No es suficiente
Columna JFM

No es suficiente

Quizás hubiera sido un buen discurso para inaugurar un mandato constitucional, fundacional, para trabajar durante seis años. Pero cuando apenas quedan quince meses de gobierno no es suficiente. En este quinto informe de gobierno al presidente Fox no le fue mal, probablemente podría ser catalogado como el mejor de su mandato, no sólo por haber optado por un mensaje político sino también por la respuesta que obtuvo de los propios legisladores que, en buena medida, respetaron la mayoría.

Quizás hubiera sido un buen discurso para inaugurar un mandato constitucional, fundacional, para trabajar durante seis años. Pero cuando apenas quedan quince meses de gobierno no es suficiente. En este quinto informe de gobierno al presidente Fox no le fue mal, probablemente podría ser catalogado como el mejor de su mandato, no sólo por haber optado por un mensaje político (con el que se puede o no estar de acuerdo) sino también por la respuesta que obtuvo de los propios legisladores que, en buena medida, respetaron la mayoría de los legisladores.

Es evidente que el modelo del informe presidencial ya está agotado y nada puede salvarlo. Los informes de gobierno se han convertido en un ejercicio vacío, sin sentido, donde la propaganda y los discursos estériles alejan cada vez a la ciudadanía del ejercicio de la política. El informe fue importante, pero sin duda, por ejemplo, deben haber tenido mucho mayor efecto público los spots que durante el último mes y medio marcaron la llegada al mismo. Es verdad que el haber entregado por escrito el informe y haber pronunciado un mensaje político definitivamente no es suficiente para revivirlo, pero por lo menos lo hicieron más digerible. Pero tampoco en ese ámbito es suficiente.

En la ceremonia de ayer, hubo límites y también se exhibieron limitaciones. Como decíamos, el mensaje presidencial tuvo el mérito de tratar de ser incluyente (aunque el tono fundacional de los spots, que evidentemente es la estrategia que se seguirá de aquí a las elecciones presidenciales de julio próximo estuvo presente), fue corto en extensión y en algunos puntos directo: en los hechos, reconoció que no tiene la suma del poder y que requiere apoyo y ayuda para avanzar. No ha sido, en el pasado, siempre ese el tenor de sus intervenciones. Pero tampoco dijo claramente qué es lo que se propone hacer, con o sin esa ayuda. Tampoco se explicaría, entonces, este tipo de mensaje en el marco de la campaña publicitaria que está desarrollando la propia presidencia de la república.

Pero el hecho es que el discurso presidencial permite tener una agenda a futuro bastante clara: en primer lugar la seguridad pública y las reformas imprescindibles para avanzar en esa que justamente fue calificada como la mayor demanda de la sociedad (y que incluyeron todos los partidos, de una u otra forma, en sus posicionamientos previos) y que fue asumido como un desafío al Estado que debe ser comprendido como tal. Se planteó la necesidad de una reforma hacendaria integral (que despertó algún grito aislado de no al IVA pero que sigue siendo un pendiente inocultable); reformas al sistema de seguridad social y pensiones del sector público que serán, sino, una bomba de tiempo para la siguiente administración; reformas en el ámbito energético y laboral; y reformar el sistema político.

Paradójicamente, la mejor demostración de que un informe de estas características hubiera ayudado mucho más hace cinco años, la dio el propio presidente cuando afirmó que “lo ocurrido en estos cinco años han dejado una gran lección…sin mayoría legislativa es responsabilidad del ejecutivo procurar que fluyan los acuerdos para favorecer la acción pública”. Ojalá sea entendido como una forma de autocrítica. El problema es que inmediatamente después dijo que la responsabilidad del congreso es proporcionar leyes para garantizar esa acción pública, sin comprender (y esa ha sido la historia del sexenio) que si bien existen responsabilidades comunes, en los hechos la evaluación de ambos poderes se dará por lo que hicieron o dejaron de hacer cada uno de ellos en su propia esfera. Simplemente, una reforma judicial y de seguridad es imprescindible, pero las medidas que se anunciaron la semana antepasada en el Consejo Nacional de Seguridad Pública, en general positivas, no tendrían razón alguna para demorarse cinco años.

También es verdad que el panorama de una democracia consolidada que sirvió como una suerte de marco teórico para la presentación presidencial, pecó de demasiado optimismo: se dijo que “la vitalidad del congreso habla de la dimensión de nuestra democracia”. Pero si es así, nuestra democracia debería ser reconocida como bastante poco vital. Sin justicia, dijo el presidente, no hay democracia. Pero la justicia hoy no está funcionando ni remotamente de forma eficiente. Se alabó, con razón, a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pero si bien desde allí se ha acotado al poder, como se reconoció, la verdad es que ante la falta de política, la Corte ha terminado cargando con tantos asuntos que la han terminado llevando a una excesiva politización. Dijo el presidente, y es verdad, que se ha descentralizado el poder, pero también es verdad, que muchos estados y municipios se han convertido en feudos, en los cuales, la norma y la ley distan mucho de lo establecido en el ámbito federal. Es verdad, finalmente que no se vislumbra una crisis económica de fin de sexenio, pero no se debe olvidar que contra ello hay sólo blindajes limitados, cuya capacidad de resistencia dependerá, en buena medida de un tránsito político civilizado y de que no sigamos retrocediendo en el concierto económico mundial como sucede hoy en día.

Este informe exhibió, nuevamente, a algunos legisladores que mostraron su nivel aunque no convirtieron, como en otras ocasiones, a San Lázaro en un circo. Ello se exhibió desde el pobre nivel de la presidencia de la cámara: el diputado Heliodoro Díaz, evidentemente no estaba, ni probablemente estará jamás, preparado para un ejercicio de estas características. Una cosa es ser un golpeador del Bronx legislativo y otra presidir la cámara de diputados: se trabó una y otra vez, por obvias razones le resultó imposible pronunciar las palabras “pluralidad” y “pluralismo” y finalmente le costó muchísimo trabajo leer el discurso que le había redactado Emilio Chuayffet. Había muchos otros priistas mejores para ocupar esa posición.

En el posicionamiento previo de los partidos no hubo sorpresas y sí muchas deficiencias. Por ejemplo, pocas veces me ha tocado escuchar, previo a un informe presidencial, un discurso que propiciara mayor pena ajena que el pronunciado por el diputado del PT, Joel Padilla Peña, que evidentemente pensaba que estaba en un mitin de campaña pueblerino, pero es comprensible: aparentemente no tenía nada que proponer fuera de un montón de lugares comunes. La bancada del PRD ya nos ha acostumbrado desde hace años a las exageraciones de algunos de sus personajes, que esta vez estuvieron, salvo excepciones, más medidos, pero también a lo vacío de sus discursos en estos eventos, con muchas críticas y pocas propuestas, algo incomprensible en un hombre con tanta experiencia parlamentaria como Pablo Gómez (¿no era ésta una oportunidad para demostrar porqué y para qué quiere Pablo gobernar la ciudad de México?). En los partidos pequeños, no fue sorpresa comprobar que en Convergencia y en el discurso de Luis Maldonado, hubo, por lo menos, inteligencia y propuestas. En el PAN siguen sufriendo un grave problema de identidad: no saben aún, a cinco años de gobierno, qué son y cómo deberían actuar. El discurso de su coordinador, José González Morfin fue bueno y bien planteado en general, pero pésimamente mal leído, mal trabajado, sin una dirección clara.

El PRI mostró dos caras, como casi siempre: mientras que con Enrique Burgos se presentó un PRI serio y con una visión de futuro (en realidad, el de Burgos fue el mejor discurso de la tarde de ayer, aterrizado, con propuestas, con ideas y con un posicionamiento político-partidario moderno: la pregunta es cuántos de los priistas piensan y actúan como Burgos), con Heliodoro Díaz enseñó la cara que busca, solo, la restauración. Para la gente, una vez más, la pregunta sobre cuál de ellos es el verdadero PRI seguirá más vigente que nunca. Pero esa es otra historia.

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