El efecto Arreola
Columna JFM

El efecto Arreola

En torno a Andrés Manuel López Obrador hay de todo, como siempre sucede con un candidato presidencial con opciones reales de alcanzar la presidencia de la república. Llama la atención, por supuesto, la ausencia de viejos perredistas en ese entorno e incluso la poca o nula disposición del propio López Obrador a trabajar en equipo. No significa que éste no exista, pero quienes participan cotidianamente en los trabajos con el ex jefe de gobierno aceptan que en realidad son pocas las ocasiones en las cuales realmente se debate o que el candidato acepta ideas que contradigan las que ha expresado originalmente.

En torno a Andrés Manuel López Obrador hay de todo, como siempre sucede con un candidato presidencial con opciones reales de alcanzar la presidencia de la república. Llama la atención, por supuesto, la ausencia de viejos perredistas en ese entorno e incluso la poca o nula disposición del propio López Obrador a trabajar en equipo. No significa que éste no exista, pero quienes participan cotidianamente en los trabajos con el ex jefe de gobierno aceptan que en realidad son pocas las ocasiones en las cuales realmente se debate o que el candidato acepta ideas que contradigan las que ha expresado originalmente. En muchas ocasiones hemos subrayado que uno de los problemas que existen con López Obrador es el de sus rasgos autoritarios y ello se refleja en su forma no sólo de entender sino también de ejercer el poder: hacia dentro y hacia fuera.

Pero en ese entorno del candidato hay de todo. Desde muy buenos y disciplinados operadores como Ricardo Monreal (sin duda el hombre más eficiente de su equipo) hasta personajes con una carrera tan controvertida como Manuel Camacho, pasando por algunos que no se explica muy bien qué hacen allí y que van desde Socorro Díaz hasta José Agustín Ortiz Pinchetti, incluyendo otros que se han convertido en objeto de la controversia cotidiana como el abogado Javier Quijano (creador de aquella versión, publicitariamente exitosa, de que el desafuero equivalía a un “golpe de estado”) hasta Federico Arreola, cuyas más recientes actitudes y declaraciones lo colocan en el límite de la provocación cotidiana. No me queda claro que papel termina jugando Jesús Ortega y me sigue asombrando, para mal, que López Obrador no acepte abrirle un solo espacio al cardenismo en su equipo de trabajo.

Hacia Arreola, en su papel de anterior director del grupo de periódicos Milenio, ya lo hemos dicho en muchas oportunidad, no tengo más que reconocimiento: en lo personal, en los cinco años que trabajé con Federico como director de ese medio, jamás (bueno, casi nunca y eso en los medios es mucho) tuve quejas sobre el trato profesional que le dio a mi trabajo a pesar de que en muchas ocasiones, sobre todo desde el 2003 cuando comenzó la acelerada conversión de Federico al lopezobradorismo, manteníamos puntos de vista radicalmente diferentes sobre distintos aspectos de la vida política y particularmente del que sería posteriormente su candidato. En ese capítulo de su vida profesional, conmigo, Arreola fue escrupulosamente respetuoso y eso siempre se debe agradecer y reconocer en un editor.

Pero algo ha pasado con Federico en los últimos meses. En mi caso personal, cuando dejó la dirección de Milenio para incorporarse al equipo de Andrés Manuel, me habló para agradecerme, lo hizo en público y en privado, la posición que había tomado respecto al tema del desafuero porque había permitido que en el periódico, dijo, se reflejaran las posiciones diversas con seriedad y sin caer en maniqueísmos. Una vez más se lo agradecí. Pero nunca entendí y se lo dije, y lo escribí, como podía cambiar de opinión en forma tan tajante en menos de un año: en marzo del 2004 había escrito en su libro sobre el asesinato de Colosio, que Manuel Camacho había sido el Caín del sonoerense y en más de una ocasión había dicho que éste era uno de los responsables de su muerte: tengo profundas diferencias con Camacho y su forma de entender la política y el poder, pero jamás lo acusé ni lo he creído capaz de una acción de ese tipo. Pero Federico sí, aunque un año después de publicar su libro estaba trabajando con Camacho en el equipo de López Obrador. Ahora, en su más reciente libro, dice que en realidad, los dos fueron engañados por Salinas.

También en su más reciente libro, La lucha de la gente contra el poder del dinero, hace dos referencias personales que no entendí y sobre las que también le pregunté sin obtener respuesta. Un es casi obvia: en alguna parte reproduce un mail de un lector dirigido a él que me critica por no contestar los mensajes que esa persona me envíaba criticándome. Y la verdad es que no contesto los mail de personas que suelen confundir el debate con los insultos y las agresiones, como era el caso. Pero en algo más importante, dice que comencé en el 2003 a criticar la gestión de López Obrador a causa de “viejos agravios”. Me desconcierta porque Arreola sabe que no tengo ni viejos ni nuevos agravios con López Obrador, con quien en algún tiempo tuve una relación profesional intensa y respetuosa: simplemente tengo diferencias con él como con buena parte de los políticos de nuestro país. Ese es el papel crítico, además, que se espera cumplamos los periodistas. Lo grave es que al hablar de “viejos agravios” se intenta deslegitimar la validez de cualquier crítica y se desplaza el tema del ámbito profesional al personal. Y eso sencillamente no se vale, sobre todo porque Federico sabe que no existe “agravio” personal alguno de López Obrador hacia un servidor o de un servidor hacia López Obrador.

Ahora Arreola enfrenta una demanda del conductor radial Oscar Mario Beteta porque éste, que había incluso convertido a Arreola en su comentarista habitual en radio Fórmula, descubrió, tardíamente por cierto, que en el citado libro, Arreola lo acusa de haber pedido el asesinato de López Obrador para frenar su carrera presidencial. En realidad, Beteta, un opositor a López Obrador declarado, jamás pidió, ni remotamente, en su programa de radio nada similar. Extraña además la actitud de Arreola porque fue él quien llevó a Beteta a escribir a Milenio y jamás le reprochó esa supuesta declaración que se habría dado en el 2005, al reconocido conductor de radio.

En el libro hay mucho excesos similares: se cometen con numerosos periodistas, especialmente con Luis González de Alba, con Jaime Sánchez Susarrey, con Pablo Hiriart, más recientemente con José Carreño Carlón, también con la mayoría de los encuestadores comenzando por Roy Campos, del que ha cambiado de posición tantas veces como éste da a conocer una encuesta, entre otros. Pero además, Federico ha utilizado los espacios periodísticos de los que goza para referirse al candidato del PAN, Felipe Calderón, como “fecal”, lo ha tratado de mentiroso y corrupto, en una reciente declaración, sin prueba alguna, ha hablado de Calderón calificándolo de “alcohólico”. Cuando se le preguntó en qué se basaba para decirlo, dijo que eso “se decía” del candidato panista  y la respuesta descalifica cualquier trabajo periodístico. ¿Se imagina usted las cosas que se pudieran publicar basándose simplemente en el “se dice que” de todo tipo de personajes, incluyendo los periodistas que lo dicen?

Se podrá o no estar de acuerdo con Calderón, pero quienes lo conocemos desde hace años sabemos que eso es, simplemente, una infamia, una enorme mentira, sin sentido alguno. ¿Cuál es la razón de esos agravios, de esos excesos proviniendo de un político, del operador financiero, además, de un candidato presidencial exitoso, que ha vivido en los medios buena parte de su vida y que sabe perfectamente que ello no es válido ni ético?¿le ha tocado a Arreola jugar el papel de provocador en la campaña de López Obrador? Si es así flaco favor le hace a su candidato pero sobre todo a sí mismo. Porque lo que Federico construyó a lo largo de muchos años, en medio sí de controversias, respaldos y rupturas de todo tipo, pero con mucho trabajo, lo está desbaratando en unos meses: cumplirá con su candidato pero está perdiendo, casi día con día, mayor credibilidad con ese tipo de expresiones. No es una noticia, por lo menos en mi caso, de la cual alegrarse.

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