Dos Americas enfrentadas, diferentes
Columna JFM

Dos Americas enfrentadas, diferentes

No ha sido el posible acuerdo de libre comercio de América Latina el que ha tronado la cumbre de las Américas de Mar de Plata, tampoco el proselitismo de Maradona, las aspiraciones de liderazgo continental de Hugo Chávez o la jugada de última hora de Kichner. Todo eso es verdad, pero la realidad es que Mar del Plata ha sido la expresión de algo que resulta evidente desde tiempo atrás pero que ahora se ha demostrado de forma palpable: América está dividida en dos, en dos proyectos diferentes de desarrollo, que no pueden trascender la geopolítica que los determina.

Los titulares de los periódicos, aunque sea involuntariamente, se equivocan: no ha sido el posible acuerdo de libre comercio de América Latina (ALCA) el que ha tronado la cumbre de las Américas de Mar del Plata, tampoco el proselitismo y la popularidad de Maradona, las aspiraciones de liderazgo continental de Hugo Chávez o la jugada de última hora de Néstor Kichner, declarando muerto el ALCA en el discurso inaugural de la cumbre. Todo eso es verdad, pero la realidad es que Mar del Plata ha sido la expresión de algo que resulta evidente desde tiempo atrás pero que ahora, con motivo de la Cumbre (y con la presencia en ella del presidente Bush y del primer ministro canadiense Paul Martín) se ha demostrado en forma palpable: América está dividida en dos, con dos proyectos diferentes de desarrollo, que no pueden trascender la geopolítica que los determina. Nunca antes, por lo menos desde que concluyó la etapa de las dictaduras militares en el continente, esa división es tan evidente.

El ALCA es simplemente la expresión de esa división: por una parte, están, nucleadas en torno al Tratado de Libre Comercio de América del Norte y de la integración económica de Estados Unidos, Canadá y México, las naciones de Centroamérica que son, en forma creciente, parte de esa integración, y muchas naciones del Caribe que quisieran ser parte de ella. Esa integración no se puede ignorar: el comercio regional México, Estados Unidos, Canadá, es de los más altos del mundo y si bien falta avanzar mucho más en la misma en los aspectos políticos y sociales, el proceso es irreversible. Pareciera inconcebible pensar, sin una fractura política y económica de dimensiones difíciles de imaginar, una desintegración económica en ese proceso iniciado hace ya muchos años. A ese grupo de naciones se unen dos países claves en Sudamérica como son Chile, sin duda la economía latinoamericana mejor integrada y más competitiva, y Colombia.

Por otra parte está el MERCOSUR. La alianza entre Argentina y Brasil es clave en esa región del mundo para crear un mercado interno lo suficientemente poderoso como para compensar sus dificultades para integrarse comercial y productivamente con los tres principales bloques internacionales (el del Norte de América, el de la Unión Europea y el asiático del Pacífico). Brasil, desde mucho tiempo atrás, ha concebido con inteligencia esa estrategia para convertirse en el centro del desarrollo regional, sobre todo cuando se acabó la competencia económica con Argentina, integró la economía de ese país con la suya y logró, a partir de allí, aglutinar a las demás economías de la región. Las coincidencias ideológicas de Lula y Kichner, de Tabaré Vázquez en Uruguay y la posibilidad de la llegada al poder de Evo Morales en Bolivia, encontraron en Hugo Chávez un aliado que, probablemente, va más allá de lo que argentinos y brasileños quisieran, pero que les sirve para mostrarse ante Estados Unidos como un poco más moderados, al mismo tiempo que cuentan con financiamiento y energéticos a bajo costo. Pero el eje es la idea de abrir el mercado sólo entre esas naciones: crear una suerte de gran mercado interno regional, que no esté aislado del resto del mundo, pero que no sea tampoco parte de ninguno de los bloques principales. La idea no es nueva y hasta ahora, ha terminado en el fracaso una y otra vez, porque falta la densidad económica, tecnológica y los recursos necesarios, como para hacer viable en el largo plazo el proyecto. La apuesta actual, con todo, es la más ambiciosa que han realizado estos países en mucho tiempo: los resultados, empero, aún son muy inciertos, fuera del discurso ideológico de los 70 que se repite en encuentros como el de Mar del Plata.

Chile, una economía equilibrada y muy abierta al comercio internacional, con diferencias geopolíticas profundas con Brasil y Argentina, y con una administración de izquierda más cercana a la socialdemocracia europea que al populismo nacionalista revolucionario de sus vecinos, ha establecido lazos sólidos con el bloque del Norte de América y con las naciones del Pacífico, generando su propio y fructífero mercado interno y externo. Y las próximas elecciones chilenas no modificarán en absoluto ese panorama. Es diferente en Colombia, acechada por una virtual guerra civil financiada por el narcotráfico, que no sólo debe apostar a sus relaciones con el bloque del Norte de la región por el apoyo político y financiero que recibe de Estados Unidos, sino también porque la administración Chávez inocultablemente está respaldando los grupos que se enfrentan al gobierno de Alvaro Uribe. Esa es una de las batallas políticas más evidentes que se dan en nuestro continente en nuestros días y de su resultado dependerá, en mucho, el destino de la región.

En ese contexto se ubica también la elección del 2006 en México. Como decíamos, concebir México fuera del TLC, fuera del bloque económico con Estados Unidos y Canadá, es hoy inconcebible. Por eso, aunque pueda resultar anticlimático, la posición que asumió Vicente Fox en la cumbre de Mar del Plata fue, en esta ocasión, la correcta: México, por sus propios intereses e independientemente de quienes gobiernen en nuestro país y en Washington, debe apostar a fortalecer la integración, a llevarla más allá y a impulsar un ALCA que nos puede beneficiar en forma evidente. Por eso también, fue una propuesta inteligente la presentada en Costa Rica y refrendada luego en Mar del Plata con los países centroamericanos, de establecer un mecanismo de generación de energía, gas y petroquímicos que abastezca a la región, incluyendo México. El tema va más allá de los simples números comerciales: es una forma de lograr fuertes inversiones regionales y contrarrestar la presencia de Chávez en una zona donde a fuerza de petróleo barato busca incrementar su influencia. Y lo ha logrado, particularmente en el Caribe. Por eso, la propuesta de Fox al decir que si 29 naciones quieren el ALCA y unas cinco o seis no, no hay razón alguna para no seguir avanzando en el proyecto, es correcta. Insistimos: esa apertura es, sin duda, benéfica para la economía mexicana, independientemente de quien viva en Los Pinos. Lo sería más si asumiéramos un papel político, diplomático, mucho menos inseguro y más protagónico, en el buen sentido de la palabra, en la región. En ese sentido, el enfrentamiento entre México y Chile por la secretaría general de la OEA ha sido una de las peores estrategias que se podían concebir ante el entorno regional.

El 2006 es importante porque la candidatura de López Obrador modificaría el actual equilibrio. En su proyecto de programa, el candidato perredista propone, entre otras cosas, una renegociación del TLC que pasaría por cerrar ciertos capítulos del mismo (y los sectores duros de Washington aprovecharían, a su vez, para cerrar otros capítulos de su interés) , insiste en el rechazo a cualquier tipo de inversión privada en el sector energético e incluso, como lo planteó en estos días, rechazó la propuesta de la integración energética de México y América Central. Sus colaboradores cercanos le dicen a los principales empresarios del país, preocupados por estos temas, dos cosas: primero, que deberían apoyar ahora a López Obrador para “moderarlo” después en su presidencia, y segundo que esas posiciones no modificarán, en esencia, el actual status quo comercial, financiero y empresarial con EU y Canadá. Pero el propio López Obrador no habla con los empresarios y su ignorancia respecto a los temas internacionales, su falta de contactos en este sentido (sólo ha salido del país una vez, para una larga estadía en Cuba, a fines de los 80) y su evidente afinidad ideológica con políticos como Chávez, son los que colocan los signos de interrogación sobre el futuro regional si AMLO llegara a la presidencia. Un dato duro es clave en este sentido: entre México y Venezuela pueden estrangular el aprovisionamiento petrolero de Estados Unidos. ¿Usted cree que Washington lo permitiría sin resistencia?

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