Dos países, dos sistemas diferentes
Columna JFM

Dos países, dos sistemas diferentes

No creo que nadie haya ganado con claridad el debate del martes. En realidad, se trató de una serie de monólogos compartidos, en el cual, mientras Calderón y López Obrador se centraron en tratar de conservar sus electores, atendiendo lo cerrado de las encuestas que se habían publicado en la víspera, Madrazo buscó reposicionarse luego del muy mal desempeño que había mostrado en el debate del 25 de abril y Patricia Mercado intentó asegurar su registro. En realidad, el único que no parecía tener un objetivo claro, fue Roberto Campa.

No creo que nadie haya ganado con claridad el debate del martes. En realidad, se trató de una serie de monólogos compartidos, en el cual, mientras Calderón y López Obrador se centraron en tratar de conservar sus electores, atendiendo lo cerrado de las encuestas que se habían publicado en la víspera, Madrazo buscó reposicionarse luego del muy mal desempeño que había mostrado en el debate del 25 de abril y Patricia Mercado intentó asegurar su registro. En realidad, el único que no parecía tener un objetivo claro, fue Roberto Campa.

Es difícil determinar un ganador porque todos jugaron cartas diferentes, y el formato del debate les permitía no apartarse del guión que habían diseñado originalmente, ignorando incluso las más diversas acusaciones. En ese sentido, quizás si se habla de personalidades, fue evidente que Felipe Calderón tuvo una imagen más presidencial: tiene un conocimiento más global y enmarca mucho mejor a México en un esquema de futuro. López Obrador pareció, nuevamente, un político rudimentario: con un discurso estrecho, un guión del que no se aparta, que parece girar obsesivamente en torno al Fobaproa o a un discurso de “los pobres” contra los de “cuello blanco” anacrónico y revanchista. Madrazo se mostró mucho mejor que el 25 de abril y confirmó que es un político profesional, que se centró en criticar al presidente Fox en lugar de sus adversarios del dos de julio, pensando quizás en el papel importante que tendrá como bisagra electoral. El problema de Madrazo es la credibilidad. Y ello se reflejó, una vez más en la percepción que tuvieron los espectadores del debate.

Si bien Mercado fue observada por simpatía por muchos observadores, creo que su rendimiento decreció respecto al 25 de abril. Quizás porque Patricia en esta ocasión apostó por presentar propuestas dirigidas más a un electorado en general en lugar de concentrarse en su público, el que muy probable, y afortunadamente, le dará el registro a Alternativa. No entendí a Roberto Campa. No es un problema de propuestas sino de objetivos. Campa decidió no confrontar a Madrazo, como se esperaba, pero entonces se diluyó. A diferencia de Mercado, que muy probablemente con su desempeño en los dos debates podría haber asegurado el registro de su partido, es muy probable que Campa haya perdido esa oportunidad.

¿Qué fue, en el fondo, lo más sustantivo del debate? En el tema de seguridad pública, es verdad que no se puede presentar una propuesta en unos pocos minutos, pero llamó la atención que no hubiera una reflexión más de fondo respecto a la violencia del narcotráfico, al crimen organizado, fuera de la propuesta (vacía en sí misma) de darle mayor protagonismo en esa lucha al ejército. Pero más grave aún es la ausencia de propuesta de López Obrador para el tema que más preocupa a la ciudadanía: pensar que la seguridad pública se va a mejorar sólo con abrir las universidades a todos los jóvenes, proponiendo que no haya rechazados, diciendo que no debe haber penas más duras, ni mayores reformas en las policías o los organismos de justicia, creyendo que el tema se solucionará porque él se reunirá todas las mañanas con los secretarios del ramo, permite explicar el porqué del enorme fracaso que se ha observado en el ámbito de la seguridad en la ciudad de México. Pensar, por ejemplo, que el crimen organizado es un producto de la pobreza o de que los jóvenes ingresen (lo que suceda después quién sabe) a la universidad, es no comprender el ABC de la configuración del crimen organizado, los recursos que maneja y sus objetivos. Todos los demás candidatos tuvieron mayor claridad sobre el tema.

Otro punto que llamó la atención fue la ausencia de  precisión en la política exterior: decir, como lo hizo López Obrador, o incluso Madrazo, que simplemente hay que regresar a la política de no intervención del pasado es no comprender que el escenario internacional se modificó desde la caída del muro de Berlín en 1989 y que seguir con una estrategia basada en los principios de la guerra fría, en los años de la globalización y de la llamada guerra contra el terrorismo, es un grave error. Más lo es asegurar, como lo hizo López Obrador, que “la mejor política exterior es la política interior”, lo que confirma el profundo desconocimiento del mundo y del tema que tiene el candidato perredista.

En el ámbito de la gobernabilidad, llamó la atención el manejo de dos conceptos muy diferentes, aunque para muchos podrían parecer similares. López Obrador habló de una suerte de acuerdo nacional en el que incluyó a los empresarios, las iglesias, los trabajadores, los estudiantes y dijo, en otras palabras, que la democracia debía ser participativa  y no formal. No habló para este acuerdo o pacto social, de los partidos ni del congreso. Ese concepto es corporativista, proviene de la ideología que sustentaba a los sistemas de partido único (incluyendo al que imperó más de 70 años en México) y desconoce que los representantes sociales son precisamente los elegidos por el pueblo: los legisladores. Por su parte, Calderón habló, una vez más de buscar un gobierno de coalición, que implica precisamente lo contrario: buscar una mayoría legislativa con base en acuerdos partidarios específicos. Sobre esa base se puede construir cualquier otro pacto “social”. Un día después del debate en una entrevista con Loret de Mola, la secretaria general del PRI, Rosario Green, descalificó la propuesta diciendo que para crear un gobierno de coalición los partidos deben ponerse de acuerdo “desde el principio”. No es así: se habla de gobierno de coalición porque pasado el proceso electoral, determinadas fuerzas políticas se ponen de acuerdo para impulsar, por lo menos, un proyecto legislativo común cuando ninguna tiene mayoría absoluta. Y después de casi diez años de parálisis legislativa y con un candidato que advierte que gobernará con acuerdos que estén por encima del congreso y los partidos, no parece ser una mala idea.

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