No quiere el recuento, sólo quiere el poder
Columna JFM

No quiere el recuento, sólo quiere el poder

Las dos más recientes declaraciones de López Obrador demuestran, sin lugar a dudas que su estrategia es, lisa y llanamente, buscar que se anulen las elecciones. Aseguro que no reconocería el resultado, porque ahora resulta que las elecciones fueron ?ilegitimas?. El domingo, en una nueva aparición casi publicitaria en El País, dijo al periódico español que ?hubo fraude? antes y después de las elecciones.

Las dos más recientes declaraciones de López Obrador demuestran, sin lugar a dudas, que su estrategia es, lisa y llanamente, buscar que se anulen las elecciones. Primero, aseguró que su exigencia de contar “voto por voto” (algo que ya se hizo en dos oportunidades, obteniendo siempre el mismo resultado, el triunfo de Felipe Calderón, pero que funciona como una buena coartada para el objetivo real de la anulación) en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación es relativa: si se realizara ese conteo y de todas formas volviera a resultar ganador Calderón, dijo él no reconocería el resultado porque ahora dice que las elecciones fueron “ilegítimas”. El domingo, en una nueva aparición casi publicitaria en El País, dijo al periódico español que “hubo fraude antes, durante y después de las elecciones”. Por eso en el documento de impugnación, además de una larga suma de absurdos (como presentar entre las pruebas del presunto fraude que en una telenovela alguien dijo que votaría por Calderón, que Maribel Guardia, que no es precisamente una comunicadora, entrevistó a Calderón, que en los empaques de unas botanas había una línea azul que inducía a votar por el PAN o que algún periodista lo criticó) lo que termina exigiendo es que no se reconozca la elección de presidente, con lo que se estaría anulando la elección presidencial, un punto, por cierto, no contemplado en la ley.

¿Por qué anular la elección presidencial pero no la de diputados y senadores o la de jefe de gobierno del DF? Por una sencilla razón: la única causa es buscar una crisis política que no legitime el triunfo de sus adversarios, pero obligue a designar un presidente interino y que a él le permita continuar con su campaña uno o dos años más para volver a presentarse como candidato en unas elecciones extraordinarias.

Estas patrañas lo único que confirman es que todo lo que se dijo de López Obrador antes de las elecciones es verdad: el hombre no está interesado en lo más mínimo en consolidar un sistema democrático, ni tiene lugar en su cosmovisión política algo parecido a la tolerancia, la legalidad o el respeto a la pluralidad. Lisa y llanamente lo que quiere, recuperando el lenguaje del más viejo revolucionarismo, es tomar el poder. Y para hacerlo los medios no importan: el fin que es hacerse con el poder, justifica cualquier medio, aunque ello implique olvidarse de los compromisos que, una y otra vez asumió López Obrador ante ese electorado que dice respetar (por cierto, cuando presume sus 13 millones de votos habría que recordarle que otros 31 millones votaron en su contra).

Dijo en innumerables oportunidades que aceptaría los resultados electorales y la autoridad del IFE y apenas la semana pasada, además de rechazar cualquier resultado diferente a su triunfo, calificó al IFE como “delincuentes electorales”. La jornada del dos de julio, tanto en su equipo como en todos los ambientes políticos y en los medios, fue calificada como impecable, casi sin irregularidades y con un mínimo de denuncias. Ahora dice que hubo fraude “antes, durante y después de las elecciones”: una afirmación temeraria que no puede sustentar con una sola prueba a dos semanas de los comicios. Luego dijo que confiaba en el Tribunal Electoral pero ahora dice que si éste no le concede el triunfo, incluso aunque el Trife decidiera, en una acción que no está contemplada en la ley contar nuevamente “voto por voto”, la elección será “ilegítima”. Dijo una y otra vez que él no buscaba la anulación de las elecciones, pero desde que resultó evidente que las matemáticas, suceda lo que suceda con la impugnación presentada ante el Trife, no le permitirían revertir el resultado, ahora dice que la elección fue un “fraude” y que por lo tanto no se pueden reconocer sus resultados y en el documento de impugnación demanda la anulación del proceso. El hecho es que López Obrador no ha cumplido uno solo de los compromisos que asumió “antes, durante y después” de las elecciones. Ya lo decíamos días pasados siguiendo el libro de Harry Frankfurt: es peor que un mentiroso, es un charlatán que inventa una realidad a modo para satisfacer sus propios objetivos.

Lo grave es que al mismo tiempo que se va quedando cada día más solo, hace crecer la lista de los complotados en su contra, tiene menos seguidores pero más radicales, convencidos de que todo el sistema legal y judicial es ilegítimo. Si ninguna de las vías legales son legítimas para López Obrador entonces queda preguntarse qué es lo que sigue: la movilización violenta, propiciar un clima de ingobernabilidad que el propio lopezobradorismo nos está haciendo probar en estos días en Oaxaca, donde sus seguidores han boicoteado la Guelaguetza, han tomado a turistas de rehenes y han logrado que la principal fuente de recursos de los oaxaqueños, que es el turismo, haya caído prácticamente a cero. En Oaxaca, López Obrador quiere hacernos una demostración de lo que se propone hacer en la capital del país.

¿Por qué en la capital? Porque tiene un pequeño problema. Ni todo el país es el DF ni toda la población del DF siquiera lo apoya. Por eso no pudo hacer demostraciones en varios lugares de las república como lo había planeado y tuvo que traer, acarreados, a manifestantes desde todos los puntos del país, porque su fuerza local no alcanzaría para una movilización significativa en la mayor parte de la república.
López Obrador se va quedando solo y se quedará aún más solo cuando el tribunal concluya su labor. Muchos destacaron ayer como noticia importante la movilización de los seguidores de López Obrador pero en términos políticos es mucho más importante el desplegado de los gobernadores priistas, reconociendo los resultados del IFE, exigiéndole a los demás actores que los acaten y subrayando la legalidad del proceso. López Obrador pese a sus amenazas y rodeado por sus incondicionales, se va quedando cada vez más atrás.

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