En la vida hay que saber ganar
Columna JFM

En la vida hay que saber ganar

Se ha dicho muchas veces que López Obrador y el PRD no han sabido perder. Es verdad y ello suele extenderse en general a nuestra izquierda, en sus más diferentes variantes, si incluimos en ella, algo a lo que siempre me he resistido porque se trata de un personaje profundamente conservador, a un hombre como López Obrador.

Se ha dicho muchas veces que López Obrador y el PRD no han sabido perder. Es verdad y ello suele extenderse en general a nuestra izquierda, en sus más diferentes variantes, si incluimos en ella, algo a lo que siempre me he resistido porque se trata de un personaje profundamente conservador, a un hombre como López Obrador.

No saber perder, en la política y en la vida, es grave. Pero más lo es que no se sepa ganar. Cuando veo dilapidar capital político a nuestra izquierda, siempre recuerdo un magnífico texto de Miguel Rico Diener (si no me equivoco ahora director en México de Edelman) escrito en 1987, cuando ambos éramos jóvenes periodistas (“felices e indocumentados” diría Gabriel García Márquez) que trabajábamos en aquel unomásuno y que sostenía que la izquierda no sabía ganar. Se refería Miguel al triunfo indudable del CEU en la UNAM que había derrotado al rector Carpizo, había logrado todo lo que había pedido y no supo, entonces, qué hacer con semejante capital político.

Esa historia se ha repetido una y otra vez. Un año más tarde, en el 88, Cuauhtémoc Cárdenas tuvo un resultado sorprendente en las elecciones federales. Hubo muchísimas irregularidades pero si nos atenemos a los testimonios de José Woldenberg y Jorge Alcocer, a cargo entonces del servicio electoral del FDN, pese al fraude no le alcanzaba a Cárdenas para sostener que había ganado las elecciones. Pero el triunfo era enorme: por primera vez la izquierda tenía fuerza y peso como para negociar una agenda común. No lo hizo, porque se encerró en el papel de víctima y esa agenda la signó el panismo con el presidente Salinas. Nació el PRD, pero llegaron, también, los años de automarginación. En 1994, el EZLN logró con su levantamiento colocar buena parte de su agenda, sobre todo la indígena, en el escenario nacional e internacional. Tuvo un éxito político indudable, pero Marcos en lugar de entender que el alto al fuego de enero del 94 y los acuerdos de San Cristóbal constituían un triunfo sin precedentes, que le abría al zapatismo una verdadera avenida para transitar hacia juegos mucho más serios de poder, prefirió, una vez más, la automarginación, seguir jugando el papel de víctima, y el movimiento fue languideciendo hasta convertirse, hoy, casi en una rémora política. Y eso que el zapatismo tuvo dos oportunidades más, primero con la negociación de San Andrés y luego, sobre todo, con el zapatour, para consolidarse como fuerza política. Marcos prefirió regresar a la selva, donde la mayoría de las comunidades ya no están bajo su control mientras él deambula sin pena ni gloria por distintas ciudades del país.

El perredismo, luego del triunfo de Cárdenas en el 97 en la capital, volvió a colocarse en primera línea del escenario político. Tuvo su oportunidad en el 2000, pero la personalidad de Fox en esa elección fue determinante, pero gracias al trabajo de Cárdenas y Rosario Robles, pudo mantener la ciudad y López Obrador fue elegido jefe de gobierno. Desde allí y desde entonces comenzó a construir su candidatura, deshaciéndose, como primera medida, de quienes lo habían impulsado a esa posición. Se rodeó de los mismos que en el 87 no supieron qué hacer con la victoria del CEU, los que se fascinaron con el zapatismo, los que aplaudieron que no aceptará los acuerdos de San Cristóbal y que luego del zapatour se regresara a la selva como muestra de dignidad, de los que nunca han sabido ganar nada. A ellos les sumó un grupo de oportunistas que han perdido una y otra vez y han cambiado de bando político como de ropa interior, pero que por eso mismo considera incondicionales. Los mejores hombres y mujeres del PRD quedaron fuera de su círculo de influencia.

Es verdad. El PRD perdió las elecciones del dos de julio y perdió de una forma dolorosa: por apenas el 0.58 por ciento y 240 mil votos de diferencia. Pero también ganó muchísimo, mucho más que en cualquier otro momento de su historia y parece empeñado en despilfarrar todo ese capital político en apenas tres meses. Hoy las expectativas de voto por el PRD están casi en su nivel histórico del 20 por ciento: según la mayoría de las encuestas se ubica en el 25 por ciento. Es difícil perder diez puntos porcentuales en apenas dos meses.

¿Qué ganó el PRD? Obtuvo el grupo parlamentario más grande de su historia. Ha logrado, sin embargo, con su esquizofrenia política inducida por López Obrador, quedar fuera de buena parte de los ámbitos centrales de decisión en el congreso. Ganó más de un tercio de los estados del país, lo que constituía una plataforma inmejorable para ganar futuras gubernaturas: ganó Juan Sabines en Chiapas pero no seguirá la ruta de AMLO. Pero, por sobre todas las cosas, logró imponer su tesis central: nadie puede ignorar que no hay tema más importante que establecer un programa eficaz de corto, mediano y largo alcance en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Y en eso, si quisiera, el perredismo podría jugar un papel central. Marginándose, los réditos serán de otros.

En una democracia la norma es que nadie gana todo y nadie pierde todo en una elección. Pero López Obrador no lo entiende así porque no es un demócrata: su política se basa en aquel viejo dicho priista de que el poder no se comparte y quiere ganar o perder todo. Y está llevando a su partido por ese camino, que para colmo es un camino ya recorrido: López Obrador está haciendo exactamente lo mismo que hizo en su momento Marcos, incluidos sus respectivos Aguascalientes y convenciones nacionales.

Hoy, el PRD, de la mano con López Obrador, parece dispuesto a impedir a cómo dé lugar el informe del presidente Fox. Si lo hacen, será el mayor triunfo de sus adversarios, la acción que sellará definitivamente su derrota (cuando podría haber sido su triunfo aunque fuera parcial) del dos de julio y lo regresará, otra vez, a la marginalidad.

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