Los bastones largos de un ex candidato
Columna JFM

Los bastones largos de un ex candidato

Exactamente 72 horas antes de las elecciones del dos de julio pasado, un muy alto funcionario de la campaña de López Obrador, pidió una cita urgente con el principal directivo de la empresa periodística en las que trabajo. Aseguró que ganaría la elección y acto seguido fue a lo suyo: enúmero la lista de los principales comunicadores que trabajamos en el medio e indico quienes se podrían quedar trabajando allí y quienes tendríamos que ir a trabajar a Miami?.después del primero de diciembre fecha en la que López Obrador sería el próximo presidente.

Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí"
Martin Niemoeller (pastor protestante, 1892-1984). Frase erróneamente atribuida a Bertolt Brecht.

Exactamente 72 horas antes de las elecciones del dos de julio pasado, un muy alto funcionario de la campaña de López Obrador, pidió una cita urgente con el principal directivo de una de las empresas periodísticas en las que trabajo. Le aseguró que ganarían la elección por una diferencia de cuanto menos seis puntos y acto seguido fue a lo suyo: enumeró la lista de los principales comunicadores que trabajamos en el medio y le indicó, ante el pasmo del directivo, quiénes se podrían quedar trabajando allí después del primero de diciembre y quiénes no. Si la información que se me proporcionó fue exacta, creo que un servidor podía seguir trabajando a “prueba”, si rectificaba mis críticas sobre el que este funcionario de campaña consideraba el próximo presidente.

Antes, desde lo más alto del mismo equipo de campaña, se había divulgado una lista de quienes nos tendríamos que “ir a trabajar a Miami” cuando ganara López Obrador: la advertencia era innecesaria dada la cantidad de mail pletóricos de amenazas de todo tipo que llegaban de la propia campaña. Lo lamentable fue que incluso algunos editores, entre los que estaban convencidos de que ganaría López Obrador, se hicieron eco de ello y comenzaron a hacer planes al respecto. Desde muchos antes, el propio jefe de gobierno y a la postre candidato, había confeccionado una lista de a quiénes ofrecer entrevistas y a quiénes no; en sus conferencias de prensa mañaneras agredía a reporteros de ciertos medios e incluso en más de una oportunidad le pidió a los reporteros que se “rebelaran” contra sus empresas y desconocieran a sus directivos y propuesta editorial. Para los cercanos, como en los más viejos tiempos, hubo entrevistas larguísimas, publicidad del GDF otorgada a manos llenas y espacios, además de prebendas y departamentos de los grupos clientelares del perredismo en el gobierno; para los críticos, amenazas, públicas y privadas, y cerrazón total. Hubo medios, por ejemplo, que olvidaron muy rápido el golpe de Echeverría contra Excélsior o los fuertes indicios que relacionan el intento de secuestro y asesinato de Eugenio Garza Sada con el rechazo del entonces presidente a que el empresario regiomontano adquiriera la cadena García Valseca (la historia completa la contamos en el libro Nadie supo nada, que acaba de aparecer en Grijalbo), o la amenaza cumplida que les había proferido López Portillo (los dos presidentes “revolucionarios” que son el referente político cercano de López Obrador), de que él “no pagaba para que le pegaran” y más temprano que tarde se subieron, al carro del tabasqueño: lo importante era ser parte de la redistribución de medios que, como lo hiciera Hugo Chávez en Venezuela, prometía desde antes de las elecciones el candidato perredista.

Pasado el dos de julio, tanto el resultado electoral, como la indefendible posición de López Obrador y sus seguidores más fieles sobre el fraude, la toma de Reforma y el Centro Histórico y sobre todo su absurda decisión de autodesignarse presidente, le han hecho perder adeptos y que muchos aceptaran que lo que algunos decíamos sobre López Obrador no era parte de una conspiración de la derecha sino una triste realidad. La respuesta del propio ex candidato lo confirmó: terminó atacando a Carlos Fuentes, y a Carlos Monsivais, le prohibió la entrada al Zócalo por haber criticado el plantón (y la señora Poniatowska no dijo una palabra). En el mismo plantón se colocaron listas de los periodistas que, por órdenes de López Obrador, no podíamos ser leídos, escuchados o vistos en televisión. Y en los últimos días se ensañó, sobre todo, con periodistas que habían tenido una relativamente buena relación con el ex candidato y a los que ahora, por lo menos, los acusa de haberse “vendido” y “empanizado” porque han criticado sus insostenibles puntos de vista. Esa nueva lista incluye, entre otros, a José Cárdenas, Joaquín López Dóriga, Denise Dresser, Denise Maerker, Adela Micha y particularmente a Carlos Marín y Ciro Gómez Leyva.

Si nuestra solidaridad gremial no fuera tan endeble y oportunista; si la reacción cuando se realizaban las primeras amenazas, las anteriores del dos de julio, hubieran sido frenadas como lo que eran, una intolerable amenaza a la libertad de expresión de alguien que pretendía gobernar el país; si no fuéramos tan selectivos a la hora de defender los principios elementales de nuestra democracia, hoy esas amenazas e insultos no deberían ser tolerados. Conozco a todos los ahora amenazados por López Obrador desde hace años y he tenido, tengo, con casi todos ellos, amistad y por supuesto diferencias. No son periodistas “vendidos”, tienen una concepción liberal o progresista que se remonta a mucho tiempo atrás, a antes de que López abrazara esas banderas. Son periodistas, desde sus diferentes, encontradas y legítimas posturas editoriales y personales, irreprochables.

Los ataques que ellos y muchos otros en el pasado y en el presente hemos recibido de López Obrador no deben pasar como una nota más, como una anécdota. Son el huevo de la serpiente de la intolerancia fascistoide de la que hace gala un hombre que no asume qué el respeto a la diferencia, al otro y a la pluralidad de ideas, de formas de vida, de concepciones, son la esencia de cualquier cultura democrática. Ello se debía defender antes y se debe defender ahora, ante López y ante cualquier otro.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *