No habrá atentado
Columna JFM

No habrá atentado

Hoy, cuando se cumplen 12 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio, habría que recordar aquellas versiones, alimentadas en ocasiones desde su propio equipo, de la posibilidad de un atentado contra Andrés Manuel López Obrador. Las diferencia entre la situación de campaña que vive López Obrador respecto a la que vivía Colosio son radicalmente diferentes. Por lo tanto no habrá, no tiene porqué haberlo, un atentado en su contra. El verdadero peligro comenzará después.

Hoy, cuando se cumplen 12 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio, habría que recordar aquellas versiones, alimentadas en ocasiones desde su propio equipo, de la posibilidad de un atentado contra Andrés Manuel López Obrador. Nunca hubo nada serio al respecto y el tabasqueño no tendría que temer por esa posibilidad. Las diferencias entre la situación de campaña que vive López Obrador respecto a la que vivía Colosio son radicalmente diferentes. Mientras el sonoerense comenzó torpedeado por la corriente camachista por una parte y por el priismo más tradicional por la otra (los primeros se concebían a sí mismos como los legítimos herederos de Salinas, y ahora paradójicamente del lopezobradorismo, mientras los segundos veían a Colosio como la opción para que el salinismo se consolidara en aquel ciclo de 20 años del que hablaba entonces José Angel Gurría); al tiempo que su campaña era opacada por el surgimiento del EZLN y las negociaciones en San Cristóbal; cuando su propia candidatura parecía estar en duda y la seguridad nacional se desgajaba (levantamiento en Chiapas, secuestros del EPR contra Alfredo Harp y Angel Losada) se generaba un clima que propiciaba la posibilidad de algo impensable en el pasado: atentar, sacar del camino, como fuera, a un candidato presidencial. Así ocurrió: la historia, la verdadera investigación, la operación de fondo que estuvo detrás de ese crimen, está lejos de haberse realizado. Las indagatorias de Pablo Chapa Bezanilla, aquel fiscal que ahora se dedica a defender narcotraficantes en Morelos, entran en la historia nacional de la infamia y hasta se podría considerar que fueron tan negligentes, que pudieron haber sido parte del encubrimiento del crimen.

No es el caso de López Obrador. Su campaña va sobre rieles: no lo afectan ni sus arrebatos autoritarios (“cállese señor presidente, cállese chachalaca”) ni las controvertidas relaciones con personajes como Hugo Chávez, tampoco la ausencia de un programa con propuestas renovadoras para afrontar el futuro del país. Las encuestas ahí están: se podrá argumentar que faltan cien días, que cuando se va a los números de electores potenciales la diferencia no es tanta como aparece en los índices porcentuales, pero lo cierto es que la ventaja de López Obrador aparenta ser, hoy por hoy, sólida. Nadie le disputa su candidatura y sus adversarios externos no parecen acertar con la fórmula para neutralizar su ventaja. Hay, sin duda, sectores que desearían que de ninguna forma llegara López Obrador a la presidencia de la república, sin embargo el clima político que vive el país dista mucho del que se dio en el 94.

Pero existe un factor de seguridad que debe ser tomado en cuenta: en el 94 había, como ahora, una guerra entre los cárteles del narcotráfico. Y era una guerra marcada por el control de espacios pero sobre todo, por la búsqueda de posicionarse en el futuro terreno político, como ahora. Nunca se investigaron seriamente las conexiones de Mario Aburto con el grupo de sicarios de Los Texas, que entonces trabajaban para Juan García Abrego, el cártel que tenía mayor dependencia (como sus sucesores, el cártel de Osiel Cárdenas) del poder político y que Colosio había despreciado públicamente, cuando hizo expulsar de una comida con empresarios en Monterrey a Humberto García Abrego. Ni siquiera se logró explicar cómo el revólver Taurus que utilizó Aburto en Lomas Taurinas llegó de Tamaulipas (donde se había perdido su rastro) a Tijuana. Lo cierto es que hoy la violencia entre los cárteles se ha recrudecido y que en la misma Nuevo Laredo parece existir un verdadero desafío del narcotráfico por el control territorial contra las fuerzas del Estado. Nuevamente, si alguien busca desestabilizar la vida nacional, el hilo conductor nos llevará a esa zona del país. ¿Debe preocuparse por ello López Obrador?. Quizás ahora no, la tesis enarbolada por el candidato perredista de que el narcotráfico es producto de la pobreza es lo que quieren escuchar los grupos del crimen organizado, porque saben que no es así, que el fenómeno poco y nada tiene que ver con la pobreza. Pero debería hacerlo en el futuro. Por varias razones: primero, por parte de su entorno; segundo, porque como sus propuestas de seguridad no son serias, en el futuro tendrá que afrontar el tema y esos grupos estarán fortalecidos; tercero, porque ha explicitado que no confía (y entonces la desconfianza es recíproca) con varias de las instituciones claves para dar esa batalla, comenzando por las fuerzas armadas, la SIEDO y la Suprema Corte de Justicia.

No habrá, no tiene porqué haberlo, un atentado en su contra. El verdadero peligro comenzará después.

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