La decisión de Felipe
Columna JFM

La decisión de Felipe

El problema mayor que se presenta en la campaña de Felipe Calderón no es el despido de Francisco Ortiz en el área de imagen del candidato panista. Era evidente que esa área no estaba funcionando correctamente y el ex publicista de Fox se convertiría en una carga en lugar de un apoyo. El problema central de la campaña pasa por la relación, inaceptable, que mantiene la dirección del panismo con la campaña de Calderón. Pareciera que los dirigentes panistas están pensando solamente en ver cómo se ubican para el próximo sexenio, un sexenio en el que algunos de ellos sienten que no estarán en el poder y quieren asegurar posiciones legislativas aunque ello implique no apoyar a su candidato, sin asumir, siquiera, que ese candidato tiene posibilidades reales de ganar la elección.

El problema mayor que se presenta en la campaña de Felipe Calderón no es el despido de Francisco Ortiz en el área de imagen del candidato panista. Al contrario, al quitar a Ortiz del equipo, Calderón actuó con rapidez y valentía: era evidente que esa área no estaba funcionando correctamente y, además, que cuando se divulgaran las acusaciones contra Ortiz tanto de su paso por la presidencia de la república como en el consejo de promoción turística, el ex publicista de Fox se convertiría en una carga en lugar de un apoyo.

En realidad, el trabajo de Ortiz fue muy deficiente: Calderón pudo establecer una buena campaña en la interna de su partido, superar con amplio margen a Creel, cruzar las encuestas con Madrazo y ponerse a unos pasos de López Obrador hasta que Ortiz asumió el control de la campaña en imagen y rompió acuerdos, privilegió a un grupo de medios con los que tiene relaciones empresariales, diseñó un mensaje que poco tiene que ver con Calderón y con las expectativas que una candidatura como la suya puede despertar. Si a eso sumamos los asuntos sin resolver que dejó Ortiz en el consejo de promoción turística que involucran fuertes sumas de dinero y de labor institucional (como por ejemplo la campaña para el relanzamiento de Cancún) y que lo dejaron incluso mal parado con un ex viejo aliado suyo como Rodolfo Elizondo, son claras las razones que tuvo Calderón para cambiar en esa área clave de su campaña.

Pero el problema central de la campaña de Calderón no es ese, pasa por la relación, inaceptable, que mantiene la dirección del panismo con la campaña de Calderón. Pareciera que los dirigentes panistas están pensando solamente en ver cómo se ubican para el próximo sexenio, un sexenio en el que algunos de ellos sienten que no estarán en el poder y quieren asegurar posiciones legislativas aunque ello implique no apoyar a su candidato, sin asumir, siquiera, que ese candidato tiene posibilidades reales de ganar la elección. Los desencuentros con Manuel Espino son demasiado evidentes y si la campaña de Calderón ha caído desde la tregua ha sido por una razón muy sencilla: en enero se esperaba que, de común acuerdo con el presidente Fox y el propio Espino, hubiera un cambio en la dirigencia del PAN o que ésta se subordinara en la campaña al candidato. No fue así, se creó un híbrido en el cual la campaña va por un lado y el partido por el otro y pareciera que los dirigentes partidarios se empeñan en boicotear, un día sí y el otro también, a Calderón. Por esa absurda paradoja, Calderón ha terminando dedicando la mayor parte de su tiempo en campaña a actos con los propios panistas que nada le aportan y mucho le restan (por eso la salida también del director de giras de la campaña). Es absurdo porque el voto de los panistas Calderón ya lo tiene seguro: no van a votar ni por Madrazo ni por López Obrador, y además porque al inicio de su campaña Calderón apostó a dos cosas inteligentes: primero, a presentarse como una opción del futuro contra el pasado, que es muy atractiva para los jóvenes independientes y las clases medias; y segundo (luego de que el propio Espino reventó la posibilidad de una alianza con el partido Verde), plantearse una alianza con la sociedad, lo que debería entenderse como la apertura de la campaña a los más diversos sectores sociales. Desde que terminó la tregua, a mediados de enero, Calderón abandonó ese discurso (que ahora se plantea retomar en esta revisión que ha hecho de su estrategia) y esos objetivos por la presión interna del partido. Apenas pudo sacar la candidatura de Demetrio Sodi al DF y eso con esfuerzos y obligando a Demetrio a prescindir de un acuerdo con Patricia Mercado y Alternativa que lo pudieran haber proyectado a él y a Calderón hacia otro tipo de electorado. En esa lógica se inscribieron las desafortunadas declaraciones de Calderón en entrevista con López Dóriga a fines de enero cuando habló del aborto o la píldora del día siguiente. No porque estuviera mal lo que dijo (en última instancia es un problema de convicciones personales) sino porque no supo diferenciar las posiciones individuales, legítimas, con las que debería adoptar como jefe de Estado. Lo hizo, se asegura en su círculo más cercano, para aplacar a los sectores más conservadores de su propio partido pese a que su posición personal sobre esos temas es mucho más abierta y cuando, por el contrario, tendría que haber aprovechado la oportunidad de lanzar un mensaje de apertura para los que no son parte del mismo.

La situación se ha repetido una y otra vez y el colmo se dio la semana pasada cuando primero el propio Manuel Espino y luego el vicecoordinador de los senadores panistas, César Jáuregui, se pusieron a declarar que había acuerdos con los gobernadores priistas Eduardo Bours y Natividad González Parás, y con los ex gobernadores Tomás Yarrington, Manuel Angel Núñez Soto y Enrique Martínez, todos miembros del llamado Tucom, para que se incorporaran a la campaña de Calderón. Era una mentira descarada: no hay acuerdos de ese tipo y como lo dijo el propio Calderón, ese tipo de declaraciones en lugar de apoyarlo en realidad le restan respaldo, además de que si hubiera algún tipo de negociación en ese sentido la misma se frustraría por la propia declaración. Y en parte eso es lo que sucede: ya Espino y su gente han reventado varios otros acuerdos extrapartidarios. Reventaron el que se negociaba con el Verde o por lo menos con la corrientes de Bernardo de la Garza, frustraron la incorporación de varios personajes extrapartidarios a los que no le abrieron espacios para posibles candidaturas, estuvieron a punto de arruinar la candidatura de Sodi. Y no dudo que haya habido pláticas del equipo de Calderón con algunos priistas prominentes, para acordar cosas para las elecciones y para después de las elecciones (sería ingenuo pensar otra cosa), incluso la posibilidad de apoyos de acuerdo a cómo vayan las encuestas en el tramo final de la campaña. Pero las declaraciones de Espino y Jáuregui parecían destinadas, sobre todo, a reventar esa posibilidad más que mostrar un respaldo a su candidato.

En última instancia las posibilidades de Calderón se definirán en las próximas semanas partiendo de un tema: si tiene control sobre su campaña y su partido o no lo tiene. Recordemos que el panismo no estaba de acuerdo en muchas de las decisiones de Fox en el 2000, pero nunca lo obstaculizaron públicamente. El propio presidente Fox tiene, en ese sentido que asumir su responsabilidad y le hará un gran favor a Calderón, mucho mayor que el generado por la campaña de spots, si se encarga de poner orden en su partido y ponerlo a disposición de su candidato. Si no tiene Calderón esa posibilidad, su oportunidad se perderá. Todavía tiene posibilidades de alcanzar y superar a López Obrador (y por eso en el equipo de éste, con todo tipo de bajezas, atacan un día sí y otro también a Calderón, porque saben que es el candidato que tienen que bajar), pero la ventana de oportunidad que fue muy amplia en enero y principios de febrero, se va cerrando con el paso de las semanas y si se cierre por completo ya no será posible abrirla.

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