Genaro Borrego se va del PRI
Columna JFM

Genaro Borrego se va del PRI

Sin duda, Roberto Madrazo sabe que la última oportunidad de reposicionarse en la carrera electoral pasará por el debate de mañana martes. Llegará, sin embargo, con dos preocupaciones importantes al mismo. Por una parte, la advertencia que le hiciera el presidente de Nueva Alianza, Miguel Angel Jiménez, el jueves, luego de una reunión de dirigentes partidarios en Gobernación, de que Campa le tendría preparadas algunas ?sorpresas?.

Sin duda, Roberto Madrazo sabe que la última oportunidad de reposicionarse en la carrera electoral pasará por el debate de mañana martes. Llegará, sin embargo, con dos preocupaciones importantes al mismo. Por una parte, la advertencia que le hiciera el presidente de Nueva Alianza, Miguel Angel Jiménez, el jueves, luego de una reunión de dirigentes partidarios en Gobernación, de que Roberto Campa le tendría preparada algunas “sorpresas” a Madrazo en el debate. El priista deberá decidir, si efectivamente se presentan las “sorpresas”, entre contestar y subirse al carro de las descalificaciones o presentarse como un político con estatura para llegar a la presidencia. En el anterior debate, Madrazo se quedó a la mitad en todo y pagó un alto costo por su bajo desempeño.

Pero también llegará al mismo con el peso que implicará la renuncia al PRI de un ex dirigente nacional. Como ocurrió hace unas semanas con Diódoro Carrasco, el día de hoy el senador, ex gobernador de Zacatecas, ex director del IMSS y ex presidente nacional del PRI, Genaro Borrego Estrada presentará su renuncia al tricolor y se mantendrá, como independiente, muy cercano al proyecto de Felipe Calderón. Algunos del círculo más cercano a Madrazo dirán que no importa, que Borrego no cuenta con votos como para hacer significativa su salida. Se equivocarán, una vez más, por partida doble: Borrego, sobre todo en su estado, Zacatecas, sí es un factor de poder importante. También tiene una amplia relación con grupos empresariales y sindicales, luego de un paso de ocho años por el IMSS. Pero, además, Borrego Estrada es uno de los políticos más respetables del priismo y así es reconocido dentro y fuera de su partido. Es un hombre que, como todos, ha cometido errores pero que, como pocos políticos, los suele aceptar públicamente, escucha y rectifica. Se podrá argumentar que Borrego es demasiado “ingenuo” o principista ante algunos datos de la realidad nacional. Por el contrario: es un espécimen extraño en el mundo político que dice lo que piensa y actúa bajo una norma de principios.

Se va del PRI, además, enarbolando la bandera del liberalismo social ante una propuesta que considera nacionalista y cerrada, restauradora. Confluye así con otros priistas reformadores en el respaldo de la candidatura de Calderón como parte de la propuesta de éste de conformar una administración abierta a diferentes sectores y grupos políticos.

Borrego se va de un PRI al que no pudo reformar, ni antes ni ahora: hace 14 años llegó a la presidencia nacional con la consigna de “refundarlo”. Cuando se leen ahora las propuestas que entonces presentó Borrego, se podrá pensar que eran utópicas (y en buena medida lo eran) pero constituyen lo que el PRI hubiera necesitado para reconvertirse en un partido moderno. Las reformas no avanzaron porque Genaro se equivocó: porque pensó que tenía el apoyo del entonces presidente Salinas para avanzar en ese sentido y luego descubrió que no era plenamente así; porque llegaba a la presidencia del PRI a reemplazar al dirigente más popular del PRI en muchos años, como lo era Luis Donaldo Colosio, un hombre que tenía también una agenda reformista pero que, en consonancia con la época y con Carlos Salinas, quería hacerlo conservando muchos resortes del poder, o como se decía entonces realizando “una perestroika sin glasnot”. Genaro se encontró de alguna manera solo al frente de un partido que en su enorme mayoría (aunque entonces y aún hoy le doliera a Manuel Camacho) había apostado, al igual que el propio Salinas, por Colosio y por un cambio gradual, que se ejecutaría en el partido, sobre todo, pasada la elección del 94. Ya sabemos lo que ocurrió entonces, pero antes, para encauzar la sucesión sobre rieles más tradicionales, en una asamblea nacional en Aguascalientes, en una desaseada operación política, Borrego Estrada, que esperaba desde allí consolidar su propuesta de reforma, fue reemplazado por Fernando Ortiz Arana. Eso no impidió que durante los ocho años siguientes Borrego realizara un magnífico trabajo en el Seguro Social que lo vio como uno de los mejores directores de su historia.

Pensar que su salida del PRI será, como la de Carrasco, indolora, es un error de cálculo y una muestra de soberbia. Nadie puede saber cuánto vale Borrego en votos contantes y sonantes, sin duda no los suficientes como para determinar el curso de una elección, pero si se suman los militantes destacados que están abandonando el partido tricolor desde una óptica reformista, se verá que el costo es alto. Borrego se va y otros están en los límites de ese partido, como lo planteó Jesús Reyes Heroles, que además de ser el hijo del más importante pensador y político liberal de la historia del priismo, es un hombre respetado dentro y fuera de ese partido, que realizó, como en su momento Borrego, una intensa labor para buscar las normas con base en la cual reformar al PRI. Jesús fue el responsable de aquella comisión integrada después del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu que trató de realizar una reforma partidaria que la crisis de diciembre del 94 también terminó por abortar.

Muchos buenos amigos priistas dirán que ese partido, el que intentó refundar Borrego o el que quiso reformar Reyes Heroles hijo, no es el PRI real, el de los sectores, el del voto duro, el que opera en los más lejanos rincones del país. Puede ser, probablemente es verdad: el problema, grave y que se está poniendo de manifiesto una y otra vez desde 1988 hasta el día de hoy, es que ese PRI del famoso voto duro ya no es plenamente competitivo, porque la pertenencia a un partido político es cada vez más escasa y el voto duro, siendo importante no es determinante en una elección. La gente termina votando, en muchos casos, sí por la operación del aparato partidario, pero cada vez más por la confianza y la respetabilidad que genera la gente con la cual un candidato piensa gobernar. Y esa confianza y respetabilidad no la crea ni la compra el aparato partidario.

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