Mad Max en la frontera o un territorio sin ley
Columna JFM

Mad Max en la frontera o un territorio sin ley

El lugar parece salido de una imagen de Mad Max II: desierto, cientos de viejos automóviles quemados, destartalados, abandonados, casas derruidas, un sol inclemente con más de 45 grados a la sombra. Es impensable que alguien viva allí, y sin embargo, un puesto de venta de refrescos, agua y golosinas, aunque esté igual de derruido que el resto del pueblo, delata un movimiento que en principio pasa desapercibido pero que luego se muestra incesante: llegan camionetas, en algunos de esos restos de viviendas dejan su carga humana y al rato otros vehículos más resistentes pasan por estos hombres, mujeres, niños que desde La Ladrillera parten hacia distintos puntos de la frontera entre Sonora y Arizona, para buscar ingresar ilegalmente a los Estados Unidos.

El lugar parece salido de una imagen de Mad Max II: desierto, cientos de viejos automóviles quemados, destartalados, abandonados, casas derruidas, un sol inclemente con más de 45 grados a la sombra. Es impensable que alguien viva allí, y sin embargo, un puesto de venta de refrescos, agua y golosinas, aunque esté igual de derruido que el resto del pueblo, delata un movimiento que en principio pasa desapercibido pero que luego se muestra incesante: llegan camionetas, en algunos de esos restos de viviendas dejan su carga humana y al rato otros vehículos más resistentes pasan por estos hombres, mujeres, niños que desde La Ladrillera parten hacia distintos puntos de la frontera entre Sonora y Arizona, para buscar ingresar ilegalmente a los Estados Unidos. Es parte de un negocio multimillonario aunque parta de la explotación de los más pobres; sofisticado porque quienes lo utilizan en muchas ocasiones no hablan español ni mucho menos inglés, pero saben de teléfonos celulares, llamadas de larga distancia y transferencia monetarias para pagar su traslado. Criminal no sólo porque se basa en la explotación de las mayorías y su ilegalidad intrínseca, sino también porque cuando se cruza tres mil personas diarias por ese tramo de la frontera, poco importa que la mitad de ellos sean detenidos o que desde enero a la fecha, cuando apenas está comenzando la temporada de calor, 97 no hayan podido superar el trance y lo hayan pagado con la vida.

Recorrimos la semana pasada ese tramo de la frontera y pudimos observar, tanto la magnitud del negocio como del esfuerzo humano y tecnológico notable que está realizando el gobierno estadounidense con la convicción de reducir al mínimo posible la alta porosidad de esta frontera. De nuestro lado no hay nada, o quizás muy poco, de qué enorgullecerse. Desde Hermosillo hasta Sásabe, pasando por Santa Ana, por Altar, por la Ladrillera, encontrar algo similar a fuerzas de seguridad es un milagro: es territorio de nadie. Mejor dicho es una suerte de territorio liberado de los polleros: todo el negocio funciona a la luz del día. La recolección de los más afortunados en el aeropuerto de Hermosillo o en la central de autobuses, el traslado a Altar, donde también llegan autobuses fletados desde todos los rincones de la república. De Altar el recorrido a la frontera por una ruta bien cuidada de terracería. Un camino que, como todo lo demás, es propiedad de particulares. No es un eufemismo: el dueño del camino, por lo menos eso dice el boleto fiscal que expiden, al cobrar el peaje, es José Jesús Salazar García “concesionario de la conservación del camino Altar-Sásabe”. El costo es de 30 pesos. ¿Qué es ilegal un camino de estas características? ¿a quién le importa en este territorio sin ley de la república mexicana?. Una vez en La Ladrillera, viene la distribución a distintos puntos de una frontera y un sistema de ingreso a los Estados Unidos que puede pasar del más socorrido: dejar al migrante a su suerte en medio del desierto y decirle que simplemente camine “de frente” hasta llegar a Tucson en un par de horas (en realidad tardará entre dos y tres días) o aquellos paquetes más caros que buscarán ponerlos, con transporte, mucho más lejos de allí: desde Chicago hasta Nueva York o San Francisco. El negocio florece sin ley ni control público con una verdad que se termina utilizando como coartada: todos los mexicanos tenemos derechos al libre tránsito en todo el territorio nacional. Es verdad, pero ¿cuál es la diferencia entre el libre tránsito y el tráfico de gente?¿cuál entre la decisión individual de cruzar una frontera para buscar un destino mejor y la orquestada maquinaria que manejan los coyotes?. Sólo unos datos: cada Van que transporta a los migrantes de Altar a la frontera, lleva a unos 20 de ellos. Cada migrante paga por el camino Altar-La Ladrillera, unos cien pesos, o sea cada Van produce dos mil pesos por viaje: sumando todos sus gastos, e incluyendo los 250 que cobran los choferes, queda una ganancia neta muy superior a los mil pesos por traslado y se realizan varios diariamente. Un cálculo conservador permitiría comprobar que sólo el negocio de las combis deja utilidades a sus dueños por unos 150 mil pesos diarios. A eso se debe sumar el pago a los polleros, los negocios de comidas, de ropa, de refrescos. Toda la economía de la región vive exclusivamente de este negocio. Y las autoridades literalmente no existen, salvo un esforzado destacamento de los grupos Beta que lo máximo que puede hacer es advertirle a los migrantes del peligro que corren al cruzar la frontera.

Del otro lado de ella parece existir una decisión insoslayable de garantizar la seguridad de sus fronteras. Por lo menos en la Border Patrol de Nogales, su objetivo, aseguran, son los terroristas y el enorme despliegue tecnológico del que hacen gala parece estar destinado a ello. Pero en el camino, más de la mitad de los que intentan cruzar la frontera terminan siendo detenidos y el número crece en la medida en que esas fuerzas de seguridad demuestran ser más eficientes. Saben que no acabarán con el paso de gente pero lo quieren reducir al mínimo. Su estrategia es clara: en los años 80 y 90 lograron cerrar el cruce en la frontera entre California y Baja California y eso desplazó el tráfico a Arizona. Para traficar gente se necesita infraestructura urbana, y aunque menor a la californiana, ella existe en el área de los dos Nogales. Por eso ahora quieren cerrar ese tramo de la frontera y llevar el cruce hacia Nuevo México. La diferencia es que allí, ni al norte ni al sur de la frontera existe infraestructura alguna y si en Arizona el cruce es cada día más inclemente, en Nuevo México será más fácil entrar pero casi imposible llegar a algún lugar. La verdadera diferencia tendría que generarse en nuestro país, generando las fuentes de trabajo y la calidad de vida suficientes como para hacer inútil la búsqueda del futuro arriesgando casi todo.

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