De Fox a Calderón: de la alternancia al cambio
Columna JFM

De Fox a Calderón: de la alternancia al cambio

Hoy el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación cerrará el proceso electoral del dos de julio con la resolución sobre el cómputo final y la calificación de las elecciones. Si el Tribunal es coherente con todas las resoluciones que ha adoptado hasta ahora deberá declarar legítimos los comicios y a Felipe Calderón otorgarle la declaratoria de presidente electo. Con ello, a partir de hoy mismo, se cerrará una etapa y se abrirá otra en la vida política nacional.

Hoy el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación cerrará el proceso electoral del dos de julio con la resolución sobre el cómputo final y la calificación de las elecciones. Si el Tribunal es coherente con todas las resoluciones que ha adoptado hasta ahora deberá declarar legítimos los comicios y a Felipe Calderón otorgarle la declaratoria de presidente electo. Con ello, a partir de hoy mismo, se cerrará una etapa y se abrirá otra en la vida política nacional. Pero convivirán aún, durante tres meses, un gobierno saliente y uno entrante que tendrán por forma, por fondo y por la personalidad tan diferente de Fox y Calderón, una distancia que será difícil de superar en muchos momentos. Las transiciones, sobre todo cuando son de un mismo partido, han sido difíciles, complejas, por razones políticas y humanas, y a ello se sumará, ahora, la presión de las provocaciones del lopezobradorismo.

Paradójicamente, es esa situación tan especial la que le permitirá a Calderón establecer, si tiene el talento y la voluntad para hacerlo, un gobierno diferente, que podría convertirse en un parteaguas de la historia reciente del país. Si el gobierno del presidente Fox fue el de la alternancia en el poder (y poco más), el de Calderón deberá ser el sexenio de la verdadera transición del sistema, del cambio lo político, lo económico y lo social. La alternancia sin un rumbo claro nos ha dejado seis años de estabilidad económica pero también de estancamiento, con un costo social alto, que es lo que ha permitido el surgimiento de opciones populistas de las que parecíamos vacunados luego de los sexenios de Echeverría y López Portillo. En lo político no se han podido construir acuerdos ni lograr mayorías claras: por supuesto que no todo es responsabilidad gubernamental, los partidos y el congreso han sido en buena parte responsables de ellos. Pero el dato duro es que crecieron los disensos y la crispación.

Hay un pecado político de origen en la administración foxista que no puede repetir Calderón. El presidente Fox ganó la presidencia por una diferencia más amplia que la que obtuvo Calderón, pero no tuvo, en los seis años de su mandato, mayoría parlamentaria. Y de inicio simplemente ignoró ese hecho: pensó que presionando desde la opinión pública al congreso iba a obtener sus objetivos. No fue así porque además esa estrategia estuvo totalmente desarticulada. La transición y los primeros cien días son los que marcan a un gobierno y el equipo de Vicente Fox desaprovechó una y otro: la transición articulando equipos que no rindieron frutos y desechando el ofrecimiento del presidente Zedillo de realizar los cambios estructurales necesarios antes de dejar el poder. Los cien días optando por colocar en la cima de la agenda el inútil zapatour (cuando el propio triunfo electoral del Fox era la mayor derrota política de Marcos y el EZLN), en lugar de buscar un acuerdo multipartidario que le diera una mayoría estable en el congreso. Cuando quiso alcanzarla, en la segunda mitad de su mandato, las rupturas internas en el PRI y el obstáculo insalvable de tener en la secretaría de gobernación al que era evidentemente el precandidato preferido del presidente, lo impidieron. Y a eso se sumó todo el proceso del desafuero, justificado en términos legales pero efectuado con una pésima operación política.

En ese diagnóstico está la agenda futura, que desde hoy mismo tendrá que asumir Calderón. En la transición se debe buscar cerrar la mayor cantidad de heridas posibles, marginando las posiciones de máxima confrontación, se deberá buscar el diálogo y llegar a acuerdos desde antes de asumir el poder. Se argumentará que, por ejemplo, el diálogo con López Obrador es imposible: es verdad, el ex candidato no está dispuesto a dialogar. No se puede hacerlo con un hombre que decide enviar “al diablo” todas las instituciones del país, que dice que formará su propio gobierno, que arremete contra un ejército que ha mantenido una prudencia asombrosa en todo el proceso, que desprecia a los empresarios y que asegura que lo que quiere, en realidad, es una revolución. López Obrador no es un adversario con comprensibles diferencias políticas con el régimen: es un factor de desestabilización que está cada día más aislado.

En este sentido, siguiendo a López Obrador, el perredismo cayó a su momento más bajo en años. Las encuestas deberían llevarlos a reflexionar: su acción del viernes, cuando tomaron la tribuna del congreso, recibió el rechazo del 87 por ciento de la población, la mayoría no cree que hubo fraude y considera que la actitud de López Obrador está equivocada. Pero la gente también quiere acuerdos y diálogo. Felipe Calderón tendrá que realizarlo con los dirigentes y sectores perredistas que, sin arriar sus banderas, apuesten a la defensa y fortalecimiento de las instituciones y no a su derribo. Esa debe ser la única condición.

Con el PRI y con los demás partidos, el escenario está dispuesto para poder llegar a acuerdos basados en la búsqueda de objetivos comunes. El PRI, en lo particular, no se conformará con el rol de partido bisagra y el equipo de Calderón deberá comprender que no puede reducirlo a ese papel. Al priismo se le deberá exigir coherencia y una agenda clara, que no la tuvo en los seis años anteriores y no parece tenerla definida hoy tampoco, pero cuando la presente deberá ser asumida con seriedad, sin jugar a apostar en las internas del partido, como ocurrió en el pasado inmediato sin resultados tangibles. Tampoco, obviamente, se deben aceptar chantajes. El PAN y el PRI deben comprender que deben llegar a acuerdos porque sólo así ganan ambos. Deberá ser el suyo un matrimonio de conveniencia, es verdad, pero los resultados políticos del mismo pueden ser benéficos para ellos y para el país.

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