Oaxaca queda para el próximo gobierno
Columna JFM

Oaxaca queda para el próximo gobierno

Decía Nikita Krushchev que ?los políticos son iguales en todos lados: prometen construir puentes aún donde no hay ríos?. Y en realidad, por lo menos en eso, tenía razón. ¿Cómo pensar de otra manera cuando se sigue insistiendo en que el gobierno federal busca ?tender puentes? entre las partes enfrentadas en Oaxaca, cuando ha descartado de su discurso y su esfuerzo negociador, la renuncia de Ulises Ruiz y la utilización de la fuerza pública para recuperar la ciudad de manos de la APPO? Pareciera que el gobierno, a pesar de que ha insistido muchas veces en que no dejará el conflicto de Oaxaca en herencia a la administración Calderón, está haciendo todo lo posible para que sea así.

Decía Nikita Krushchev, aquel dirigente soviético que reemplazó a Stalin, que “los políticos son iguales en todos lados: prometen construir puentes aún donde no hay ríos”. Y en realidad, Krushchev, por lo menos en eso, tenía razón. ¿Cómo pensar de otra manera cuando se sigue insistiendo, por ejemplo, en que el gobierno federal busca “tender puentes” entre las partes enfrentadas en Oaxaca, cuando ha descartado de su discurso y su esfuerzo negociador, tanto la alternativa de la renuncia de Ulises Ruiz como la utilización de la fuerza pública para recuperar la ciudad de manos de la APPO? Y si no tiene sentido tender un puente cuando no hay un río, un obstáculo que librar, más absurdo resulta hacerlo cuando se intenta hacerlo sin asentarlo en ambos extremos.

En este sentido, pareciera que el gobierno federal, a pesar de que ha insistido muchas veces en que no dejará el conflicto de Oaxaca en herencia a la administración Calderón, está haciendo todo lo posible para que sea así. El hecho es que no hay avances siquiera a corto plazo en el conflicto que divide a ese estado: ni el gobernador Ruiz parece decidido a solicitar licencia, ni el gobierno está presionando para ello, ni la APPO acepta regresar a clases y liberar la ciudad, ni el gobierno federal tampoco está dispuesto a utilizar la fuerza pública para hacerlo. En los hechos, el gobierno federal insiste en presentar, una y otra vez, exhortos a las partes involucradas, mismos que éstos no escuchan o simplemente ignoran.

La pregunta es porqué la administración tendría que actuar en los últimos 35 días de su responsabilidad, de forma diferente a cómo lo ha hecho a lo largo de casi seis años. El presidente Fox asegura que solucionará el tema oaxaqueño como solucionó Chiapas o Atenco y en parte es verdad: dilatando los conflictos y esperando que los mismos se desinflen por el paso del tiempo. Olvida algunas cosas: para que el EZLN se sentara a negociar fue necesaria una ley de pacificación, pero para ello fue necesaria tanto una acción de fuerza el 9 de febrero del 95, como la renuncia de Eduardo Robledo, un gobernador legítimo que acababa de asumir el poder y que fue sacrificado para abrir el paso a una negociación que duró varios años y que comenzó a normalizarse cuando Pablo Salazar ganó la gubernatura y le quitó el control de las comunidades a los zapatistas utilizando sus mismas banderas. El proceso duró casi diez años. O que Atenco significó una grave derrota política que dejó durante tres años en manos de un grupo de radicales ultras un municipio mexiquense, que abortó la principal obra pública de esta administración y que entró en una etapa de normalización cuando hace unos meses, el gobierno finalmente intervino con la fuerza pública y envió a sus líderes al penal de alta seguridad de La Palma.

Para Oaxaca no parece haber tiempo, en esta administración, para ninguna de las dos soluciones. Y pareciera, además, que el gobierno federal no quiere otra salida más que la ya planteada a lo largo del sexenio. En estos días, esa misma lógica ha privado en otras decisiones: ayer se anunció, por ejemplo, que no se realizará el desfile deportivo del 20 de noviembre y se lo reemplazará por un acto cívico. Algún optimista pensará que con ello se decidió cancelar la caduca celebración del inicio de la Revolución mexicana, pero fue para que el lopezobradorismo no pueda alegar que fue molestado en la puesta en escena que organiza para esa tarde Jesusa Rodríguez, un acto teatral que tendría que haberse representado en su antiguo bar-teatro de El Hábito, no en la plaza de las Constitución, con la “toma de posesión” del autodenominado presidente legítimo. 

¿Es lógica esa estrategia? Muchos dirán que sí, que para qué distraer a un adversario que se está equivocando y ese día López Obrador hará el ridículo y ninguno de sus adversarios debería impedirlo. En buena medida es verdad, pero también lo es que la capacidad del Estado para disuadir, para hacer cumplir la ley, para imponer su fuerza legítima, para hacer respetar las leyes, se ha diluido en forma notable en estos años, sigue diluyéndose y se confunde esa debilidad con las exigencias de la democracia. Y no tiene nada que ver una cosa con la otra: la democracia no implica debilidad, más bien al contrario: tendría que reflejarse en la fortaleza de las instituciones y sus representantes.

La administración Fox ha preferido ocultar sus fracasos o sus zonas de sombra, con el argumento de la debilidad institucional derivada de la democracia, lo cual, en lugar de fortalecerla, la debilita y permite que crezcan, lo vimos el dos de julio, tentaciones populistas y autoritarias como la que representaba López Obrador. La norma se repite: el de Oaxaca es considerado un problema local; se le ofrece a la sección 22 del magisterio mucho a cambio de nada; la FTSTE asegura que pese a sus negativas el gobierno le entregará a los burócratas el llamado bono sexenal; se cancela el desfile del 20 de noviembre para no provocar a López Obrador; el presidente Fox se va el 10 de diciembre a una gira internacional de semana y media por Australia y Oriente, a la reunión de la APEC, cuando le faltarán 20 días para dejar el poder.

En otras palabras: Oaxaca, con todas sus secuelas, terminará en manos del gobierno de Felipe Calderón y lo mismo sucederá con muchos otros temas que quedarán sin resolver. Eso lo saben sus adversarios y por eso tantos desplantes, desde Ulises Ruiz hasta la APPO, desde el lopezobradorismo hasta Joel Ayala. No cambia un gobierno a unos días de dejar el poder. Puede ser comprensible y para algunos incluso aceptable, pero que no se nos quiera vender esa decisión, esa forma de entender y ejercer el poder, como un sinónimo de fortaleza democrática, porque no lo es.

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