¿Hay fascistas de izquierda?
Columna JFM

¿Hay fascistas de izquierda?

Un grupo de provocadores agredió en forma absurda a Cuauhtémoc Cárdenas el domingo 18 de marzo, escudándose en su devoción a López Obrador. Una vez más, éste no ha descalificado a estos personajes, como no lo hizo cuando impidieron la participación de Luis Carlos Ugalde en una conferencia en la UNAM o cuando impidieron la presentación del libro de Carlos Tello Díaz. Ni a López Obrador ni a sus seguidores, parece molestarles en lo más mínimo que ese grupo de acarreados, manejados por Gerardo Fernández Noroña, agredan una y otra vez a distintos personajes de la política nacional, incluyendo al fundador del partido donde supuestamente milita el ?líder? que dicen reconocer. Es una vergüenza, y constituye la mejor demostración del autoritarismo profundo del ex candidato presidencial.

Un grupo de provocadores agredió en forma absurda a Cuauhtémoc Cárdenas el domingo 18 de marzo, escudándose en su devoción a López Obrador. Una vez más, éste no ha descalificado a estos personajes, como no lo hizo cuando impidieron la participación de Luis Carlos Ugalde en una conferencia en la UNAM o cuando impidieron la presentación del libro de Carlos Tello Díaz. Ni a López Obrador ni a sus seguidores, parece molestarles en lo más mínimo que ese grupo de acarreados, manejados por Gerardo Fernández Noroña, agredan una y otra vez a distintos personajes de la política nacional, incluyendo al fundador del partido donde supuestamente milita el “líder” que dicen reconocer. Es una vergüenza, y constituye la mejor demostración del autoritarismo profundo del ex candidato presidencial.

Ello viene a cuento, además, porque el mismo día en que los neofascistas de López Obrador agredían al ingeniero Cárdenas, llegaba a México la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, una mujer progresista, con una historia irreprochable y que continúa en su país la línea de gobierno, que inició Ricardo Lagos, de un partido socialista que no sólo ha mitigado las desigualdades sociales sino también colocado a Chile en una ruta de modernidad política, económica y social en muchos sentidos envidiables. El mismo día en que llegaba a México, Michelle Bachelet, en Venezuela, el presidente Hugo Chávez avanzaba en la integración de un régimen “narcista-leninista”, como dice Andrés Oppenheimer, ahora con la conformación de un partido único y les decía a sus aliados que no querían integrarse a éste, pues preferían conservar su independencia, que entonces mejor se fueran a la oposición, que ya no los quería. También en Sudamérica, el presidente Rafael Correa, que ganó las elecciones en una segunda vuelta, lejos de alcanzar una mayoría absoluta en la primera, impuso a la cámara de diputados una Asamblea Constituyente, aunque, para ello haya tenido que “destituir” a 57 (por supuesto todos opositores) de los 100 diputados, para formar un congreso a su gusto y transformar el sistema político aunque no tenga mayoría.

La lista podría continuar por lo que ocurre en Argentina, en Bolivia, en Nicaragua, para confirmar que lo que llamamos “izquierda” en América latina, en la mayoría de los casos no es tal. Nada tiene que ver con la izquierda un ex candidato que azuza a provocadores contra quienes opinan distinto a él, incluyendo los fundadores de su propio partido, ni quienes buscan integrar sistemas de partido único, ni tampoco aquellos que para imponer un nuevo sistema político que los fortalezca no dudan en destituir a más de la mitad del congreso. Esa no es izquierda: es una nueva (o muy vieja, como se lo quiera ver) tendencia de la derecha más autoritaria, que roza el neofascismo por su utilización de las masas y la figura omnipresente del “líder” y que está imponiendo, en sus países una pobreza y una desigualdad mayor a la que encontraron, al hacer girar la economía en torno a sus ambiciones políticas personales.

El socialismo chileno y la presidenta Bachelet no tienen nada que ver con esas lógicas políticas. Están en las antípodas de ellas y, en los hechos, será mucho más fácil que el actual gobierno chileno pueda establecer acuerdos estratégicos con un gobierno como el de Felipe Calderón que con personajes como López Obrador o Chávez. Por una sencilla razón: Bachelet (o Lagos, o los socialistas chilenos) vivió en carne propia el fascismo, sabe de lo que se trata cuando se habla de perseguir disidentes por el simple hecho de serlo. Sabe que el autoritarismo es uno, no se diferencia, no es mejor o peor de acuerdo con la supuesta ideología en la que dice sustentarse. No importa si quien quema libros, o arremete contra los que disienten del “líder”, se presentan como de derecha o de izquierda, quien ha vivido el fascismo sabe que eso son.

En ellos reside el huevo de la serpiente que los convertirá, si se les permite, en dictadores “por el bien de la patria y con el apoyo del pueblo”: lo mismo puede aplicarse a un Pinochet que a cualquiera de los que ahora forman parte de esa izquierda totalitaria.

¿Qué es hoy ser de izquierda o de derecha?¿esa es la verdadera disyuntiva a la que está enfrentada América latina? En realidad no pasa por allí el cruce de caminos para nuestro país y la región: como lo demuestra Bachelet, lo que se debe elegir es entre un régimen autoritario, que no acepta el pluralismo ni la disidencia, que se aleja de la economía abierta y la competencia o apostar por una democracia liberal, con prensa libre, con pluralismo, con fronteras abiertas y creyendo en sacar los mayores beneficios de una globalización que, nos guste o no, ya está aquí y no se va a ir.

Tomada esa decisión, las demás definiciones se pueden acomodar solas. En una democracia liberal, ser de izquierda será apoyar la libre decisión de la mujer sobre el aborto o las sociedades de convivencia y ser de derecha será estar en contra de ellas; ser de izquierda puede ser buscar mecanismos para que el control del Estado sobre algunos capítulos de la economía no se pierda y ser derecha será apostar a las fuerzas del mercado, achicando el poder del Estado. Pero esas diferencias se dan y se equilibran, y se contraponen, en el marco de un sistema democrático y plural, con libertad de prensa, de expresión, sin grupos de provocadores, llámense lopezobradoristas o de provida, que quieran imponer su realidad para beneficio de un líder que dirigirá a la sociedad como un pastor a su rebaño.

El presidente Calderón y la presidenta Bachelet, desde diferentes historias y perspectivas ideológicas, son dos políticos que han apostado a la democracia liberal y al pluralismo. Gobiernan, además, las dos economías, con todos sus problemas, más exitosas de la región. México y Chile son la verdadera opción a los Chávez, los Correa, los Morales, los Castro. Deben demostrarlo siendo un ejemplo, no sólo de tolerancia y pluralismo, sino también de eficiencia gubernamental.

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