PAN: apostar a ganar o complacer a grupos de poder
Columna JFM

PAN: apostar a ganar o complacer a grupos de poder

Este domingo el PAN decidirá su futuro. En esta tercera ronda del proceso interno de elección de su candidato presidencial deberá elegir entre una opción que puede generar expectativas serias para los comicios del 2006 o encaminar el proceso hacia una suerte de dedazo anticlimático, marcado, en su caso, como ocurrió en el PRD, como ocurre en el PRI, por una suerte de imposición de algunos grupos de poder.

Este domingo el PAN decidirá su futuro. En esta tercera ronda del proceso interno de elección de su candidato presidencial deberá elegir entre una opción que puede generar expectativas serias para los comicios del 2006 o encaminar el proceso hacia una suerte de dedazo anticlimático, marcado, en su caso, como ocurrió en el PRD, como ocurre en el PRI, por una suerte de imposición de algunos grupos de poder.

No es una exageración: el PAN hasta el inicio de su proceso interno no estaba en las encuestas electorales para el 2006, se refugiaba en una lejana tercera posición en unos comicios polarizados entre el PRI de Roberto Madrazo y el PRD de Andrés Manuel López Obrador. Por las razones que fueran, justas o injustas, todas las encuestas demostraban el deterioro de la precandidatura de Santiago Creel, un deterioro que se acentuó a partir de su salida de la secretaría de Gobernación.

Pero Creel no quiso leer las encuestas y sí cambió, pero para mal: agudizó su actitud de candidato oficial e incluso subestimó tanto a sus rivales internos que realizó una campaña mediática dirigida, supuestamente, al electorado abierto en lugar de a los panistas que decidirían la elección del candidato presidencial. Perdió el tono de la campaña, perdió el debate entre los precandidatos y perdió en forma abrumadora las dos primeras rondas de votación. El propio Creel, antes de la primera de ellas, cuando aún, pese a las encuestas independientes, estaba seguro de su triunfo, le había pedido a los otros dos aspirantes que si había una diferencia de entre 15 y 20 puntos entre el primero y los otros candidatos, que por el bien del partido declinaran apoyando al que estuviera al frente. Menos de 72 horas después perdía con una diferencia de casi 15 por ciento la primera ronda electoral. Obviamente no declinó y dijo que se recuperaría en la segunda etapa: apostaba a lo que sucedería en Veracruz, en Oaxaca y Tabasco, donde paradójicamente el ex secretario de gobernación tenía aliados insólitos: los partidarios de Roberto Madrazo y López Obrador, que lo preferían como rival. En Veracruz, a pesar de todo, Creel perdió la elección. Sólo ganó precisamente Oaxaca y Tabasco, en el primer caso en medio de irregularidades manifiestas. Perdió escandalosamente en Yucatán, donde uno de sus asesores, Luis Correa Mena, le había prometido una votación cuantiosa. Quién sabe qué lectura tendría Creel de su campaña pero cuando iba en Yucatán a actos en los cuales le prometían la asistencia de mil personas y llegaban literalmente tres, se tendría que haber detenido a pensar que las cosas no estaban funcionando. No lo hizo. Perdió en Yucatán, el más panista de los estados de esa segunda ronda de votaciones en forma abrumadora, pero haciendo lo que criticaba cuando era secretario de Gobernación: pese a la enorme diferencia de votos a favor de Felipe Calderón, prefirió apostar a tratar de ganar en la mesa de negociaciones lo que había perdido en las urnas. En realidad, una vez más Creel hizo exactamente lo contrario de lo que se hubiera esperado de él: en lugar, luego de esa segunda ronda de votaciones, cuando Calderón ya estaba en 48 por ciento de los votos totales, de declinar y apoyar a quien lo había derrotado dignamente, lo que hizo fue tratar de ensuciar la contienda, recurrir a las impugnaciones y a tratar de ganar a través del aparato partidario una elección que había perdido. Lo siguió Alberto Cárdenas, otro candidato decepcionante, que se autotituló caballo negro de la contienda y que jamás ha superado el 20 por ciento de los votos. En realidad, como se había señalado desde el momento en que se registró Cárdenas, los objetivos de esa candidatura parecían ser sólo dos: quitarle votos a Calderón para no llegar a una segunda vuelta (apoyando implícitamente a Creel) y en caso de que se diera la misma tratar de volcar su votación hacia Creel, y por otra parte, dirimir así su pleito personal y político con su sucesor, el gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, muy cercano a Calderón. Había un tercer objetivo: representando a los sectores más conservadores del panismo, buscaba con su candidatura un espacio de negociación y ser una suerte de dique para las posiciones más liberales y socialcristianas de Calderón. La idea era buena, pero la candidatura era intransitable, como se demostró en el debate y en las dos rondas de votaciones. Incluso Carlos Rojas Magnon, su coordinador de campaña le sugirió a Cárdenas retirarse. Pero al igual que Creel, prevalecieron las presiones de los grupos internos que no quieren a Calderón, pero, sobre todo, una actitud de mezquindad personal, en ambos, en Creel y Cárdenas, que quizás refleje su forma de entender el poder.

Calderón, por su parte, no ha hecho una campaña extraordinaria, pero, como lo decíamos desde antes de que comenzara este proceso interno, ya se había ganado un lugar en la contienda. Es el que presentó propuestas más concretas, el que logró comenzar a generar un entusiasmo genuino entre muchos electores, panistas y no panistas, que estaban resignados a dirimir el 2006, entre López Obrador y Madrazo. No en vano éstos, y sobre todo el primero que no tiene un electorado duro, sino basado en electores cambiantes, comenzaron una campaña contra Calderón. Como no sabían de qué acusarlo lo terminaron acusando de poca altura, aunque mida un par de centímetros menos que López Obrador, y tenga, se compartan o no sus posiciones, un conocimiento del mundo y de las cosas, político y académico, muy superior al del tabasqueño.

Si los panistas tienen sentido de las posibilidades que se les pueden abrir para el 2006, tendrían que aceptar que su mejor opción es Calderón, aunque fuera, solamente, por el hecho de comprobar quién es el que mayores temores y preocupaciones ha generado en sus adversarios del PRI y el PRD. Y hay motivo para esa preocupación: Calderón puede ofrecerle a los panistas y a muchos ciudadanos que no tienen definido su voto, una opción fresca, sin un pasado que actué como lastre, una opción que no implica continuismo con la administración Fox pero sí posibilidades, por una parte de cierta continuidad, y por la otra, de que las cosas se pueden hacer diferentes. A eso se le debe sumar la juventud, la estabilidad personal y familiar y el carisma electoral. Calderón es, insistimos, hasta ahora la única novedad en el proceso electoral (junto, en la otra vertiente del electorado, con Patricia Mercado y Alternativa) y ese sólo hecho, bien aprovechado por un candidato sin votos negativos previos en su contra, puede ser clave en julio próximo.
Santiago Creel hoy no representa lo que pudo haber sido en el pasado: una opción ciudadanizada del PAN. Representa un continuismo sin escalas con el actual régimen (cuando quiso, precisamente en una gira por Yucatán, deslindarse de la administración del presidente Fox le fue fatal y tuvo que rectificar) asumiendo prácticamente todos sus costos y casi ninguno de sus beneficios, está en una situación vulnerable y su figura se ha desgastado. Cárdenas está peor: nadie sabe a qué juega ni cuál es su propuesta real, salvo la descalificación de sus adversarios internos. Por eso las expectativas que pudiera haber generado literalmente han desaparecido.

No sólo por el bien del PAN sino del proceso electoral del 2006, ojalá este domingo el candidato del partido blanquiazul se confirme en la persona de Felipe Calderón. Se podrá estar o no de acuerdo con él, se podrán o no compartir sus posiciones políticas, votar o no por Calderón, pero lo indiscutible es que le brindará un soplo de aire fresco a unas elecciones que han comenzando a transcurrir en un ambiente demasiado enrarecido.

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