Tres de julio: ¿reformar o reinventar?
Columna JFM

Tres de julio: ¿reformar o reinventar?

Debo reconocer que la que acaba de concluir es la campaña electoral que me ha dejado con peor sabor de boca de las últimas décadas. El en 82 sabíamos que el modelo se había acabado, la campaña del 88 fue notable, no sólo por la calidad de los contendientes y lo que representaba. En el 94 es imposible borrar del recuerdo las traiciones, la violencia, el asesinato de Colosio. En el 2000, terminamos la campaña, y la jornada electoral, con enormes expectativas: se hubiera votado o no por Fox sabíamos que la transición , como tal, había concluido. Seis años después estamos a punto de ir a una elección donde no sólo reina la incertidumbre respecto al resultado, sino también respecto al futuro del país.

Debo reconocer que la que acaba de concluir es la campaña electoral que me ha dejado con peor sabor de boca de las últimas décadas. En el 82, sabíamos que el modelo se había acabado, que el lopezportillismo había llevado las cosas a un límite tal que el viejo sistema ya no se recuperaría. En ese sentido, la campaña del 88 fue notable, no sólo por la calidad de los contendientes y lo que representaban (sobre todo de cara al futuro) sino también porque significó, como lo tuvo que reconocer el propio Carlos Salinas un día después de los comicios, “el fin del partido prácticamente único”. En el 94 es imposible borrar del recuerdo las traiciones, la violencia, el asesinato de Colosio, pero el tramo final de la campaña pareció vacunado de todo ello: tuvimos un buen debate, muchas propuestas, una jornada electoral civilizada, aunque, visto retrospectivamente, no fue más que la calma que precede a la tormenta. En el 2000, terminamos la campaña, y la jornada electoral, con enormes expectativas: se hubiera votado o no por Vicente Fox sabíamos que la transición, como tal, había concluido y que comenzábamos una nueva etapa histórica. Lamentablemente, seis años después estamos a punto de ir a una elección donde no sólo reina la incertidumbre respecto al resultado, sino también respecto al futuro del país. La convicción que teníamos hace seis años (o doce) de que las principales variables económicas, el proyecto global de integración y apertura, las libertades democráticas, no se modificarían, independientemente de quién fuera el ganador, hoy no está presente.

En buena medida no lo está porque entre los errores que se le deben cargar a la administración Fox está el haber dado el banderazo de salida a la campaña electoral desde demasiado tiempo atrás, más de dos años y medio. En buena medida los medios hemos sido, también, los responsables de haber alimentado ese despropósito. Pero el hecho es que en todo este periodo, se habló de muchas cosas, desde los videoescándalos y el desafuero hasta las relaciones familiares de los candidatos, hubo toneladas de publicidad negativa, pero se ha hablado poco de las propuestas concretas de los candidatos y partidos, y cuando lo han hecho todo termina en una bruma imposible de dispersar por el ciudadano. Evidentemente unos candidatos, sobre todo Calderón, han sido mucho más precisos que los otros en sus propuestas, pero la ciudadanía el domingo tendrá que decidir con más olfato que certidumbre sobre quién votará si realmente quiere darle respuesta a los graves problemas nacionales: ¿quién puede unir en lugar de dividir y consolidar mayorías que permitan realizar la reforma del Estado pendiente y en qué sentido hacerlo?¿quién puede garantizar una reforma fiscal que permita que tengamos los recursos suficientes para cumplir cualquiera de la promesas que se han realizado en esta campaña?¿quién puede y quiere solucionar el gravísimo problema de las pensiones, que amenaza con llevar a la quiebra económica y social al sistema?¿quién está en condiciones de garantizar que la seguridad pública sea algo más que una expresión de deseos?¿quién podrá hacer crecer un sector energético que hoy está atado de manos por las restricciones que le impone el propio Estado?¿cómo podemos profundizar mucho más las enormes posibilidades de integración con la mayor economía del mundo, de la cual somos vecinos y principales socios comerciales?. Esas son parte de las preguntas que, en la mayoría de los casos, no nos han respondido los candidatos, en algunos casos por enfocarse en la publicidad negativa, en otros porque no tenían respuestas o han buscado concientemente ocultarlas para evitar el debate.

No sé, nadie puede saberlo con certidumbre, quién ganará el próximo domingo, lo que sí me queda claro y creo que debería ser la norma para la mayoría de los electores, es que un país no puede reinventarse cada seis años. Que los proyectos fundacionales suelen llevarnos casi siempre al despeñadero. Después del 2000, el presidente Fox tuvo la sensatez de mantener las grandes líneas económicas pero en el terreno político creyó que la democracia había nacido con su triunfo electoral y se equivocó, quiso fundar la operación del sistema en lugar de reformarla y cuando quiso rectificar ya no tuvo tiempo. El error, en ese y otros campos, devino de pensar que con el cambio de gobierno y de personalidades, el sistema, la forma de hacer y entender la política, la seguridad, la economía, las relaciones internacionales, se modificarían casi en automático. No fue, no era así. Las naciones no se inventan cada seis años, no se puede fundar cada seis años (como decía entonces y repite ahora Porfirio Muñoz Ledo, aunque esté hablando de proyectos y candidatos absolutamente diferentes) una “nueva república”. Las naciones como México el camino que tienen para salir de la desigualdad y el atraso, es el de las reformas paulatinas, el de los avances con certidumbre, el de construir sobre cimientos institucionales, el de mirar hacia el futuro sin destruir el pasado.

Algunos de nuestros intelectuales, han presentado esta contienda electoral como un regreso a aquella “disputa por la nación” que según el clásico de Rolando Cordera, se escenificó en 1982, en la opción entre los llamados tecnócratas que apoyaban a Miguel de la Madrid y los nacionalistas-tradicionalistas que apoyaban a David Ibarra o Javier García Paniagua. No comprenden que están hablando de un país que ya no existe, de opciones que también han dejado de ser válidas, que ha pasado un cuarto de siglo donde México y el mundo se han movido hacia otras dimensiones. Algo tiene que estar intrínsecamente mal en nosotros cuando a dos días de las elecciones presidenciales más importantes de la historia reciente de México, todavía algunos piensan que es el momento de ajustar cuentas con una disputa que se escenificó 24 años atrás. El domingo vote, por quien usted quiera, pero pensando en el México de hoy y el de mañana, no en el de un pasado que ya murió.

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