Elba: ¿la hora de la venganza?
Columna JFM

Elba: ¿la hora de la venganza?

Ayer decía La Jornada en su muy leída Rayuela que para Elba Esther Gordillo había llegado la hora de la venganza y se preguntaba quién en el PRI pagaría los platos rotos. Puede ser pero, por lo pronto los priistas siguen demostrando que son más capaces, ante la expectativa del poder, de ponerse de acuerdo y maniobrar con base en sus diferencias que sus adversarios del PRD o del PAN. De la misma forma que Madrazo no hubiera ganado nada operando para evitar que Elba Esther Gordillo no llegara a la presidencia del partido a pesar de que la legalidad interna de su partido así lo establece, tampoco Elba Esther ganaría demasiado si llegara al priismo a buscar una venganza política.

Ayer decía La Jornada en su muy leída Rayuela que para Elba Esther Gordillo había llegado la hora de la venganza y se preguntaba quién en el PRI pagaría los platos rotos. Puede ser (en la política nacional hoy en día todo puede ser) pero, por lo pronto los priistas siguen demostrando que son más capaces, ante la expectativa del poder, de ponerse de acuerdo y maniobrar con base en sus diferencias que sus adversarios del PRD o del PAN.

El dato duro es que en este proceso, mientras en el perredismo no han sido capaces de abrirle siquiera un espacio de debate a la corriente cardenista y López Obrador “planchó” la elección de la dirigencia del partido y las candidaturas, mientras en el PAN una figura como Francisco Barrio dejó el proceso interno de selección de candidato presidencial denunciando una cargada gubernamental y de la dirección del partido a favor de Santiago Creel y no pasa nada, en el PRI ayer llegaron a una salida política que puede ser benéfica para todos y esa salida, obviamente, no anula las profundas diferencias políticas existentes entre los distintos grupos políticos del priismo, pero, por lo menos en este periodo, no está pasando por la venganza sino por la negociación interna.

De la misma forma que Madrazo no hubiera ganado nada operando para evitar que Elba Esther Gordillo no llegara a la presidencia del partido a pesar de que la legalidad interna de su partido así lo establece (y por el contrario, ganó aceptando los acuerdos, mostrando una actitud conciliadora y controlando a sus partidarios más intransigentes), tampoco Elba Esther ganaría demasiado si llegara al priismo (como aquí dijimos el regreso de la también líder del SNTE se dará alrededor del 30 de julio próximo) a buscar una venganza política. Si finalmente Gordillo llega a la presidencia de ese partido tendrá que trabajar con un comité ejecutivo plural que garantice, por sobre todas las cosas, un proceso interno equitativo en la selección del candidato de su partido. Un proceso cuyo método, utilizando también estrictamente los estatutos, es el que más favorece a Roberto Madrazo: la elección directa definida por el mayor número de votos (como se dio la elección de la dirigencia nacional en el 2002) y no por la mayoría de distritos, como se estableció en el proceso interno del 99 cuando compitieron Labastida y Madrazo, y como quería Unidad Democrática.

La única opción para el priismo es la construcción de un sistema de equilibrios en todos los sentidos: entre personajes, corrientes, proyectos, aspiraciones nacionales, regionales y locales. No tienen otra opción si quieren llegar unidos a la elección presidencial. Y hasta ahora han logrado avanzar pese a todo los conflictos internos que soportan. Sin embargo, las decisiones que vienen son cada vez más delicadas y las respuestas deberán ser más medidas y sofisticadas.

Saber si el priismo puede construir ese sistema de equilibrios internos tan complejo es determinante para su futuro, porque si la experiencia resulta positiva ello tendrá influencia no sólo en estos procesos de selección sino también para procesar sus propios mecanismos de decisión en el ámbito legislativo o incluso de gobierno. Si fracasan, para muchos priistas, las opciones estarán más fuera que dentro de su partido.

No sabemos si el PRI alcanzará esos equilibrios, por lo pronto no se están alcanzando en sus adversarios, en el PRD y el PAN. En el caso del PRD, resulta inconcebible que las autoridades de ese partido no tengan respuesta ante el desafío que les ha planteado la decisión de Cuauhtémoc Cárdenas de no participar en la selección de candidato presidencial por la falta de condiciones para una competencia real en ese sentido y llamando a conformar una nueva opción de izquierda, una nueva mayoría como la llama Cárdenas.

No tienen porqué sorprenderse. Desde antes de las elecciones del 2003, Cárdenas había enviado una y otra vez el mensaje de que quería, él y toda la corriente que lo sigue, mayores espacios para la participación y el debate en el perredismo. Las corrientes hegemónicas en ese partido, alineadas verticalmente con López Obrador no lo proporcionaron. Cuando vinieron los videoescándalos (exactamente al revés de lo que está haciendo hoy en Brasil el presidente Luis Inácio Da Silva Lula con su partido el PT, ante una situación de escándalos y corrupción similar, donde hizo una limpia en su gobierno sacrificando piezas cercanas pero asumiendo los costos de esa decisión), López Obrador nunca se deslindó de Bejarano, Ponce y demás personajes indeseables de esa historia e inventó la teoría del complot, pero sus grupos aprovecharon la oportunidad para deshacerse de sus adversarios internos, comenzando por Rosario Robles y marginando todo lo posible a Cárdenas. Cuando éste dejó todos sus cargos en el partido, enviando otro mensaje de que no estaba de acuerdo con el curso que estaba tomando el perredismo, se lo ignoró. Cuando Cárdenas presentó, antes por cierto que López Obrador, su proyecto de nación de cara al 2006, comenzó a pedir en su partido espacios de debate, sobre todo cuando comenzó a crecer, vía el desafuero, la ola López Obrador y éste utilizó su libro, su propio proyecto, para realizar una virtual precampaña electoral. Desde entonces hasta que anunció su retiro de la competencia interna, Cárdenas lo que reclamó fue un espacio de debate interno, particularmente con López Obrador: la dirección del partido, disciplinada a éste y el propio jefe de gobierno, siempre se negaron a otorgar el más mínimo resquicio en ese sentido, quizás por la sencilla razón de que en un debate público, el jefe de gobierno podría salir muy mal librado.

La situación se agrava en el PRD por la selección de su candidato para el DF. López Obrador en varias oportunidades ha mostrado públicamente su predilección por Marcelo Ebrard, que cuenta además, con el apoyo de la corriente de izquierda democrática que encabeza formalmente Dolores Padierna y en realidad, René Bejarano. Eso ha provocado que hoy, sus adversarios, representantes de distintas corrientes perredistas, Jesús Ortega, Pablo Gómez y Armando Quintero, se reúnan para tratar de establecer una candidatura conjunta y alterna a la de Ebrard. El argumento es que si ya el equipo de campaña de López Obrador casi no cuenta con perredistas, la llegada a la candidatura capitalina de un hombre que no es del partido, como Ebrard, va a terminar llevando al PRD hacia un destino muy diferente al que éste se había propuesto: y eso no es demasiado diferente a lo que está diciendo Cárdenas.

En lo personal creo que Ebrard sería un buen candidato, pero también es verdad que no representa los intereses de las corrientes históricas del perredismo, con la excepción (y eso, paradójicamente, le quita puntos ante la ciudadanía a Marcelo) de la corriente de Bejarano y Padierna. Y la dirección del PRD no ha sabido, no está sabiendo, solucionar este conflicto interno. Al contrario, cada día que pasa, con su parcialidad, lo profundiza.

De lo que está sucediendo en el PAN debemos hablar por separado, porque a pesar de la estridente renuncia de Barrio Terrazas, la dirección de ese partido sigue sin darse por enterada y sin aparecer públicamente. Pero esa es otra historia.

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