Bush, Fox: el cansancio del poder
Columna JFM

Bush, Fox: el cansancio del poder

El presidente George Bush y el presidente Vicente Fox, tienen, características similares en lo personal: no son mandatarios especialmente cultos ni con una larga experiencia política, administrativa o legislativa; son sumamente religiosos y les cuesta distinguir en ocasiones su fe, de sus obligaciones en Estados laicos; les gusta la vida de campo y disfrutan de sus respectivos ranchos.

Con un abrazo solidario para mis amigos, don Gilberto Borja Navarrete, por la pérdida de su esposa, Gloria, y Vicente Bárcena Salinas, por el fallecimiento de su madre, María de los Angeles

El presidente George Bush y el presidente Vicente Fox, tienen, características similares en lo personal: no son mandatarios especialmente cultos ni con una larga experiencia política, administrativa o legislativa; son sumamente religiosos y les cuesta distinguir en ocasiones su fe, de sus obligaciones en Estados laicos; les gusta la vida de campo y disfrutan de sus respectivos ranchos. Es verdad que provienen de orígenes muy diferentes: Bush, hijo de un presidente que antes había sido director de la CIA y embajador en China, además de vicepresidente durante ocho años, no conocía Europa hasta que realizó su primera vista ya como mandatario. Vicente Fox, a pesar de haber sido gobernador no conocía hasta que se sentó en Los Pinos los entresijos de la política mexicana, menos aún los hilos del poder, necesarios para manejar un Estado tan complejo como el nuestro. Mientras Bush llegó al poder luego de una muy cuestionada elección pero con un equipo de alto nivel y experiencia, aunque cargado hasta la exageración de ideología neoconservadora, Fox ganó la presidencia en una elección incuestionable pero con un equipo inexperto y demasiado pragmático (o quizás, por su inexperiencia, sin claridad sobre las metas que podía proponerse). Ambos están hoy en un momento de baja credibilidad política, consecuencia de sus propias limitaciones.

El caso de Bush es terrible: el presidente estadounidense no sólo lanzó a su pueblo a una guerra en Irak sino que, además, acaba de demostrar el mayor defecto que puede mostrar un político: la incapacidad ya no de tomar previsiones, como decía Churchill para lo que sucederá “mañana, el mes próximo y el año que viene”, sino de actuar ante una situación tan anunciada como la llegada de un huracán. New Orleáns no fue preparada ante ese hecho porque buena parte de la administración simplemente estaba de vacaciones y no se tomaron previsiones: el propio Bush, mientras su país está empantanado en una guerra cada día más impopular, mientras los precios del petróleo y sus derivados están por las nubes, se tomó unas vacaciones de seis semanas en su rancho. Producida la terrible tragedia que asoló y prácticamente hizo desaparecer bajo las aguas New Orleáns, Bush continuó con sus vacaciones durante cinco días más, apenas envió a la Guardia Nacional tres días después del inicio de la inundación mientras las fotos de decenas de personas desesperadas clamando por comida y agua provocaron que el New York Times comparara la situación con Somalia o Irak. Se comprobó luego que las autoridades locales una y otra vez habían solicitado fondos para reforzar los diques que impiden que la ciudad sea invadida por las aguas (y que fueron los que se rompieron causando la tragedia), pero que el gobierno federal, que están gastando cientos de miles de millones de dólares en Irak, decidió no proporcionarlos. ¿Cómo en una situación de esas características un presidente puede quedarse de vacaciones semanas enteras, cómo ante la virtual desaparición de una de las principales ciudades del país puede aún “seguir descansando”? Sabemos que Bush no es un hombre que sepa reaccionar con rapidez: aquel video de Michel Moore, en Farenheit 9-11, casi le cuesta la elección: allí se lo ve, ya informado de que dos aviones habían impactado contra las torres gemelas de Nueva York, sentado en un salón infantil, paralizado, sin atinar a reaccionar hasta que más de diez minutos después, sus asesores literalmente se lo llevaron. Luego, argumentando razones de seguridad nacional, lo tuvieron lejos de la escena durante casi todo el día, hasta que regresó casi en la noche a Washington. Pero esos larguísimos minutos en el kinder demostraron la incapacidad de reacción del hombre. Evidentemente, le gustan los grandes gestos, declarar una guerra, pensar en modificar el mapa geopolítico del mundo, pero gobernar el país cotidianamente no es lo suyo, ni lo quiere hacer ni le interesa, le parece intrascendente. Como no ha podido hacer ni una ni otra cosa, Bush ya se quiere ir a su rancho, ya quiere, de acuerdo con los planes dinásticos familiares, entregarle el poder a su hermano Jeb (con similares dotes intelectuales y políticas que George), porque siente que el pueblo estadounidense (o mejor dicho lo que en México se denominaría como el círculo rojo) no lo ha comprendido. Pareciera creer que su papel histórico ya lo cumplió, declarando, después del 11-S, la intervención en Irak que, desde su punto de vista, modificaría todo el escenario del Medio Oriente. Cuando un presidente al que aún le restan años de gobierno siente que ya cubrió su papel histórico y sólo espera el reconocimiento por ello, termina pagando costos altísimos, porque la vida cotidiana lleva al olvido esos reconocimientos y lo confronta cotidianamente con nuevos desafíos que no está en condiciones de afrontar.

En el caso del presidente Fox, muchas voces se han levantado en los últimos días, alegando que el presidente, de alguna manera, cerró con su V informe de gobierno, esta administración y también, como Bush, está añorando regresar a su rancho. Puede ser, hace un par de semanas pude platicar con el presidente Fox y asegura estar con muy buen ánimo y ganas de seguir haciendo cosas. Pero lo que no lo diferencia de Bush es esa sensación de que su deber histórico ya está cumplido: la insistencia de su campaña de spots que en los hechos colocan el dos de julio del 2000 como un momento fundacional en la vida del país, el intento de identificar la llegada de la democracia con el triunfo electoral de Fox, la falta de perspectiva para comprender que la situación del país en términos de seguridad, justicia, política y economía, es mucho más delicada de lo que se dice, lleva también al presidente y a su equipo a la desazón, a pensar de que no se les está dando el crédito que merecen. Al mismo tiempo que exacerba los ánimos de sus opositores, dificulta la labor de los miembros de su propio partido que realmente quieren dar una vuelta de tuerca a la vida política para generar nuevas expectativas y termina acabando con la popularidad presidencial: en Estados Unidos esa caída es directa y personal en las encuestas; en México, donde tenemos otra cultura, las encuestas muestra un mantenimiento de la popularidad presidencial pero cuando se va a los indicadores sobre seguridad, política, empleo, la administración resulta reprobada. Como Bush, creen entonces que son el círculo rojo, los medios, que son los otros los que no los entienden. No asumen que, ambos, están cometiendo un pecado político inexcusable: están debilitando al estado. En EU lo vemos cuando los medios ya hablan de un gigante con “pies de barro” ante su incapacidad para atender el desastre de New Orleáns; en nuestro caso porque, entre otras razones, no se puede controlar la violencia y el crimen organizado, pero tampoco impedir que un grupo de personas impida desde la construcción de un aeropuerto hasta circular durante horas por una de las principales autopistas del país. Los estados se debilitan, además, cuando sus presidentes ya están haciendo planes, mucho antes de dejar el poder, para su retiro.

Por cierto, el estado también se debilita cuando funcionarios como el secretario de Gobernación, uno de sus principales senadores, el candidato más cercano al presidente, presionan a la Suprema Corte de Justicia para intentar revertir, una vez más, la aplicación de la justicia como está ocurriendo en estos días, con el caso de Flora Ileana Abraham Mafud, y dejar en libertas a su asesino, Armando Medina Millet, para cumplir con un capricho político, un compromiso con grupos de poder, del gobernador de Yucatán. Sería lamentable que la Corte se doblegara a esas presiones.

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