Cinco años con el rumbo extraviado
Columna JFM

Cinco años con el rumbo extraviado

Hoy se cumplen cinco años de los ataques terroristas contra las Torres Gemelas y el Pentágono, un hecho que, literalmente, cambió la faz del mundo y lo lanzó, apenas doce años después de que hubieran concluido los capítulos más graves de la guerra fría, a una mucho más difusa pero no menos violenta, guerra contra el terrorismo. Cinco años marcados por la destrucción de muchas redes terroristas, atentados terribles como los de Londres y Madrid; la intervención armada multinacional, encabezada por Estados Unidos en Afganistán e Irak.

Hoy se cumplen cinco años de los ataques terroristas contra las Torres Gemelas y el Pentágono, un hecho que, literalmente, cambió la faz del mundo y lo lanzó, apenas doce años después de que hubieran concluido los capítulos más graves de la guerra fría, a una mucho más difusa pero no menos violenta, guerra contra el terrorismo. Cinco años marcados por la destrucción de muchas redes terroristas, en demasiadas ocasiones a través de operativos y acciones alejadas del derecho internacional; atentados terribles como los de Londres y Madrid; la intervención armada multinacional, encabezada por Estados Unidos en Afganistán e Irak; la reanudación de la guerra en Líbano; la radicalización de grupos islámicos e incluso de gobiernos como el de Irán y Siria. Serias restricciones a los viajes, al tránsito, organismos de inteligencia vulnerando la privacidad de miles de millones de personas en todo el mundo. Hoy no vivimos, ni remotamente, mejor ni más seguros que hace cinco años: la guerra terrorista de Al Qaeda y la reacción antiterrorista de otros países no ha traído más seguridad, pero ha deteriorado la economía mundial y la calidad de vida y ha vuelto a generar tendencias profundamente intolerantes en muchas sociedades.

El 11-S también tuvo una profunda influencia en la política exterior de México. Desde ese día, la estrategia que había intentado desplegar la entonces naciente administración Fox, fue abortada y desde entonces hemos vivido, con aciertos y errores coyunturales, sin un rumbo claro en la política exterior. Apenas un semana antes del 11-S, el presidente Fox había tenido una muy exitosa visita de Estado a Washington, donde había presentado públicamente la propuesta de una reforma migratoria integral, la cual en la misma Casa Blanca le dijeron, en privado, que no sería viable, pero que tuvo el mérito de colocar el tema sobre la mesa de negociaciones y obligar a muchos actores a tomar posición al respecto. Las diferencias que se dieron a puerta cerrada, no impidieron que públicamente la visita se percibiera tan exitosa como lo demostraban las palabras de George Bush calificando a México como el aliado más importante de los Estados Unidos.

Pero unos días más tarde, cuando los aviones secuestrados por los terroristas de Al Qaeda, hacían impacto contra las Torres Gemelas y el Pentágono el gobierno mexicano no supo qué hacer y exhibió públicamente sus contradicciones. Mientras el canciller Jorge Castañeda ofrecía, como indicaba el sentido común, el apoyo “sin restricciones” a Washington en esa hora, el secretario de Gobernación, Santiago Creel, planteaba sus dudas al respecto y rechazaba lo de “sin restricciones” mientras que Adolfo Aguilar Zinser pensaba que se presentaba la oportunidad de regresar a una suerte de política de tercera posición similar a la impulsada por el echeverrismo en el contexto de la guerra fría. El presidente Fox no tomó una posición y tardó incluso en solidarizarse con el pueblo y el gobierno estadounidense. Los sueños de apenas una semana atrás quedaron destrozados y, obviamente, nunca más, en los últimos cinco años México volvió a ser calificado como el aliado más importante de Estados Unidos. La Gran Bretaña de Tony Blair volvió a ocupar ese espacio que en realidad, fuera de la retórica de aquel discurso, nunca había perdido.

Pero la administración Fox jamás pudo salir de la confusión en la que la sumieron aquellos hechos. Castañeda, Aguilar Zinser y Creel rompieron en aquel momento, pero ello se extendió a casi todo el gabinete y el gobierno federal se sumó en la confusión. Con la oposición del canciller Castañeda, Aguilar Zinser fue enviado de representante de México ante la ONU precisamente cuando le tocaba a nuestro país asumir un cargo en el Consejo de Seguridad de la organización y cuando, además de una relación deteriorada con Estados Unidos vivíamos un momento de enorme deterioro con Cuba. Castañeda renunció y lo reemplazó Luis Ernesto Derbez y se impuso la línea de no apoyar a Washington en el Consejo de Seguridad y el día en el que se decidía la intervención en Irak, el presidente Fox decidió internarse para que se le efectuara una operación en la columna, aquejada de una vieja dolencia (operación que se podría haber postergado sin mayores problemas por unas horas o días). El hecho es que ello, para bien o para mal, marcó la relación con Estados Unidos, deterioró la relación personal de Fox con Bush y tampoco mejoró, no podía hacerlo porque ya había muchas otras posiciones tomadas, las relaciones con otros países de Latinoamérica. Con el tiempo, esas heridas, muchas de ellas realmente profundas al norte y al sur de nuestras fronteras, han ido restañándose, pero no sin costos.

Es verdad que posiblemente el margen para actuar de otra manera era muy estrecho y que cualquier posición que se adoptara implicaría riesgos. Pero posiblemente fueron las dudas y contradicciones que se expresaron públicamente aquella mañana del 11-S, las que marcaron la administración y demostraron que no contábamos con un liderazgo y una orientación clara sobre el tema desde la propia presidencia. Que en aquella horas de crisis global se discutiera el grado de solidaridad que daría México a un país, nuestro vecino y principal socio comercial, donde viven millones de compatriotas y que acababa de sufrir el mayor ataque terrorista de la historia, demostró una insensibilidad y una falta de sentido político que dejó al gobierno Fox irremediablemente mal parado.

Esa es una lección que debe aprender la próxima administración. Calderón debe dar una vuelta de tuerca a la política exterior y planea demostrarlo a partir de su primera gira a Centro y Sudamérica, en los primeros días de octubre, y posteriormente en dos recorridos, primero a Europa y luego a Estados Unidos. No es un tema menor: una política exterior clara es la demostración de una política interior con rumbo.

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