AMLO: sólo un aprendiz de brujo
Columna JFM

AMLO: sólo un aprendiz de brujo

Siempre se habla del México Bronco, se advierte del peligro de despertarlo, se insiste en su presencia latente en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad. No son advertencias vanas porque el México Bronco existe, es real. Pero pocas veces se habla del otro México: el que repudia la violencia, sobre todo cuando no es justificada, el que apuesta por la estabilidad y la tranquilidad, el que quiere trabajo y vivir mejor: el México Pacífico. Para algunos, esos dos México son la demostración de las enormes distancias sociales internas que nos marcan.

Siempre se habla del México Bronco, se advierte del peligro de despertarlo, se insiste en su presencia latente en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad. No son advertencias vanas porque el México Bronco existe, es real. Pero pocas veces se habla del otro México: el que repudia la violencia, sobre todo cuando no es justificada, el que apuesta por la estabilidad y la tranquilidad, el que quiere trabajo y vivir mejor: el México Pacífico. Para algunos, esos dos México son, como muchos otros, la demostración de las enormes distancias sociales internas que nos marcan. La diferencia es que pareciera que, sobre todo en épocas de cierta estabilidad económica, el México Pacífico es mucho más numeroso y congruente que el Bronco, y que mientras el primero representa en buena medida nuestro futuro, el segundo es la representación palpable de nuestro pasado.

El México Bronco fue despertado en San Salvador Atenco la semana pasada. Fue despertado porque lo que vimos fue una evidente provocación fraguada por los macheteros de Atenco y organizada por su líder político: Marcos. El cálculo de los zapatista fue erróneo como lo han sido todos desde que comenzaron la llamada Otra Campaña. Marcos en el DF ha pasado desapercibido: cualquier candidato puede convocar más gente en sus actos y tiene mayor repercusión pública. En Atenco, los hechos de violencia fueron rechazados por los propios habitantes del municipio, hartos de Ignacio del Valle y sus seguidores. El acto de Marcos el fin de semana tuvo que ser suspendido por falta de quórum y los bloqueos organizados por otros asociados del subcomandante, el Frente Francisco Villa y los ex miembros del CGH (en muchas ocasiones más cercanos al EPR que al EZLN o lo que queda de él) demuestran tanta impunidad como falta de convocatoria. Para Marcos, Atenco es un fracaso que, por lo menos, le ha permitido estar en los medios aunque fuera para exhibir la magnitud de su actual debilidad. Pero para López Obrador ha tenido y seguirá teniendo un costo demasiado alto.

Los bloqueos y las amenazas de violencia le quitan votos todos los días al candidato perredista. El problema es que Andrés Manuel, que no impulsó la provocación de la semana pasada por la sencilla razón de que no ganaba nada con ella, no puede criticarlos ni deslindarse de ellos porque los compromisos adquiridos con esos grupos son demasiados. En los hechos López Obrador echó a andar los demonios en los últimos años y ahora ya no los puede controlar. Y tampoco quiere hacerlo, porque considera que en el futuro, gane o pierda las elecciones, le serán útiles.

A López Obrador, con Atenco, le está pasando lo mismo que le sucedió con Tláhuac, con el asesinato de los agentes de la PFP: no puede condenar los hechos porque está comprometido con los grupos que los organizaron. El Frente Francisco Villa, los macheteros de Atenco, los alguna vez jóvenes del CGH, los grupos de base de las distintas denominaciones del EPR, establecieron numerosos acuerdos con la administración capitalina vía René Bejarano y su corriente, desde la campaña del 2000. López Obrador los usó, entre otros objetivos, para abortar la construcción del aeropuerto en Texcoco y para exhibir la debilidad gubernamental; sirven para presionar a adversarios y sirvieron para movilizarse contra el desafuero. Por eso, en Tlahuac las fuerzas policiales de la ciudad decidieron no intervenir y dejaron que se linchara y quemara vivos a los policías federales. Por eso, los Francisco Villa pueden interrumpir cualquier vialidad del DF el tiempo que quieran y el gobierno de Alejandro Encinas los deja hacer. De qué magnitud serán esos compromisos que el mismo Andrés Manuel, que no ha tenido problema alguno en deslindarse de personajes tan significativos como el propio Cuauhtémoc Cárdenas, de la corriente cardenista, de Rosario Robles y de muchos otros, no ha podido ni querido poner un límite y criticar abiertamente a Bejarano y los bejaranistas, ni a todos los aliados impresentables de éstos, desde el Frente Francisco Villa hasta los macheteros de Atenco.

Ahora se encuentra atrapado en un dilema más: apoyar estas movilizaciones no le garantizan más que el apoyo de sus electores duros, y éstos no son más de unos cuatro o cinco millones, mientras que le resta en forma acelerada el voto de los electores cambiantes, que fueron los que nutrieron en el pasado su candidatura y ahora la están abandonando para pasarse, sobre todo, al bando de Felipe Calderón. Si rompiera públicamente con esos grupos, tendría que adoptar un discurso completamente diferente, que pasara por la aceptación, por ejemplo, de un pacto de civilidad, por la firma del pacto de Chapultepec o por la aceptación del acuerdo contra la inseguridad que no quiso suscribir ayer. En otras palabras, implicaría, desde ahora, aceptar la legitimidad del proceso electoral y todos los acuerdos que giran en torno a éste. No lo hará porque su estrategia, ya lo ha demostrado, va por la vía de desconocerlo.
Y si es así, la base de la movilización para después del dos de julio si Andrés Manuel no gana pasará por los mismos de siempre: los Atenco, Pancho Villa, los bejaranistas. El otro PRD, el que surgió desde el cardenismo, no jugará a la aventura lopezobradorista si no hay causa justificada. Para eso se necesita a los que hacen el trabajo sucio, y no se puede romper con ellos ahora, aunque sean una fuente constante de pérdida de votos. Cuando se estaba arriba en las encuestas no importaba. Hoy que, como en el tango, la candidatura va cuesta abajo, los costos de esos “apoyos” adquieren una dimensión mayor. La paradoja es que no puede deshacerse de ellos porque están en el corazón de su estrategia política.

López Obrador no organizó la provocación de Atenco. Pero patrocinó y protegió a sus verdaderos organizadores y ahora, aunque hayan cambiado de membresía, no puede desligarse de ellos. Eso es lo que le sucede, en política, a los aprendices de brujo.

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