Evo o el espejo roto
Columna JFM

Evo o el espejo roto

El sábado el presidente de Bolivia, Evo Morales, estuvo en la Habana donde firmó un acuerdo político y comercial con sus homólogos de Cuba y Venezuela. Regresó el domingo a su país y el lunes a primera hora anunció, intempestivamente, la ?nacionalización? de toda la industria energética. Dispuso que toda la producción de las compañías privadas del sector tendría que ser puesto a disposición de la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos y ordenó que todas las instalaciones y propiedades de esas empresas fueran ocupadas por el ejército.

El sábado el presidente de Bolivia, Evo Morales, estuvo en la Habana donde firmó un acuerdo político y comercial con sus homólogos de Cuba y Venezuela, Fidel Castro y Hugo Chávez, respectivamente. Regresó el domingo a su país y el lunes a primera hora, anunció, intempestivamente, la “nacionalización” de toda la industria energética. A través de un decreto confuso y de mayor contenido ideológico que legal, dispuso que toda la producción de las compañías privadas del sector tendría que ser puesto a disposición de la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos y ordenó que todas las instalaciones y propiedades de esas empresas, desde pozos de gas y petróleo hasta las gasolineras, fueran ocupadas por el ejército.

Cualquier parecido con la decisión de José López Portillo, el primero de septiembre de 1988 de “nacionalizar” (en realidad expropiar) la banca y la forma en que ésta se operó, no es simple coincidencia: se trata de la esencia en que el más crudo populismo entiende el ejercicio del poder y, simultáneamente, su profunda incomprensión del funcionamiento básico de la economía.

Hubo en México unos pocos que han celebrado la decisión de Evo Morales e incluso lo han puesto como ejemplo para nuestro futuro. Como aquel primero de septiembre del 88 en México, el primero de mayo pasado en Bolivia, las plazas públicas se llenaron de manifestantes apoyando la medida, convencidos de que ahora sí, siendo el Estado el propietario total de la industria energética, su país dejará de ser, junto con Ecuador, la nación más pobre de América del Sur. Lamentablemente no será así. La verdad está mucho más cerca de lo que dijo el editorial de El País de España: la popularidad de Morales hoy está por los cielos en Bolivia pero la historia no lo juzgará por ello sino por los resultados de una medida que no ha funcionado en ninguno de los países en los que se ha aplicado.

Pero, además, con esa decisión Morales demostró dos cosas que están en el debate político regional: primero, cómo, por una decisión inconsulta e irresponsable, se puede romper en unos minutos con aliados claves para Bolivia, lo que tendrá costos altos para un país pobre, que depende mucho de ciertas relaciones económicas y políticas. En unas horas, los gobiernos de España, Brasil y Argentina, todos aliados de Morales, expresaron desde su indignación hasta su preocupación por la disposición del presidente Morales, que desde su campaña, siempre había asegurado que no adoptaría una decisión similar sin negociarla previamente con las empresas involucradas. El gobierno de Lula, incluso le recordó que la brasileña Petrobras había invertido mil 500 millones de dólares en Bolivia y que su producción representa el 15 por ciento del PIB boliviano. La Unión Europea consideró que la nacionalización tendrá consecuencias diplomáticas negativas.

Un segundo punto, no menos importante, es que Morales confirmó que es un mito aquello de que existe una sola gran corriente de izquierda en América Latina. Son por lo menos dos corrientes que, además, están encontradas entre sí: una cosa son Morales, Chávez y Fidel y otra, muy diferente, es la corriente de Lula, Bachelet, Vázquez o incluso Kircher, con todas las diferencias que existen entre ellos. Una es una corriente populista, nacionalista, autoritaria, que no tiene una idea clara ni siquiera de cómo insertarse en el mundo, difícil de calificar como de izquierda, y la otra sabe cuáles son sus márgenes reales de poder, en dónde enfocar sus objetivos políticos y económicos y cómo buscar beneficios comerciales y empresariales para su país.

Obviamente, la pregunta de en cuál de esas corrientes se insertaría López Obrador no es ociosa. Las cosas pueden cambiar pero hasta hoy su discurso y su llamado proyecto alternativo de nación parecen estar más cerca de los primeros que de los segundos, aunque sus asesores nos quieran convencer de lo contrario. Por lo pronto, ya ni Fidel, ni Chávez ni Evo pueden ser un espejo deseable para reflejarse en él.

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