

Pasada la celebración panista de mañana sábado, en ese partido se tendrán que enfrentar con la cruda de los resultados electorales del domingo tres de julio en el estado de México y Nayarit. Hace seis años, el panismo estuvo a punto de arrebatarle, con José Luis Durán como candidato, la elección en el estado de México al priista Arturo Montiel. En Nayarit, Antonio Echevarría, un antiguo amigo de Vicente Fox, había roto con el priismo (luego de ser secretario de Finanzas y de Gobierno de tres administraciones consecutivas del tricolor) para ser una suerte de adelantado de la candidatura del guanajuatense y ganó las elecciones en una alianza PAN-PRD, en la que el blanquiazul tenía la hegemonía. Ahora, seis años después, el panismo ha dilapidado su capacidad política en el estado de México y Echevarría, enojado porque el PAN no le dio la candidatura a su esposa Marta, está apoyando al candidato perredista Miguel Angel Navarro, tratando de acomodarse en el entorno de Andrés Manuel López Obrador. Esos resultados electorales están demostrando con toda claridad, la magnitud del retroceso panista desde el año 2000 hasta ahora.

Lo sucedido en el estado de México es muy interesante. Siempre se dice que esa elección es una suerte de laboratorio político de los comicios federales del año siguiente. Es una verdad a medias: en muchas ocasiones ese laboratorio ha dado resultados diferentes a los que se percibieron en los comicios del año siguiente, pero si esas campañas y elecciones son analizadas con atención, sí sirven como antecedente, como tendencias, para ver cómo están preparadas las fuerzas políticas. La de este domingo se esperaba en el estado de México como una elección muy cerrada y a tercios, como algunoos dicen que será la presidencial. No será así, ya que salvo que exista un error brutal de todas las empresas encuestadoras, el candidato priista, Enrique Peña Nieto, ganará con amplitud frente al panista Rubén Mendoza Ayala y la perredista Yeidckol Polenvsky: la mayor disputa se dará, en los hechos, en ver cuál de ellos quedará en el segundo lugar.

Peña Nieto fue de menos a más y demostró en su campaña varias cosas: primero, que con una estrategia adecuada, con recursos y un equipo cohesionado, el conocimiento de nombre de un candidato de uno de los principales partidos puede imponerse con relativa rapidez. Todo mundo dijo que Peña Nieto no era conocido, que incluso Mendoza Ayala era más reconocido que él, que era demasiado joven y sin experiencia en posiciones importantes del PRI en el ámbito nacional. Pues bien, todo eso actuó a favor de Peña Nieto: fue visto como una renovación generacional, pudo tener un discurso fresco y, por lo menos en la percepción pública, sin compromisos con los grupos tradicionales de poder; hizo una buena campaña donde el toque distintivo sí fue la publicidad, pero ella no hubiera alcanzado sin ese trabajo de establecimiento de compromisos concretos con cada uno de los municipios del estado.

Se podrá argumentar que es una formalidad, que eso no cambiará el perfil de un gobierno, pero en un ambiente donde la norma es que los políticos hablan mucho pero no aterrizan sus propuestas ni se comprometen a cumplir con sus compromisos, esa medida, esos gestos adquieren, para la gente, una lectura política especial. Para el PRI en particular, la campaña de Peña Nieto (y la repercusión que comienza a tener la de Beatriz Paredes en el DF) debe ser motivo de reflexión porque, sin duda, sin un fuerte aparato electoral no se ganan los comicios, pero sumado a ello, en este caso, lo que hizo la diferencia fue el tipo de candidato y la campaña realizada.

Para Mendoza Ayala la campaña debe haber sido una pesadilla: perdió 20 puntos en tres meses, se distanció de la estructura nacional del PAN, que un día lo apoya incondicionalmente y al otro día desaparece de la escena, hizo una controvertida alianza con Isidro Pastor que éste abandonó cuando vio que la candidatura de Mendoza no crecía, se involucró en todo tipo de debates absurdos como si era feo o si había desayunado o no con el presidente Fox. La de Mendoza debería estudiarse como todo lo que no se debe hacerse en una campaña electoral. Pero ese fracaso no es sólo suyo, sino también de Manuel Espino e incluso de buena parte del equipo de Los Pinos que, una vez más, sobreestimó sus fuerzas y posibilidades.

Lo de Yeidckol Polensvky también es lamentable: se podrá argumentar que el PRD está disputando hoy el segundo lugar cuando hace seis años quedaba en una tercera posición. Pero Yeidckol no ganó casi nada, avanzó, algo, el PRD en una campaña que en realidad fue la de Andrés Manuel López Obrador: el jefe de gobierno estuvo en todos los actos importantes del estado de México, de él fue la voz y la imagen en los spots publicitarios, para él “ahorró” el dinero que no se gastó en la campaña. Lamentablemente para su causa, se demuestró que la popularidad (el conocimiento de nombre en realidad) de López Obrador no se termina de reflejar en los números electorales. Simplemente, se puede comparar estos comicios con lo sucedido hace seis años con el PAN en el propio estado de México: el crecimiento del panismo influido por la ola foxista que entonces comenzaba a crecer, lo llevó muy por encima de los 30 puntos. Con Yeidckol, salvo error craso de todas las encuestas, ello no se repetirá.

En Nayarit, las cosas son similares. Para el estado, el PRI designó un buen candidato: Ney González, hijo del fallecido cetemista Emilio M. González (un hombre que tuvo un amplio control del estado durante décadas), que hizo una buena campaña apoyándose en buena medida en la recuperación de la estructura electoral priista y en la desastrosa gestión del gobernador Antonio Echevarría. Del PRI se desprendió el gobernador Miguel Angel Navarro, que se convirtió en candidato del PRD, también, como en el estado de México, respaldado por una intensa campaña que ofrecía, por sobre todas las cosas, a López Obrador. A eso se sumó el gobernador Echevarría que decidió, también, ante la falta de apoyo a la candidatura de su esposa, quitarle el respaldo al PAN y a su antiguo amigo Fox, para apoyar ahora a Navarro y a López Obrador. No es un tema menor si se toma en cuenta que Echevarría podrá haber sido un pésimo gobernador, pero sigue siendo el hombre más rico del estado. Pero ni Navarro (que quizás se apresuró demasiado en su ruptura con el priismo, encandilado por esas alianzas) creció lo suficiente a pesar de que le enviaron a Ricardo Monreal a operar su campaña, ni López Obrador entusiasmó a los nayaritas.

El candidato del PAN, Manuel Pérez Cárdenas, un hombre talentoso, con experiencia en la administración y en política exterior, desprotegido por el gobernador y sin un respaldo intenso de la dirección nacional de su partido, quedará en un lejano tercer lugar, que coloca al panismo en la posición que tenía antes de la elección de Echevarría. Las cosas, para éste, serán difíciles en los próximos meses, porque en un caso inédito, hasta ahora el congreso local no le ha aprobado ninguna de las cuentas públicas de su gestión, con las consecuencias legales que ello podría traer.

Ojalá festejen a tope los panistas el dos de julio, porque el tres la cruda será inmisericorde. Aunque se podrán consolar sabiendo que López Obrador tampoco tendrá nada que celebrar.

Por cierto: ¿alguien en el gobierno se hará responsable por haber provocado la renuncia de Patricia Olamendi, una de las funcionarias más eficientes y entregadas de esta administración?

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