De los Maras a los Zetas
Columna JFM

De los Maras a los Zetas

Las notas pasan ya en la generalidad de la información: decapitados y agentes de inteligencia secuestros y muertos en Acapulco, ataques con armas de alto poder en Tabasco para rescatar a un narcotraficante, la secuela de muertos en Nuevo Laredo, Sinaloa, Tijuana, o el DF. El narcotráfico y la violencia que genera es parte de una información que colocada fuera de contexto, no es más que un recuento de daños, de hechos violentos que parecieran no tener relación entre sí, más que las víctimas comunes.

Las notas pasan ya en la generalidad de la información: decapitados y agentes de inteligencia secuestros y muertos en Acapulco, ataques con armas de alto poder en Tabasco para rescatar a un narcotraficante, la secuela casi diaria de muertos en Nuevo Laredo, Sinaloa, Tijuana o el DF. El narcotráfico y la violencia que genera es parte de una información que, sin embargo, colocada fuera de contexto, no es más que un recuento de daños, de hechos violentos que parecieran no tener relación entre sí, más que las víctimas comunes.

No es ni debe ser así. Ayer, junto con Víctor Ronquillo presentamos en una conferencia de prensa el libro De los Maras a los Zetas, los secretos del narcotráfico de Colombia a Chicago, publicado por Grijalbo. Es un libro en el cual, junto con Víctor, intentamos contar, mostrar los hilos que unen las historias del narcotráfico (y del crimen organizado) en buena parte del continente y la relación del mismo con el poder en los más distintos ámbitos. Es un libro con pocas opiniones y muchos datos duros, con muchas historias, investigaciones y reportajes y pocos datos del arsenal informativo policial. No nos interesaba en él realizar un nuevo recuento de daños del narcotráfico sino analizar y dar a conocer el andamiaje de poder que está detrás de éste e incluso de la lucha contra el mismo en los ámbitos de seguridad, político, económico y social.

Es un libro que se construyó con base en lo que no queremos. No queremos al gobierno estadounidense organizando y operando la lucha antinarcóticos en México como ocurre en Colombia. Queremos sí, una mucho más estrecha colaboración con Washington, Colombia y los países centroamericanos, una estrategia común de información e inteligencia (incluso de operación y legal) que permita atacar en su globalidad este desafío, pero sin que se vulneren aspectos, allí sí, básicos de nuestra soberanía.

No queremos que siga privando la impunidad: no queremos ni un gobierno federal que parezca rebasado, ni gobiernos locales que escudándose en que el narcotráfico es un delito federal se intentan zafar de su compromiso en esa lucha. Tampoco a jueces que dejen en libertad, a pesar de contar con pruebas contundentes en su contra, a ex funcionarios de la presidencia de la república o a sicarios detenidos con decenas de armas. No queremos, tampoco, medios o comunicadores que terminen autocensurándose por temor a informar sobre el tema, porque sienten que no cuentan con las condiciones de seguridad mínimas para desarrollar esa labor.

No queremos que el narcotráfico se convierta, como sucede, cada día más, en un factor de poder, que pueda influir en los procesos electorales, en las decisiones de poder, que la lógica de “plata o plomo” continúe imponiéndose en distintos sectores. No queremos que en muchos sectores de la población los narcotraficantes se conviertan en el paradigma del éxito y que sean ensalzados social y culturalmente.

Tampoco queremos que en apenas seis meses de este año, haya habido ya más de mil muertos en ajustes de cuentas entre grupos del narcotráfico y no se asuma la gravedad de esa cifra. Estamos hablando de una cantidad altísima de víctimas, algunas de ellas inocentes, otras no, pero que sin duda genera un escenario de violencia social y deterioro en la calidad de vida de magnitudes difíciles de comprender en su plenitud.

No queremos ni Maras, ni Zetas, ni kaibiles, ni sicarios, ni Osieles ni Chapos, ni Arellanos. Soy de los convencidos de que la única intolerancia que se justifica es la que se aplica a los intolerantes y no percibo nada más intolerante que estos grupos que apuestan al deterioro, la desestabilziación y el crimen.

No queremos que miles de mexicanos migren cada año en forma ilegal a los Estados Unidos porque no cuentan con el empleo o la calidad de vida mínima que necesitarían para no jugarse la vida en esa aventura y tampoco que sean tratados en forma inhumana; como no queremos que otros miles de centroamericanos emigren a nuestro país por las mismas causas y los mismos objetivos y sean tratados de la misma manera. Pero mucho menos se puede justificar que con la excusa de permitir el libre tránsito de connacionales en el territorio nacional se termine solapando a las bandas que trafican con esas personas y su pobreza, generando un negocio multimillonario para unos pocos.

No queremos que haya millones de niños y jóvenes que hayan caído en adicciones que no pueden tratarse porque no se destinan, ni remotamente, los recursos, los esfuerzos,porque no se construyen las instituciones que el país requiere para tratar ese problema de salud pública y seguridad cada día mayor. Hoy ni las causas ni los efectos de las adicciones están en la lista de prioridades de los gobiernos, ni tampoco de los partidos.

Eso que no queremos es lo que intentamos reflejar en este libro De los Maras a los Zetas, los secretos del narcotráfico de Colombia a Chicago, que hemos escrito con Víctor Ronquillo (en mi opinión, el mejor periodista de investigación de nuestro país) con base a las investigaciones y los reportajes que hemos construido a lo largo de los últimos años, convencidos de que explicar, contar estas historias, más que denunciarlas o hacer la cotidiana lista de daños, es la mejor forma de romper con el silencio y la impunidad que el crimen organizado busca, necesita, para imponer su ley. Ojalá lo hayamos logrado, aunque sea en parte. El juicio lo tendrán ustedes, nuestros lectores.

Inversiones contra inestabilidad

El mejor remedio contra la presunta inestabilidad política es combatirla con inversiones. Este viernes la empresa japonesa Mitsubishi pondrá en Monterrey la primera piedra de un planta que implicará inversiones por 30 millones de dólares en los próximos meses. Ese es el mejor antídoto ante el “riesgo social” con el que algunos amenazan.

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