Andrés Manuel cosecha tempestades
Columna JFM

Andrés Manuel cosecha tempestades

Las cosas no están saliendo bien para Andrés Manuel López Obrador en el inicio de su campaña electoral. El ex jefe de gobierno se ha dedicado durante los últimos años a abrir frentes, a hacerse enemigos, en la lógica de una intolerancia sólo equiparable a su pragmatismo. Para ello era lo mismo inventar complots e ignorar la corrupción de su equipo más cercano que decirse de izquierda y presentar planes de gobierno conservadores; colocar como su principal enemigo al salinismo y crear un equipo conformado, casi en absoluto, por ex salinistas.

Las cosas no están saliendo bien para Andrés Manuel López Obrador en el inicio de su campaña electoral. El ex jefe de gobierno se ha dedicado durante los últimos años a abrir frentes, a hacerse enemigos, a sembrar vientos, en la lógica de una intolerancia sólo equiparable a su pragmatismo. Para ello era lo mismo inventar complots e ignorar la corrupción de su equipo más cercano que decirse de izquierda y presentar planes de gobierno conservadores; postularse como candidato único de su partido y al mismo tiempo dejarlo de lado; colocar como su principal enemigo al salinismo y crear un equipo conformado, casi en absoluto, por ex salinistas. O rubricar su visita a Monterrey con una visita al arzobispado al mismo tiempo que reclamar para sí la candidatura de la izquierda.

El que las cosas no estén funcionando bien se percibe en los actos públicos: en la gira por la huasteca potosina juntó 500 personas en Ciudad Valles, donde llegó dos horas tarde; ello porque cambió la estructura de la gira para concentrarse en reuniones con militantes del partido al comprobar que las reuniones con los integrantes de las redes ciudadanas serían un fracaso. En Monterrey, según su propio equipo, juntó cuatro mil personas (en realidad fueron bastante menos) pero tampoco le fue bien: trató de presentar su propuesta de gobierno pero volvió a hacerlo en forma desafortunada, sin decir jamás cómo hará las cosas, algo que molesta, sobre todo a los regiomontanos. Dijo que cambiará las declaraciones fiscales obligatorias por “autodeclaraciones fiscales” voluntarias, lo que no parece ser un remedio idóneo para un país aquejado por uno de los índices de recaudación fiscal más bajos sobre porcentaje del PIB del continente, y marcado por la evasión y la elusión fiscal. También prometió bajar drásticamente los precios del gas, la gasolina y la electricidad, pero sin realizar reforma alguna, también sin recibir recursos del sector privado (¿entonces cómo?) y volvió a repetir que lo haría a través de una promesa que, lisa y llanamente es una mentira, que no puede cumplir: reduciendo, sólo en un año, nada más y nada menos que en 10 mil millones de dólares el gasto corriente. ¿Cómo podrá hacerlo?, es algo que jamás ha logrado responder.

Pero las cosas no le van bien por otras razones que van más allá de los programas sin contenido. López Obrador se encuentra ante tres frentes difíciles de enfrentar simultáneamente. Por una parte, en el sector privado no tiene credibilidad y la insistencia en presentar propuestas sin decir cómo las llevará a cabo no le alcanza para recuperar terreno en ese sentido. Pero como no hay respuestas que no lo comprometan a izquierda o derecha, el ex jefe de gobierno no quiere dar la cara con ese sector: para eso envía a Manuel Camacho a hablar por él, con el único problema de que éste tampoco tiene credibilidad en ese sector, salvo en grupos que ya trabajaron con el ex regente, previo a la sucesión presidencial del 94. No ayuda tampoco que Camacho esté diciéndole a los empresarios que lo que él dice es exactamente lo que en el terreno político y económico piensa Andrés Manuel. El ex jefe de gobierno, finalmente, tampoco aclara las cosas porque se ha negado a ofrecer entrevistas en las que pueda ser cuestionado sobre estos temas.

Si en ese frente el tabasqueño tiene problemas, en el otro extremo del espectro político no le va mejor: Marcos y el zapatismo, a pesar de que recibieron toda la cargada mediática de los epígonos de Andrés Manuel, incluyendo la enorme mayoría de los que lo alababan incondicionalmente hasta hace unas semanas, ha puesto en una situación complica a López Obrador. Si la estrategia era dejar que se lo criticara desde la izquierda dura para mostrar que el candidato único no es tan radical como dicen, la misma no sirvió porque en los sectores a los que tendría que haber llegado ese mensaje no hubo registro del mismo. Pero dejó confundida a buena parte de la izquierda, que ve cómo su candidato se torna cada vez más pragmático y muestra con más claridad su cara conservadora.

El viernes, como aquí adelantamos, en el congreso del PT se lanzó el frente amplio entre ese partido y Convergencia, donde resulta evidente, casi explícito, que la candidatura la proponen para Cuauhtémoc Cárdenas. Apenas días atrás, Leonel Cota Montaño, el presidente nacional del PRD, había dicho que para su partido no había marcha atrás: que la candidatura ya estaba definida legalmente para López Obrador y que si se proponía ese frente, el PRD sólo se incorporaría con la base de que la candidatura fuera para AMLO. Pero en el PT y en Convergencia no se amilanaron y lanzaron de todas formas su propuesta. En el PRD no supieron que contestar y Cota Montaño llegó a la conferencia de prensa en la que se estaba proponiendo ese frente (llamado “democrático de izquierda”) casi una hora tarde, para ratificar que querían el frente pero con AMLO de candidato, al tiempo que López Obrador reconocía que si se daba un frente de esas características estaría “dispuesto” a resignar su candidatura para buscar la unidad, pero una vez más no a debatir o enfrentarse a Cárdenas. Miembros del círculo cercano a López Obrador dijeron que todo era una estrategia para vender más caro el apoyo del PT y Convergencia a la candidatura del tabasqueño. Puede ser, habida cuenta, sobre todo, que en las reuniones que ya han mantenido con el equipo de éste, el máximo ofrecimiento que recibieron fue que se les garantizaba el mínimo porcentaje electoral como para obtener el registro y cuatro diputados a cada uno: un porcentaje que podrían superar con creces lanzándose con Cárdenas. Y allí reside, sin duda, uno de los mayores temores de López Obrador: sabe que si Cárdenas busca la presidencia en forma independiente, sus posibilidades prácticamente se esfuman. El problema es que el ex jefe de gobierno ha agredido en los últimos cinco años una y otra vez al ingeniero y a su gente, los ha desplazado, los ha lastimado, muchos de ellos aseguran, lisa y llanamente, que los ha traicionado (lo mismo que, por cierto, dicen los zapatistas). Y en política, pocas cosas son más difíciles de olvidar que la traición.

Ligado a ello, el miércoles renunció al PRD el senador Demetrio Sodi para buscar la candidatura en el DF. Demetrio era una de las mentes más talentosas y abiertas del perredismo y por lo tanto fue bloqueado una y otra vez, sobre todo por el propio López Obrador y la corriente bejaranista. Habrá que ver qué sucede con Sodi y su candidatura, pero el hecho es que la presencia de Demetrio, tanto como la precandidatura de Beatriz Paredes, están perforando la coraza de seguridad del perredismo en la capital, debilitada por el enfrentamiento de las corrientes de Jesús Ortega, Pablo Gómez y Armando Quintero, con Marcelo Ebrard.

Como si le faltaran frentes abiertos, otro sector de la izquierda que López Obrador siempre ha despreciado, el que se nuclea en torno al partido Alternativa, también se apresta a lanzar la candidatura presidencial de Patricia Mercado, que recogerá muchas de las causas que el ex jefe de gobierno rechazó durante su gestión en el GDF y que no incluye en su programa de campaña. Paty Mercado como aspirante de Alternativa seguramente no estará disputando los primeros lugares de las elección presidencial, pero su candidatura constituye la posibilidad, postergada ya en el 2000 y el 2003, de comenzar a construir una nueva izquierda, más tolerante, más progresista (en el mejor sentido del término) y alejada del pragmastismo corporativista que ha caracterizado al lopezobradorismo.

Y todo ello se comienza a reflejar en las encuestas que manejan López Obrador y su adversarios. No es una caída radical, en picada: se trata de un desgaste casi cotidiano que demuestra que el pico más alto de la popularidad de AMLO ya pasó y ahora viene, inevitablemente, el descenso. Todavía puede ganar, pero para él ya nada será igual.

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