Ebrard y el triunfo del neoperredismo
Columna JFM

Ebrard y el triunfo del neoperredismo

Despidámonos del PRD y démosle la bienvenida al neoperredismo. Con el triunfo de Marcelo Ebrard el domingo para la candidatura del DF la transformación en el partido del sol azteca ha concluido. Hoy en la consideración del neoperredismo pareciera estar mejor cotizado un personaje gangsteril y nefasto (pero tiene dinero y algunos votos) como el Chacho García Zalvidea, que el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas o cualquiera de sus dirigentes históricos.

Despidámonos del PRD y démosle la bienvenida al neoperredismo. Con el triunfo de Marcelo Ebrard el domingo para la candidatura del DF la transformación en el partido del sol azteca ha concluido. Todo puede parecer igual pero ya nada es, en ese partido, lo que era.

Marcelo Ebrard, elegido el domingo como candidato del PRD para gobernar la ciudad de México, podrá gustar o no, pero nadie podrá negar que es un político inteligente y un muy buen operador de cualquier tarea que se le encomiende. Fue el verdadero operador de Manuel Camacho, mientras éste buscaba a principios de los 90 la candidatura presidencial por el PRI y ha vuelto a ser ese operador imprescindible para otro candidato, en este caso Andrés Manuel López Obrador, el cual desde mucho tiempo atrás había hecho pública la línea de que su candidato para el DF era Marcelo. Y ello por muchas razones, que trascienden incluso la muy especial relación que el candidato perredista mantiene con Manuel Camacho. Ebrard, además de un buen operador, tenía muchas de las cosas de las que carece López Obrador y por lo tanto lo complementa: desde presencia hasta formación, pero al mismo tiempo, incluso muy por encima de cualquiera de los otros miembros de su equipo de las redes ciudadanas, es un hombre de lealtades que pueden ser cambiantes (lo fue en su momento con Camacho y Salinas, lo es ahora con López Obrador y esa es una de sus debilidades), pero que, mientras se aferra a ellas son inalterables. Ebrard tiene, en este sentido, algo que los perredistas y los panistas han ido descubriendo en la medida en que se han desgranado hacia su lado muchos ex priistas: una disciplina y capacidad de organización política que se adquiere habiendo ejercido el poder y del que muchos dirigentes de la oposición carecen.

Conozco a Ebrard desde hace ya muchos años y, pese a que en muchas oportunidades hemos estado radicalmente en desacuerdo, creo que, por lo menos en mi caso, siempre ha mantenido el estilo para tolerar (no sé si aceptar) hasta las más profundas diferencias y eso siempre se agradece en un político profesional. En más de una oportunidad, hace ya tiempo, cuando manteníamos un diálogo más frecuente, le insistí en que fidelidades políticas aparte, debía asumir su propia carrera, sus propios objetivos, que no necesariamente serían, siempre, los de su jefe Manuel Camacho. Sé que muchos otros le dijeron lo mismo y creo que Ebrard eso es lo que hizo: hoy, pese a la enorme cercanía que mantiene con el ex regente, Ebrard no debe ser entendido como un sinónimo de Camacho: su lealtad y su proyecto hoy están con López Obrador y allí ha hecho su apuesta.

Será un buen candidato porque conoce la ciudad y porque le ha tocado operar con los buenos, con los feos y con los malos y generalmente ha obtenido buenos resultados, marcados por un pragmatismo ideológico bastante notable. El proyecto de ciudad que defendía Ebrard a principios de los 90, cuando era el operador principalísimo de Camacho, tiene pocos puntos de contacto con el que ejecutó López Obrador. La duda con Ebrard es cuál será, ahora, cuando está proponiéndose para gobernar una de las ciudades más grandes del mundo, su propio proyecto, qué ciudad se imagina, hacia dónde quiere llevarla. Cada ciudad, dice Italo Calvino, toma la forma del desierto al que se enfrenta. Y el desierto al que se debe enfrentar Ebrard es, paradójicamente, el que le permitió ganar la candidatura: el de los grupos clientelares, el de los ambulantes, el de los taxis y rutas piratas, el de ese apoyo que en realidad es un lastre, de los Bejarano y Padierna. Una ciudad que siga comprometida con esos grupos, es una ciudad sin futuro, sin posibilidades de crecimiento. En estos años, han crecido los grupos clientelares y se ha pagado injustamente (como siempre cuando un mecanismo de estas características es universal) una pensión a todas las personas de la tercera edad, pero no hay opciones en la ciudad de México para los jóvenes, la ciudad no ha generado empleos, pierde cotidianamente en términos de competitividad, no recibe inversiones productivas y la inseguridad (tarea de la que en parte fue responsable Ebrard) está muy lejos de haber mejorado, por lo menos para que sea perceptible por quienes vivimos en la ciudad de México.

¿Qué ciudad quiere Ebrard?. No lo sabemos, no nos lo ha dicho, tampoco podemos saberlo por lo que realizó en el pasado, porque el proyecto de Camacho y el de López Obrador eran diferentes y en ambos fue un operador muy eficiente, pero ninguno de ellos era el suyo. Si sigue su formación y su forma de entender la política, Ebrard no podrá ser un gobernante de izquierda para el DF: nunca fue un hombre de izquierda y es difícil creer en conversiones religiosas o ideológicas en plena madurez. En realidad, Ebrard no es ni siquiera demasiado liberal, en ese sentido, en una formación más liberal y hacia la izquierda, sin duda era superado ampliamente por Jesús Ortega, y fuera de su partido, incluso Beatriz Paredes y Demetrio Sodi pueden presumir de muchos más merecimientos en ese campo.

Pero Marcelo será el candidato de la izquierda, ¿qué tomará y qué desechará de ella?. Es más ¿será el candidato de la izquierda o sólo de un partido que dice ser de izquierda?. Porque lo que adelantábamos desde hace semanas, se confirma con el triunfo de Ebrard en la candidatura para el DF: el PRD ha dado una vuelta de tuerca tal bajo el control de Andrés Manuel López Obrador, que hoy sus dirigentes históricos, simplemente no figuran, no están en el cuadro de prioridades de su candidato: ha nacido el neoperredismo. El equipo de López Obrador se está conformando por ex priistas, algunos independientes e incluso dentro de los que son ex priistas se está conformando una corriente mucho más cercana a lo que fue el camachismo en el 93-94, que explica no sólo la candidatura de Ebrard y el papel protagónico de Camacho en las redes ciudadanas, sino también acercamientos tan inexplicables como el de Roberto Campa (¿cómo podrá explicar Roberto que apenas unos meses después de haber calificado a López Obrador de una pésima opción para gobernar el país, de considerarlo populista y autoritario, ahora lo considere su candidato?¿cómo podrá explicar que su ruptura con la bancada priista se dio, en su momento, por apoyar una reforma fiscal que incluyera el IVA en medicinas y alimentos, por apoyar una serie de reformas estructurales integrales y que ahora apoye al principal opositor de las mismas?), sino también el golpeteo que ha sufrido en últimas fechas el que sin duda es el mejor de los políticos que rodean a López Obrador, un Ricardo Monreal que parece haber salido del centro, como lo estaba, de la operación del candidato, desplazado por el camachismo.

Y la pregunta por lo tanto no sólo es qué propondrá Ebrard para la ciudad ahora que se supone que puede navegar sin soportes, sino también que hará todo ese sector del PRD que debe haber comprobado el domingo que ya se quedó sin lo que consideraba su partido. Claro que las expectativas de poder unifican, pero para ello deben concretarse en hechos. Hoy esa izquierda se ha queda sin las candidaturas, sin el equipo de campaña, sin la dirección del partido y si el 70 por ciento de independientes y los coaligados de Convergencia y el PT llenan las listas de aspirantes a diputados y senadores, se quedará sin casi nada. Que hoy en la consideración del neoperredismo pareciera estar mejor cotizado un personaje gangsteril y nefasto (pero que tiene dinero y algunos votos) como el Chacho García Zalvidea, que el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas o que cualquiera de sus dirigentes históricos, deja abierta una duda demasiado grande sobre el futuro de una fuerza política que, efectivamente, puede el día de mañana gobernar el país, pero que ya casi no tiene puntos de contacto con la que se creó hace quince años.

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