Barrio confirma la crisis del PAN
Columna JFM

Barrio confirma la crisis del PAN

¿Qué ocurre en el PAN? Según sus dirigentes, nada. Ayer Francisco Barrio Terrazas decidió dejar la lucha por la candidatura del partido aduciendo que no existen condiciones de equidad y que todo el aparato del gobierno y parte del aparato del partido está actuando a favor de la candidatura de Santiago Creel, lo que implica una virtual deslegitimación de esa elección interna y, nuevamente, la dirigencia del blanquiazul se limitó a guardar silencio.

¿Qué ocurre en el PAN? Según sus dirigentes, nada. Para el presidente del partido, Manuel Espino, lo sucedido en el estado de México y Nayarit no es una debacle ni nada que se le parezca y la celebración del 2 de julio fue un éxito. Ayer Francisco Barrio Terrazas decidió dejar la lucha por la candidatura de su partido aduciendo que no existen condiciones de equidad y que todo el aparato del gobierno y parte del aparato del partido está actuando a favor de la candidatura de Santiago Creel, lo que implica una virtual deslegitimación de esa elección interna y, nuevamente, la dirigencia del blanquiazul se limitó a guardar silencio. No pasa nada dice la gente de Espino: lo del estado de México y Nayarit estaba en los cálculos, la celebración del dos de julio fue exitosa, el proceso interno marcha por los carriles adecuados. Lamentablemente, son muy pocos los que comparten su opinión.

Menos compartible es la declaración de Manuel Espino de que los problemas que enfrenta su partido son viejos, habló incluso de que se retrotraen a 14 años atrás, dando a entender que él apenas está en la dirección del partido desde marzo y estos problemas no son, por lo tanto, responsabilidad suya. Sin embargo, olvida Espino dos cosas: primero, que en ese pasado, él fue el secretario general del partido y desde allí fue uno de los principales impulsores, por ejemplo, de la candidatura de Rubén Mendoza Ayala, pero sobre todo que hace catorce, diez, seis años, el PAN era un partido en ascenso, con dirigentes tan respetados como Luis H. Alvarez, Carlos Castillo Peraza y el propio Felipe Calderón. Fueron los años en los que el panismo tenía en Diego Fernández de Cevallos un interlocutor formidable con el poder y un operador legislativo que lo llevó a ganarse el apelativo de El Jefe . Fueron las épocas en que terminó gobernando, precisamente cuando Calderón dejaba la presidencia del blanquiazul, más de la mitad de la capitales estatales, tenía un poderoso grupo en el congreso, varias gubernaturas y, además, había logrado sacar, en alianza con el PRI, un ambicioso paquete de reformas estructurales que fueron determinantes para el proceso de democratización del país. Ese era un PAN triunfador que sentó las bases para el éxito de Vicente Fox en el 2000.

Lo que ha sucedido después es que el panismo ha ido perdiendo identidad y presencia. La llegada al poder no lo fortaleció por la sencilla razón de que no fue el PAN el que llegó a Los Pinos: fue el foxismo, una amalgama de sectores panistas (sobre todo de corrientes de la derecha partidaria enfrentadas con el panismo doctrinario), aliados, a su vez, con sectores empresariales o personalidades independientes que creían ver en el presidente Fox a alguien muy diferente a quien era en realidad. En el reciente reportaje del Washington Post con motivo del quinto aniversario del triunfo electoral de Vicente Fox leemos que el fallecido Adolfo Aguilar Zínser decía que Fox fue “vendido al país como un producto”, como “una botella de Coca-cola”, pero “una vez enfrentado con el reto de gobernar, Fox pareció repentinamente inseguro de su papel e incapaz de tomar el poder de la presidencia en sus manos. En un principio, continúa, no quisimos aceptarlo, pero cuando vimos dentro de la botella dijimos: Dios mío, está vacía”. No dudo que Aguilar Zínser y varios de los miembros del equipo de campaña hayan pensado así, lo que resulta increíble es que después de trabajar años con Fox (porque la relación de Aguilar Zínser y muchos otros con Fox arrancó, por lo menos, desde 1994, en el grupo San Angel) apenas tomaran conciencia de ello cuando ya estaban en la presidencia de la república. No es creíble.

El hecho es que, independientemente del juicio que se tenga del presidente Fox y del foxismo, el suyo no fue, en el sentido estricto de la palabra, un gobierno panista. En el primer gabinete había muchos personajes que provenían de la búsqueda de los head hunters pero no había casi militantes del PAN y ninguno de los que participaban en él (salvo don Luis H. Alvarez y Rodolfo Elizondo, que eran miembros del gabinete ampliado no del legal) eran panistas que hubieran tenido una verdadera experiencia en el partido. El panismo doctrinario hacia ya tiempo que se había alejado de Fox o había sido rechazado por éste: Carlos Castillo Peraza prefirió renunciar al partido cuando Fox se perfilaba como candidato, no sin antes haber dejado en claro que el camino hacia el que el guanajuatense quería llevar al PAN le parecía errado. Como tampoco quería o podía oponerse públicamente a Fox (sobre todo después de los resultados desastrosos en la campaña por el DF en 1997) como lo había hecho en el pasado, Castillo Peraza prefirió una suerte de exilio, se fue a Europa y falleció prematuramente, unos días después de la victoria foxista. A Diego Fernández de Cevallos, el presidente Fox no le tenía confianza porque no estaba en su estrategia el obtener acuerdos legislativos con el priismo para sacar adelante su agenda legislativa, por lo menos en los primeros meses de la administración Fox. Cuando el senado aprobó una ley de derechos indígenas que se apartaba de la letra de los acuerdos de San Andrés se redoblaron las presiones y la distancia con Diego. En la cámara de diputados, Felipe Calderón tampoco tenía influencia real en las decisiones en el gobierno y como en los Pinos no se pensaba en acuerdos sino en presionar al congreso desde la opinión pública, la distancia entre lo que se hacía en la casa de gobierno y lo que se pretendía hacer en San Lázaro crecía indefectiblemente.

El panismo como tal, como partido, nunca supo ni entendió si realmente había llegado al poder, nunca tampoco se dio un debate serio en el partido sobre ese tema y sobre la relación que debían mantener con el gobierno. Ninguno de sus principales dirigentes históricos eran parte del gobierno, pero panistas de segunda o tercera línea cercanos al candidato Fox, sí comenzaron a tomar posiciones simplemente disciplinándose al presidente y a su grupo de asesores. Hubo excepciones, por supuesto, pero, en los hechos, ese grupo, sin experiencia partidaria y en muchos casos tampoco política, fue el que terminó ocupando las principales posiciones en el gobierno y en el partido, como resulta evidente en el caso de Manuel Espino.

El problema es que de la misma forma que el gobierno ha sido errático con su partido, quienes se quedaron con la dirección del PAN han querido ser disciplinados al gobierno y terminaron siendo tan erráticos como éste.

Eso es lo que le pasa al PAN, ese es su desafío. Si no lo encara se derrumbará electoralmente: tiene que definir qué hará en su relación con el gobierno; tiene que replantearse quiénes deben estar en la dirección nacional del partido (la actual dirigencia no parece estar, insistimos, a la altura del desafío que se le plantea, es más, pareciera ni siquiera ser conciente de la magnitud del mismo); tiene que definir qué tipo de candidato quiere y qué campaña realizará: el golpe que le dio Barrio al proceso interno panista diciendo que no es equitativo no es menor al que le proporcionó Cuauhtémoc Cárdenas al del PRD y no puede ser subestimado. Claro, para poder hacer eso el PAN debe recuperar, o tratar de hacerlo, su identidad, volver a reconocer en sí mismo. Tiene diversas vías para ello, pero lo único que no puede hacer es seguir el actual curso político sin asumir que el mismo lo llevará al derrumbe en el 2006.

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