Michoacán, Guerrero, DF: el enemigo está dentro
Columna JFM

Michoacán, Guerrero, DF: el enemigo está dentro

Esta semana comenzó con la información de que cinco hombres, provenientes de Michoacán, habían sido encontrados en una camioneta con placas de ese estado, en el sur de la ciudad de México, asesinados y con un tiro de gracia. Nadie podía negar que se trataba de un ajuste de cuentas más del narcotráfico que ha escenificado en Michoacán una de sus mayores batallas de los últimos años pero, también, una demostración más de la presencia que tienen estos grupos en la ciudad de México, de su capacidad de operación y de información.

Esta semana comenzó con la información de que cinco hombres, provenientes de Michoacán, habían sido encontrados en una camioneta con placas de ese estado, en el sur de la ciudad de México, asesinados y con un tiro de gracia. Nadie podía negar que se trataba de un ajuste de cuentas más del narcotráfico que ha escenificado en Michoacán una de sus mayores batallas de los últimos años pero, también, una demostración más de la presencia que tienen estos grupos en la ciudad de México, de su capacidad de operación y de información.

En realidad, la historia de los cinco asesinados tenía mucha más sustancia que la de un nuevo ajuste de cuentas. Una de las víctimas era hermano de Enoc Tafolla Torres, ex síndico del municipio de Lázaro Cárdenas, Michoacán, arraigado actualmente por la SIEDO. Enoc Tafolla es un factor de poder real en Lázaro Cárdenas, no sólo porque tenía un casi pleno control sobre las fuerzas policiales locales sino también porque controlaba buena parte del municipio. Ligado también a extraños grupos armados que operan en la zona, Tafolla se había dado a conocer cuando encabezó a un grupo de policías municipales de Lázaro Cárdenas que lograron la liberación, por la fuerza, de sus compañeros, que habían dejado, previamente, en libertad a los atacantes con granadas de un puesto policial en Zihuatanejo. Cuando su relación con el crimen organizado era ya inocultable, fue detenido y colocado bajo arraigo.

Su hermano, otros cuatro hombres, dos mujeres y una niña, el viernes pasado decidieron venir a visitar en su casa de arraigo a Enoc Tafolla, por eso argumentaron, en Lázaro Cárdenas, que iban a hacer unos trámites en el DF. Tan influyente es su hermano en el municipio, que viajaron en la camioneta que, antes del arraigo le había proporcionado a Enoc, el municipio. Tuvieron la visita y cuando ya habían abandonado el lugar de arraigo,fueron interceptados por un comando que dejó en libertad a las mujeres y la niña y se llevó a los hombres. Una de las mujeres liberadas se comunicó con las autoridades y denunció el secuestro de su marido. Tres horas después aparecían en Tlalpan las cinco víctimas, todas con el tiro de gracia correspondiente.

No es una simple venganza, es parte de uno de los capítulos, con muchas implicaciones políticas, más sangrientos de la guerra entre grupos del narcotráfico. En Michoacán es una batalla que se está escenificando entre los seguidores del líder histórico en la zona, Armando Valencia, y los Carlos Rosales, el narcotraficante que aliado a los cárteles del Golfo e indirectamente de Tijuana, se quiere quedar con el control de una zona clave para la producción de marihuana y amapola, para el procesamiento de droga y, también para el ingreso de cocaína y precursores de drogas sintéticas por el puerto de Lázaro Cárdenas. Los hermanos Valencia, por su parte, habían estado ligados al cártel de Juárez y en los últimos tiempos, particularmente a la organización de Joaquín El Chapo Guzmán. Mucho tiempo atrás, los Valencia lograron posicionarse fuertemente no sólo en el mundo del narcotráfico sino también en el de la política local, donde incluso lograron algunas presidencias municipales, en general aliados con sectores del PRD. Rosales ha intentado, sacar por la fuerza a los Valencia no sólo porque éstos trataron de disputarle a su aliado Osiel Cárdenas, Guadalajara y la ruta hacia Nuevo Laredo, sino también porque existe una disputa, sin que queden claros los términos, por el mercado del centro del país y en particular la ciudad de México. Michoacán y Guerrero, son los principales aprovisionadores de droga para la capital del país, en un mercado que vale ya millones de dólares. Existen, además, relaciones políticas y de áreas de seguridad que han transformado toda la zona, incluyendo Morelos y el área metropolitana de la ciudad, en un terreno de batalla entre distintas bandas del narcotráfico, con intereses políticos específicos.

En Michoacán y Guerrero, con los respectivos cambios de gobierno estatal, los conflictos se han agudizado, sobre todo porque por lo menos pareciera que los gobernadores Lázaro Cárdenas Batel y Zeferino Torreblanca, están dispuestos a no aceptar la penetración de esos grupos en sus gobiernos, pero, al mismo tiempo, no parecen contar con la fuerza suficiente como para impedirlo. Y en los dos estados se ha desatado la violencia. En el caso de Michoacán, el hecho más relevante fue el asesinato de Rogelio Zarazúa Ortega, secretario de seguridad pública, amigo muy cercano del gobernador Lázaro Cárdenas, esposo de la subsecretaria de gobierno del estado, responsabilizada de la aplicación del programa México Seguro en la entidad, y que fue ejecutado, esa es la palabra exacta, cuando estaba acompañado en la comida, por su familia en uno de los principales restaurantes de Morelia. Zarazúa parecía cumplir con su deber pero las fuerzas de seguridad federales solían quejarse de que no compartía información y realizaba sus acciones sólo, sin darle participación al ejército, la marina y la PGR. Semanas después, fueron asesinados en Lázaro Cárdenas, el director y el subdirector de seguridad pública, Gregorio Mendoza y Daniel Guillén Valladares, en un operativo que recordó mucho, por la forma en que se implementó, al de días pasados en el Distrito Federal. Entre otras cosas, Guillen era el cuñado de Enoc Tafolla.

El síndico y sus familiares y funcionarios habían trabajado para Armando Valencia y sus ejecutores estarían relacionados con Los Zetas, los célebres sicarios del cártel del Golfo que se han quedado, en los últimos tiempos, con la operación general de esa organización y para los cuales, el control de Michoacán y Guerrero se ha tornado estratégico para poder hacer llegar la droga hasta la frontera norte, asumiendo que el resto del Pacífico parece estar bajo control del cártel del Chapo Guzmán, salvo partes de la península de Baja California; que la frontera sur, en toda su extensión terrestre, está bajo control también de Guzmán Loera y en la península de Yucatán, la influencia mayor, ahora posiblemente debilitada por la detención de García Urquiza, la tenía el cártel de Juárez, de Vicente Carrillo. Si a eso le sumamos que Rosales fue detenido y esta preso en Puente Grande y que el control de su organización se ha debilitado, se explica la llegada de los Zetas a la entidad (como a Guerrero) para tratar de recuperar los espacios perdidos.

La duda que persiste es si estos funcionarios, arraigados o asesinados (fueron asesinados en los últimos días también el presidente municipal de Buenavista y funcionarios de Tzitzio, entre las 300 víctimas del narcotráfico en Michoacán en lo que va del año) seguían trabajando para los Valencia o si, por la presión de los Zetas, se cambiaron de bando y terminaron ejecutados por sus antiguos o nuevos jefes, porque no pudieron cumplir sus compromisos. La pregunta es pertinente por la presencia que lograron los grupos de Osiel Cárdenas en la capital del país, con una estructura que al ser desarticulada, incluso financiaba todo el mecanismo de corrupción de La Palma a través de células encargadas de aprovisionar grupos del narcomenudeo en la capital para financiar las actividades de su jefe, incluyendo los planes de fuga de Osiel de La Palma que estaban bajo control, precisamente, de Carlos Rosales, hasta que éste fue detenido.

Lázaro Cárdenas Batel y Zeferino Torreblanca, son dos gobernadores honestos y que están buscando cómo enfrentarse a un monstruo que en ocasiones parece superarlos. El mayor problema es que durante años, el narcotráfico, en sus distintas expresiones, se fue infiltrando en las estructuras estatales y también entre varios personajes del ahora nuevo partido en el poder. A eso, se le debe sumar, en ambos estados y en la capital del país, la convivencia que han logrado esas organizaciones con grupos armados que, paralelamente, tienen grados de protección y tolerancia con las alas más radicales (o inescrupulosas) del perredismo gobernante en la tres entidades. El problema para Lázaro, para Zeferino e incluso para Alejandro Encinas (que es también, sin duda, un político honesto) es que tienen un poderoso enemigo externo en el narcotráfico, pero el más peligroso es el interior, el del crimen organizado que anida dentro de sus propias administraciones o en grupos del partido que los llevó al poder.

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