Hugo y Andrés: vanidad e historias paralelas
Columna JFM

Hugo y Andrés: vanidad e historias paralelas

La vanidad, decía el personaje que protagonizaba Al Pacino en El abogado del Diablo, es el pecado preferido de éste. La vanidad hace perder la perspectiva y suele llevar a cometer errores. Hace un año, cuando estaba en su apogeo el tema del desafuero de López Obrador, algunos analistas gustaban de hacer el simil triunfador entre el entonces jefe de gobierno y el también entonces entrenador de los Pumas de la UNAM, Hugo Sánchez. Uno pedía la Presidencia de la República y decía que había un complot en su contra; el otro quería la selección nacional, a pesar de que no tenía experiencia ni madurez. Las historias paralelas siempre suelen ser interesantes, porque marcan el espíritu de una época, los momentos que vive una sociedad y que se representa en los personajes que los reflejan. Es el caso de Hugo y López Obrador.

La vanidad, decía el personaje que protagonizaba Al Pacino en El abogado del Diablo, es el pecado preferido de éste. La vanidad hace perder la perspectiva, explicaba, y suele llevar a cometer los otros pecados, los otros errores. Hace un año, cuando estaba en su apogeo el tema del desafuero de López Obrador, algunos analistas gustaban de hacer el símil triunfador entre el entonces jefe de gobierno y el también entonces entrenador de los Pumas de la UNAM, Hugo Sánchez. Uno pedía la presidencia de la república y decía que había un complot en su contra para frenarlo; el otro quería la selección nacional y, a pesar de que no tenía ni la experiencia y la madurez como para obtenerla, se basaba en su popularidad y en un discurso populista, chauvinista para tratar de obtenerla a como diera lugar. Uno decía que tenía el respaldo del principal empresario del país, el otros aseguraba que lo respaldaban el rector y el presidente del patronato de la UNAM, yerno (y él mismo, un talentoso empresario) del que se decía respaldaba a AMLO.

Ha pasado más de un año y las cosas, en algunos aspectos han cambiado, en otros no. Por lo pronto, hoy Hugo Sánchez, aquejado de una insoportable soberbia y de pésimos resultados deportivos, tuvo que dejar la dirección técnica de los Pumas, sin siquiera ir a despedirse, ayer, de sus jugadores. Llega en su lugar un hombre mucho más sensato y culto, Miguel España. Las historias paralelas siempre suelen ser interesantes, porque marcan el espíritu de una época, los momentos que vive una sociedad y que se representa en los personajes que los reflejan mejor. Es el caso de Hugo y López Obrador.

Hugo Sánchez no fue un jugador extraordinario, pero sí, sin duda, uno de los muy buenos, que por sobre todas las cosas supo aprovechar el momento y la oportunidad de ser parte de un gran equipo, rodeado de los jugadores de aquella memorable “quinta del Buitre” que con Emilio Butragueño al frente, hicieron historia en el Real Madrid. Y allí Hugo fue un personaje.

No le fue fácil llegar: cuando apareció en el Atlético de Madrid, lo tildaban de indio, era poco sofisticado en el juego y en los modos, pero a fuerza de disciplina y goles se ganó un lugar. También aprendió de sus compañeros, ya en el Real Madrid, y salió adelante, llegando a descollar, sin haber sido el preferido de una afición que estaba, entonces, hipnotizada por otros ídolos.

Andrés Manuel López Obrador ha sido, sin duda, un gobernante popular en la ciudad de México, aunque no fue un buen gobernante (pese a que en la comparación con varios de sus antecesores, con la excepción de Rosario Robles, sale ganando). No le costó tanto llegar a esa posición como a otros porque tuvo un respaldo básico: Cuauhtémoc Cárdenas. En realidad, como le sucedía a Sánchez en sus inicios en el Madrid ni la afición ni muchos de los otros jugadores lo querían demasiado. En el naciente PRD muchos no olvidaban que en el 88 López Obrador tardó demasiado en integrarse al cardenismo y que antes, cuando los militantes de la izquierda eran perseguidos o estaban en la cárcel, Andrés Manuel era presidente del PRI estatal en Tabasco y componía el himno oficial de ese partido en el estado. Por eso, la mayoría de los dirigentes en realidad no lo querían o lo subestimaban. Cuando comenzaron sus marchas al DF y tomó los pozos petroleros, comenzaron a fijarse en él, pero ninguno de los dirigentes de la época estaba demasiado interesado en el tabasqueño. El único que entonces lo protegió, lo cobijó, lo educó políticamente (como hicieron Butragueño y Valdano con Hugo) fue Cárdenas. Por él fue figura, por Cauhtémoc fue presidente nacional del PRD. No era tampoco un esfuerzo desinteresado: Cárdenas prefería promover a López Obrador a esa posición porque sentía que de esa manera se mantenía el difícil equilibrio entre las distintas tribus internas embarcadas en una lucha intestina feroz.

Cuando comenzó a entrenar a los Pumas, luego de una muy mala racha del equipo,  Hugo Sánchez no tenía experiencia como entrenador y, al igual que AMLO con su título en Ciencia Políticas, nadie recuerda bien a bien cómo obtuvo ese reconocimiento profesional, pero lo cierto es que comenzó a hacer ganar a un equipo que estaba en ese entonces devaluado futbolísticamente. Obtuvo, con más enjundia y personalidad que con buen juego, un bicampeonato pero, sobre todo, le impregnó al equipo lo que no tenía: la mentalidad de que sí podían ganar…y ganaron. Tuvo Hugo un apoyo de la Universidad (que venía saliendo de un momento interno muy difícil y para la cual ese renacer deportivo era muy importante para el rector Juan Ramón de la Fuente), de los medios y de la afición, como nunca lo había tenido un entrenador de los Pumas. Pero Hugo comenzó a entender que el éxito, en realidad, era sólo suyo: que ni el equipo, ni la directiva ni la afición tenían tanta importancia en esos logros como él mismo, como figura, como entrenador. Y entonces la UNAM le comenzó a quedar chica: quería la selección nacional a pesar de que estaba en manos de un técnico con mucha mayor experiencia que él, como Ricardo Lavolpe. Apeló para lograrlo a todo: desde denunciar un boicot marcado por su profundo chauvinismo, hasta amenazar con largar todo e irse a entrenar a España, pero no a cualquier equipo, sino nada más y nada menos que al Real Madrid. Cuando le ofrecieron el modesto Getafe, se ofendió. No estaba a su altura. Era la selección nacional o nada.

Andrés Manuel llegó al gobierno del DF, en el contexto de un proyecto político donde la figura principal no era él, sino Rosario Robles: ella fue la que en los hechos encabezó su campaña, la que estaba arriba en las encuestas, la que fue elegida presidenta del partido y la que, de acuerdo con la lógica del equipo de Cárdenas, debía ser alentada para convertirse en candidata presidencial para el 2006. Pero en cuando llegó a GDF, AMLO decidió que esa historia se había acabado, que la figura era él y que Cuauhtémoc debía jubilarse. Y por lo tanto tenía que sacar de enmedio a la molesta figura de Robles. Quería llegar desde el GDF a la presidencia y no quería oposición interna: quería evitar cualquier confrontación, aunque fuera dialéctica. Así desde Robles hasta Cárdenas, todos sus adversarios internos, que habían sido los que le dieron la oportunidad de estar donde estaba, fueron dejados en el camino. Se basó para ello no tanto en la sapiencia o en los resultados sino en la popularidad y las encuestas: Hugo decía que le tocaba la selección porque era más popular que Lavolpe, Andrés Manuel de la misma forma se deshizo de Cárdenas: ¿por qué debatir con el fundador del partido si estaba arriba en las encuestas?

Hugo a quienes opinaban diferente, a quienes le hacían notar que le falta experiencia y madurez para la selección o el Real Madrid, los acusaba de todo, incluyendo de malinchistas. La gente de Andrés Manuel, ha tomado la costumbre, desde hace tiempo, pero cada vez más acentuada, a quienes lo hemos criticado, de acusarnos de todo, desde corruptos hasta de escritores a sueldo, aunque no puedan (ni se molesten) en comprobar sus acusaciones. Uno y otros piensan que quienes no están con ellos son sus enemigos y como tales deben ser descalificados, ni siquiera admiten la posibilidad del debate.

La vanidad, el pecado preferido del Diablo, los permeaba a ambos y las encuestas de popularidad eran las que alimentaban ese rasgo. Con Hugo, cuando pasó el factor sorpresa (y la suerte, imprescindible tanto en política como en el fútbol) y los resultados comenzaron a ser negativos, se acentuó el discurso sin reconocer los errores. Pero en apenas tres meses, el consentido de algunos medios y de la afición, se derrumbó por sus propios errores. Se fue abucheado por los mismos que hace un año no aceptaban ni una crítica a su líder. Por otra parte, la campaña electoral todavía no empieza, AMLO ha llegado a su techo en la encuestas, pero ya se siente ganador. La vanidad, de él y los suyos, hoy no es menor a la del Hugo de hace unos meses. Habrá que esperar los resultados.

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