Unos vecinos muy distantes
Columna JFM

Unos vecinos muy distantes

Algo sucede entre los gobiernos de México y Estados Unidos porque a pesar de que ambos son concientes de que se necesitan mutuamente, sus gobernantes parecen ir, cada día más, a contracorriente de las exigencias del mundo contemporáneo pero sobre todo de sus propias necesidades. Hay que reconocer en este caso por lo menos una diferencia entre ambos mandatarios: la administración Fox no parece saber qué hacer para mejorar la relación con Estados Unidos, no puede desde septiembre del 2001 articular un discurso coherente con Washington y eso en parte es su responsabilidad, pero también es parte de la suerte de atonía que sufre la Casa Blanca.

Algo sucede entre los gobiernos de México y Estados Unidos porque a pesar de que ambos son concientes de que se necesitan mutuamente, sus gobernantes parecen ir, cada día más, a contracorriente de las exigencias del mundo contemporáneo pero sobre todo de sus propias necesidades. Hay que reconocer en este caso por lo menos una diferencia entre ambos mandatarios: la administración Fox no parece saber qué hacer para mejorar la relación con Estados Unidos, no puede desde septiembre del 2001 articular un discurso coherente con Washington y eso en parte es su responsabilidad, pero también es parte de la suerte de atonía que sufre la Casa Blanca.

El gobierno de Bush, por otra parte, simplemente no parece estar interesado en el tema. Es verdad que se ha abocado a la llamada guerra contra el terrorismo, pero no parece siquiera comprender la forma en la que se le han deteriorado (y se le pueden deteriorar aún más) las cosas en lo que ellos llamen su patio trasero. El temor antimigratorio (en parte justificado por las debilidades que refleja en su seguridad fronteriza, en parte incomprensible porque termina afectando sus bases sociales y económicas) ligado indefectiblemente con la lucha antiterrorista, ha permeado tanto la lógica de la administración Bush y sobre todo del Capitolio, que todo lo demás, todo lo relacionado con México y América Latina, parece haberse opacado o desaparecido de la visión gubernamental: la Casa Blanca, el Congreso y la población estadounidense han estado atentos a los resultados de la elección en Irak pero no parece preocuparse en lo más mínimo porque, uno tras otro, los gobiernos de Sudamérica, por ejemplo, han tomado una ruta de enfrentamiento, aunque sea retórico, contra Estados Unidos. El dato más cercano es el triunfo de Evo Morales en Bolivia.

El tema migratorio es central en este sentido: la iniciativa aprobada por la cámara de representantes de construir un muro de mil quinientos kilómetros de largo, sumada a intentos (en apariencia fracasados) de medidas tan contrarias a la filosofía con la que se construyó la Unión Americana, como no dar la nacionalidad a niños nacidos de parejas que vivieran ilegales en ese país, en poco contribuye a reforzar la seguridad nacional estadounidense y por el contrario genera un clima de tensión que terminará repercutiendo, tanto en esa exigencia (justa) de mayor seguridad fronteriza, como en el clima interno de los Estados Unidos, donde la indignación entre millones de trabajadores que permanecen en esa condición parece crecer cotidianamente.

Es verdad que a la administración Bush no parece importarle el tema migratorio en forma central de cara a las elecciones de medio término en el 2006: no está tan necesitada del voto inmigrante como en las presidenciales del 2004 y tampoco Bush se juega la reelección como entonces. Por lo tanto, parece ser que la consideración es endurecerse para garantizar el triunfo del voto duro republicano y de una ciudadanía ante la cual la propia administración está en posición cada vez más difícil y reacciona aparentemente sólo con relación al caso Irak: apenas ayer se dio a conocer una encuesta del Washington Post y la cadena ABC que dice que la popularidad presidencial pasó del 39 al 47 por ciento porque ha explicado “mejor” las razones de su participación en Irak.

El propio Bush ha insistido en las últimas horas en la necesidad de que el congreso le apruebe el plan de trabajadores temporales que presentó hace tiempo, pero tampoco en ese sentido parece existir demasiada prisa en el congreso. La diferencia es que, ante ello, el gobierno mexicano parece haberse quedado paralizado. Es verdad que el presidente Fox ha repetido, una y otra vez, su discurso crítico sobre las medidas adoptadas por la cámara de representantes y que el canciller Luis Ernesto Derbez ha tenido el tino de explicar que estas medidas, no sólo son inútiles en términos de seguridad sino también “mancas y tontas”, pero debemos preguntarnos, independientemente de la reacción gubernamental y de muchos otros actores sociales, cuál es la acción realizada para adelantarse a estos fenómenos.

Parece indudable que la lectura que está haciendo el gobierno federal de cómo procesar una estrategia respecto a Estados Unidos, es incorrecta o por lo menos ineficiente. Y la mejor demostración de ello es que la Casa Blanca ignora a México, como lo hace con el resto de la región. Puede ser, para muchos que ello se derive del voto en contra ejercido por México ante el consejo de seguridad de la ONU con motivo de la intervención en Irak. Pero aquella fue una decisión correcta aunque se tuviera que asumir costos. El problema parece ser otro y es, básicamente, que no existe la presión necesaria y suficiente como para colocar algunos de los temas de interés mexicanos en la agenda de Bush.

En este sentido, es mucho más probable que el error se base en la ausencia de una presencia más importante del gobierno y de la comunidad mexicoamericana ante Washington. Y la decisión de centrar buena parte de la estrategia política ante nuestros paisanos en Estados Unidos, en la votación de los mexicanos en nuestras elecciones en lugar de realizar un esfuerzo político y económico similar para lograr que la mayor parte de la comunidad méxicoamericana vote pero en los comicios estadounidenses. Es obvio que a nuestros paisanos viviendo en Estados Unidos, salvo algunas excepciones, no les interesa votar en nuestros comicios: apenas son cinco mil 500 (sobre un universo de varios millones) las personas que se han registrado para hacerlo, y no les interesa porque el hacerlo porque no hay interés, porque les genera dificultades y nadie ha podido explicarles cuál sería el beneficio de hacerlo, mientras que, por el contrario, si la estrategia se basara en buscar una mayor presencia y participación electoral en Estados Unidos, los efectos serían inmediatos y mucho más seguros de obtener para ellos.

Somos parte de una alianza estratégica con Estados Unidos y ni ellos ni nosotros parecemos comprenderlo ni estamos tomando las acciones en ese sentido. Para México es grave pero paradójicamente puede ser más grave aún para los propios Estados Unidos porque esa tendencia a la soledad y el aislamiento que su propio gobierno parece en ocasiones exhibir casi con orgullo, inevitablemente los terminará debilitando en el mediano y largo plazo. En nuestro caso, esa ausencia de respuesta y sensibilidad lo que hace es socavar la posibilidad tanto del gobierno como de buena parte de la sociedad que ve en esa integración un futuro viable para nuestro país.

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