Madrazo: un profesional sin confiabilidad
Columna JFM

Madrazo: un profesional sin confiabilidad

De los cinco candidatos que competirán por la presidencia de la república el próximo domingo, tres de ellos provienen del PRI. Pueden tener profundas diferencias políticas y personales entre sí pero los tres llevan un sello, una forma de hacer y entender la política enmarcada en el tono siempre autoritario del priismo. Roberto Madrazo, López Obrador y Roberto Campa, con todas sus enormes diferencias, entienden la política de forma similar.

De los cinco candidatos que competirán por la presidencia de la república el próximo domingo, tres de ellos provienen del PRI. Pueden tener profundas diferencias políticas y personales entre sí pero los tres llevan un sello, una forma de hacer y entender la política enmarcada en el tono siempre autoritario (no por eso en muchas ocasiones menos eficaz) del priismo. Roberto Madrazo, López Obrador y Roberto Campa, con todas sus enormes diferencias, entienden la política de forma similar.

Ya analizaremos a López Obrador, hoy comenzaremos esta evaluación de los candidatos con Madrazo y Campa. Salvo la encuesta de María de las Heras para Milenio, ninguno de los encuestadores coloca a Madrazo en situación competitiva. La mayoría de sus intenciones de voto oscilan entre el 22 y el 26 por ciento. Esta lejos, sin embargo, de escenificar un desplome absoluto del PRI, pero los problemas que se han presentado en su candidatura se reflejan en el dato duro de que todas las encuestas también colocan mucho mejor posicionados a los candidatos a diputados y senadores del tricolor que a su candidato presidencial.

En los hechos se podría decir que, por defectos propios o causas ajenas a su voluntad, Madrazo dilapidó su candidatura y las enormes posibilidades que su partido tenía de ganar la presidencia hace apenas un año, cuando Enrique Peña Nieto ganó la gubernatura del estado de México con el 50 por ciento de los votos. Lo que vino después fue una sucesión ininterrumpida de errores, disputas y rupturas que, necesariamente, deben cargarse al debe de Madrazo: desde las “filtraciones” que eliminaron a su competidor interno, Arturo Montiel (una designación que debe interpretarse, a su vez, como otro grave error, pero éste de los adversarios de Madrazo, que sucumbieron a la influencia de los recursos del entonces gobernador mexiquense en lugar de apostar a sus principios renovadores) impidiéndole realizar una contienda interna que lo posicionara mejor (en realidad ocurrió todo lo contrario, perdió casi seis meses), hasta los conflictos con Elba Esther Gordillo que se hubieran podido solucionar si Madrazo no hubiera decidido apoyarse, enteramente, en los duros que lo rodean. A partir de allí comenzó una diáspora que incluyó, por una parte a varios ex funcionarios de primer nivel, como Genaro Borrego, Diódoro Carrasco o Jesús Reyes Heroles, que terminaron cerca de Felipe Calderón, como otros que han sido cooptados por López Obrador, como Arturo Núñez o Agustín Basave. Pero quizás más grave que ello ha sido que de la mayoría de los gobernadores priistas tampoco se han sentido identificados con Madrazo y ello se ha reflejado en su campaña.

Madrazo es un político profesional muy capaz, que ha demostrado estar preparado para enfrentarse a conflictos serios y salir adelante. Pero Madrazo no tiene, salvo que los electores el domingo me desmientan, el perfil que los priistas necesitaban para recuperar la presidencia de la república. El PRI requería un candidato que fuera confiable para la ciudadanía y que preservara la endeble unidad interna. Beatriz Paredes o Enrique Jackson, incluso Manlio Fabio Beltrones, por ejemplo, hubieran cumplido mucho mejor con ese papel. Y Madrazo hubiera podido tener un peso decisivo en el proceso desde la presidencia del partido. Se optó, por tradición, por apostar a todo y los resultados fueron los previsibles. Con razón o sin ella, una vez más se dejó sentado que Madrazo no cumplía con sus compromisos y son innumerables los priistas que, habiendo abandonado o no su partido, dicen que llegaron a un acuerdo con Madrazo que no fue respetado. Y nada daña más a un candidato que la falta de confiabilidad. En abril, con un radical cambio de estrategia, obligado, entonces sí, por la posibilidad de un verdadero derrumbe después del pobre desempeño de Madrazo en el debate del 25 de abril, el tabasqueño optó por confrontarse directamente con el PAN y el presidente Fox, acercarse a López Obrador y tratar de colocarse como una suerte de tercera posición. La contratación de Carlos Alazraki mejoró su publicidad electoral pero el problema persistió porque la idea era buena pero resulta difícil aceptar a Madrazo como un conciliador, sobre todo cuando en su partido un día sí y el otro también, militantes destacados amenazan con rupturas precisamente por diferencias con el candidato. Y el mejor reflejo de ello, de que la percepción de Madrazo está por debajo de la aceptación de su partido, está en las expectativas de voto del candidato presidencial respecto a sus aspirantes al senado y la cámara de diputados, incluso respecto a algunos candidatos a gobernador. Si a eso se suma la zigzageante posición en temas legislativos de Roberto, es difícil identificar cuáles son los compromisos reales de Madrazo.

En los hechos pareciera que en el PRI se están dado dos batallas simultáneas: una por lograr el mejor resultado posible el dos de julio y la otra por saber quién se quedará con el control del partido a partir del tres de julio, sabiendo que, sea cual fuera el resultado, el PRI se convertirá en un fiel de la balanza importantísimo. En ese terreno, también independientemente del resultado, Madrazo deberá decidir si juega el papel que ha ofrecido en su campaña, de ser un puente y acabar con las descalificaciones u opta por la otra carta que ha jugado simultáneamente: la de la aventura de tratar de desconocer el proceso electoral, argumentando una elección de Estado.

La candidatura de Roberto Campa por Nueva Alianza, sólo se explica en el contexto de esos enfrentamientos internos en el priismo y, sobre todo, por la violenta ruptura que se generó entre Madrazo y Elba Esther Gordillo. Pero Campa no fue un buen candidato, ni siquiera para presionar a Madrazo o para aglutinar a los disconformes. Se quedó en todos los sentidos a la mitad, a pesar de algunas buenas propuestas, y difícilmente logrará, siquiera, el registro para su partido. Tampoco ha sido factor para debilitar al priismo tradicional. La suya es una oportunidad perdida.

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